He querido crear un lugar de silencio, de paz y de alegría interior”.
Esta es la frase del arquitecto franco-suizo Le Corbusier (1887-1965) sobre la iglesia de Notre Dame du Haut, también conocida como La Chapelle. Palabras que se pueden leer en el interior de la porterie,el nuevo centro de recepción proyectado por el arquitecto italiano Renzo Piano e inaugurado en 2011.
Resulta difícil describir esta obra de Le Corbusier, uno de los ejemplos de arquitectura religiosa más acertados y exitosos del siglo XX, una construcción que puede emparentarse con el Panteón de Roma o cualquier otro icono de la historia de la arquitectura por su capacidad de emocionar. Es como una ilusión inexplicable; mientras se contempla, el tiempo no pasa. Sea por devoción o afición, lo cierto es que cada año visitan el complejo casi 100.000 personas
. El enclave es ahora un santuario doble: allí componen su oración por el semidiós de la arquitectura los amantes del oficio, muchos de ellos laicos, y rezan los católicos, subyugados por un espacio celebratorio de cuyo aura participan.
La construcción está situada sobre una colina de unos 150 metros de altura que se abre al paisaje de Ronchamp, en la Francia del noreste. La colina, con un gran valor simbólico para los habitantes de la zona, fascinó a Le Corbusier como elemento paisajístico cuando la visitó en 1950
. La vio como un poema, rodeada del bosque y flanqueada por montañas.
Le Corbusier dibuja en sus primeros bocetos a lápiz cuatro elementos en los cuatro puntos cardinales de la colina, de los cuales el central es la capilla. En el extremo sur está la residencia de las monjas; en el extremo norte se encuentra una pirámide escalonada como símbolo de paz, construida con los restos de la antigua iglesia bombardeada en la II Guerra Mundial; en el extremo oeste hay una explanada que permite actos litúrgicos para un número elevado de peregrinos, y en el extremo oeste, una estructura metálica que aloja tres campanas.
La iglesia se inauguró el 25 de junio de 1955. Por si había alguna duda, Le Corbusier la resolvió: un buen arquitecto no creyente puede realizar un edificio religioso con grandes valores arquitectónicos
. Empezando por el emplazamiento, que puede relacionarse con la Acrópolis: a los pies de la colina comienza la ascensión hasta la cima, donde se puede ver el edificio en su integridad. ¡Y menudo edificio! Los gruesos muros de mampostería pesada, revocados en blanco, se despliegan sinuosos y sobre ellos surge, repentinamente, una cubierta de hormigón natural a modo de vela.
Con ella, el edificio, enraizado en la colina, al mismo tiempo vuela. Se hunde en el suelo y nos recoge hacia la tierra; se alza en el cielo y nos levanta hacia el espacio.
Los únicos elementos religiosos en su interior son una Virgen y una cruz.
La sensación es la de una masa escultórica que bebe del cubismo, de Mondrian y también, tal vez, del barroco. Están aquí presentes las formas arquitectónicas orgánicas de los años cincuenta, como el Guggenheim de Nueva York, de Frank Lloyd Wright, o el proyecto del arquitecto estadounidense de origen finlandés Eero Saarinen en la terminal neoyorquina de la TWA. La Chapelle fue concebida con los conceptos del Modulor (sistema de combinaciones armónicas detallado por Le Corbusier a partir de la medida del hombre con la mano levantada: 226 centímetros), y en la plasticidad de la obra el arquitecto trata de expresar esa “joie interieure” (alegría interior) a la que se refiere en sus primeras concepciones arquitectónicas.
La planta se compone de una sola nave con dos entradas en las paredes laterales, un altar y tres capillas con sus respectivas torres. La puerta de entrada principal aparece recubierta por ambas caras con chapas de acero esmaltadas en colores brillantes.
La luz natural es otro de los elementos clave del edificio
. Una raya de luz de unos diez centímetros separa el techo de las paredes, produciendo así en su interior un impactante efecto escenográfico. Las ventanas son el resultado de unos agujeros en las paredes para que el movimiento de las nubes y de los árboles se constituyan en parte integrante del edificio. El sistema constructivo es simple: las paredes, blancas; el techo, gris; el suelo, de cemento y piedra; los bancos, de madera africana. La penumbra se enriquece con los haces de luces.
En algunos huecos la luz es filtrada por vidrios rojos, azules, amarillos y verdes.
Esta es la frase del arquitecto franco-suizo Le Corbusier (1887-1965) sobre la iglesia de Notre Dame du Haut, también conocida como La Chapelle. Palabras que se pueden leer en el interior de la porterie,el nuevo centro de recepción proyectado por el arquitecto italiano Renzo Piano e inaugurado en 2011.
Resulta difícil describir esta obra de Le Corbusier, uno de los ejemplos de arquitectura religiosa más acertados y exitosos del siglo XX, una construcción que puede emparentarse con el Panteón de Roma o cualquier otro icono de la historia de la arquitectura por su capacidad de emocionar. Es como una ilusión inexplicable; mientras se contempla, el tiempo no pasa. Sea por devoción o afición, lo cierto es que cada año visitan el complejo casi 100.000 personas
. El enclave es ahora un santuario doble: allí componen su oración por el semidiós de la arquitectura los amantes del oficio, muchos de ellos laicos, y rezan los católicos, subyugados por un espacio celebratorio de cuyo aura participan.
La construcción está situada sobre una colina de unos 150 metros de altura que se abre al paisaje de Ronchamp, en la Francia del noreste. La colina, con un gran valor simbólico para los habitantes de la zona, fascinó a Le Corbusier como elemento paisajístico cuando la visitó en 1950
. La vio como un poema, rodeada del bosque y flanqueada por montañas.
Le Corbusier dibuja en sus primeros bocetos a lápiz cuatro elementos en los cuatro puntos cardinales de la colina, de los cuales el central es la capilla. En el extremo sur está la residencia de las monjas; en el extremo norte se encuentra una pirámide escalonada como símbolo de paz, construida con los restos de la antigua iglesia bombardeada en la II Guerra Mundial; en el extremo oeste hay una explanada que permite actos litúrgicos para un número elevado de peregrinos, y en el extremo oeste, una estructura metálica que aloja tres campanas.
La iglesia se inauguró el 25 de junio de 1955. Por si había alguna duda, Le Corbusier la resolvió: un buen arquitecto no creyente puede realizar un edificio religioso con grandes valores arquitectónicos
. Empezando por el emplazamiento, que puede relacionarse con la Acrópolis: a los pies de la colina comienza la ascensión hasta la cima, donde se puede ver el edificio en su integridad. ¡Y menudo edificio! Los gruesos muros de mampostería pesada, revocados en blanco, se despliegan sinuosos y sobre ellos surge, repentinamente, una cubierta de hormigón natural a modo de vela.
Con ella, el edificio, enraizado en la colina, al mismo tiempo vuela. Se hunde en el suelo y nos recoge hacia la tierra; se alza en el cielo y nos levanta hacia el espacio.
Los únicos elementos religiosos en su interior son una Virgen y una cruz.
La sensación es la de una masa escultórica que bebe del cubismo, de Mondrian y también, tal vez, del barroco. Están aquí presentes las formas arquitectónicas orgánicas de los años cincuenta, como el Guggenheim de Nueva York, de Frank Lloyd Wright, o el proyecto del arquitecto estadounidense de origen finlandés Eero Saarinen en la terminal neoyorquina de la TWA. La Chapelle fue concebida con los conceptos del Modulor (sistema de combinaciones armónicas detallado por Le Corbusier a partir de la medida del hombre con la mano levantada: 226 centímetros), y en la plasticidad de la obra el arquitecto trata de expresar esa “joie interieure” (alegría interior) a la que se refiere en sus primeras concepciones arquitectónicas.
La planta se compone de una sola nave con dos entradas en las paredes laterales, un altar y tres capillas con sus respectivas torres. La puerta de entrada principal aparece recubierta por ambas caras con chapas de acero esmaltadas en colores brillantes.
La luz natural es otro de los elementos clave del edificio
. Una raya de luz de unos diez centímetros separa el techo de las paredes, produciendo así en su interior un impactante efecto escenográfico. Las ventanas son el resultado de unos agujeros en las paredes para que el movimiento de las nubes y de los árboles se constituyan en parte integrante del edificio. El sistema constructivo es simple: las paredes, blancas; el techo, gris; el suelo, de cemento y piedra; los bancos, de madera africana. La penumbra se enriquece con los haces de luces.
En algunos huecos la luz es filtrada por vidrios rojos, azules, amarillos y verdes.
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