El otoño pasado, Enrique Loewe Knappe cumplió 100 años. El patriarca,
tercera generación de los Loewe, reunió a más de cien miembros de sus
familias y lo celebró por todo lo alto. Hubo discursos, homenajes,
veladas confesiones y, sobre todo, evocaciones de un pasado que no
siempre fue mejor, ni peor. Fue el que fue: brillante, accidentado,
inspirado e incluso reinventado en beneficio de la continuidad de la
empresa que lleva el apellido desde hace un siglo y medio largo, y que
continúa siendo la única firma de lujo nacida y criada en España.
Estos días se acumulan más actos con fechas sonadas para la familia. Enrique Loewe Lynch, cuarta generación, de 72 años, se jubila a final de mes, a la vez que la Universidad Politécnica de Madrid le rinde homenaje por su labor profesional y cultural y se conmemoran sus 25 años al frente de la Fundación Loewe, que él creó. Esta sucesión de emociones y fastos, y también el deseo de cerrar capítulos y grietas, han propiciado que la historia de la familia Loewe vuelva a ser contada, esta vez desde la memoria de quien habita en ella.
“Esta es la historia de un grupo de locos alemanes que llegan a España en busca de artesanías locales y únicas, muchas de origen árabe; que se enamoran de ellas, y que hacen posible una realidad que sigue en pie y es el orgullo de lo que puede ser este tipo de negocio en España”. Habla Enrique Loewe Lynch, bisnieto del fundador, primer Enrique de la dinastía, de apellido Loewe Roessberg, que se afincó en el país y en su cultura hasta generar lo que se convertiría en un emblema del lujo único. Cuenta su bisnieto que empezó modestamente, con un taller y una tienda en un mismo local. “Un tenderete en la calle del Príncipe que en 1905 recibió el título de proveedor de la Real Casa, algo que entonces no era baladí. De hecho, a fecha de hoy nadie nos ha dicho que hayamos dejado de serlo... Durante todo el siglo XX Loewe ha estado en el itinerario obligado de la visita a España de toda clase de eminencias, y en la lista de compras de regalos de Estado y otros”. Una enorme lista de celebridades han firmado en los libros de visitas de las tiendas: el emperador etíope Haile Selassie, el presidente estadounidense Eisenhower, Orson Welles y toda la factoría cinematográfica del productor de Hollywood afincado en España Samuel Bronston.
La siguiente generación la lideró el hijo del patriarca, Enrique Loewe Hinton, cuya hermana Julia emparentó con la familia cervecera de origen alemán Mahou. Se casó tres veces, y los frutos de su segundo matrimonio, sus hijos Enrique y Germán Loewe Knappe, se convirtieron en sus continuadores. Sobre todo cuando enfermó dos años antes de la Guerra Civil española y llamó a su hijo Enrique, que estudiaba la carrera de Astronomía en Alemania, para hacerle prometer que iba a tomarle el relevo en la dirección de los asuntos de la empresa y que iba a asegurar la continuidad del acervo familiar. “Justo antes de 1936, mi padre tuvo la visión de comprar un local en la Gran Vía. Después de la guerra, esa fue la génesis de la moderna Loewe tras la hecatombe que destruyó todo lo que había sido el negocio. A mi padre se le debe que hiciera soñar a los demás: los escaparates de las tiendas, en aquella posguerra implacable, se convirtieron en un ejercicio onírico en medio del racionamiento”.
A España no llegó el Plan Marshall, pero en 1959, el día en que se inauguraba la nueva tienda insignia de Loewe en Serrano, aterrizó en Madrid Eisenhower, “la primera mano tendida por el capitalista amigo que reconocía que España merecía, si no las migajas del famoso plan, al menos una sonrisa”, comenta irónico Enrique Loewe
. “Fue un momento fascinante para las tiendas de San Sebastián y Tánger, y para el palau emblemático del paseo de Gracia de Barcelona, abierto en 1943”.
En aquella época, el negocio de Barcelona seguía en manos de Germán, hermano de Enrique Loewe Knappe. “Mi tío Germán fue rescatado por mi padre, en nombre del negocio familiar, de su reclutamiento por el ejército alemán para la campaña de Polonia en 1940.
A partir de ahí, lo protegió y le dejó crear allí su coto privado, su pequeño paraíso personal y social”.
El tío Germán controlaba la pequeña fábrica de Barcelona y lo que vendía en “su” tienda; en ocasiones, bolsos que creaba especialmente para su clientela catalana el diseñador de escaparates y bolsos de Loewe, el discreto señor Pérez
. Y Madrid se reservaba la creación de negocio y la fabricación en serie.
Fue un periodo feliz, los hermanos se repartieron la gestión durante unos 15 años.
Pero a principios de los sesenta se distanciaron. “Mi padre era dinámico y miraba al futuro; mi tío era estático y se paró en la nostalgia de cierta burguesía aristocrática”.
“Y entonces ocurrió algo extraordinario”, prosigue. “Mi padre voló. A principios de los sesenta se marchó a Londres por motivos personales y privados, causando un revuelo en la familia y en el negocio de una consideración inimaginable. Desapareció, nos abandonó.
Fue una especie de cataclismo y el inicio de una turbulenta relación entre él y los miembros de la familia, y también con sus empleados y directivos.
Aunque eso no impidió que él, que procuraba mandar a distancia a los que nos quedamos, abriera una pequeña tienda de Loewe en la shopping gallery del Hilton de Londres, que al poco tiempo saltó por los aires a causa de una bomba del IRA, para después, incansable, abrir otra, la definitiva, en Bond Street en 1969”.
Enrique Loewe Lynch entró en 1964 en la empresa tras terminar la carrera de Ciencias Económicas. No lo llamó su padre —“él es de ciencias; yo, de letras”—, sino el equipo directivo, que, huérfano periódicamente de jefe, necesitaba urgentemente a un Loewe para la empresa familiar.
“Mi padre no se pronunció, ya me había dado signos de que pensaba que yo no era el adecuado para sucederle. Pero, a pesar de mis comienzos difíciles, me convertí en la persona más feliz y más útil, y esto duró hasta 1979. Me iluminé, me contagié de la energía y el talento con que se hacían las cosas, viajé y me convertí en un comprador de belleza. Porque a Lagerfeld lo trajo mi padre a Loewe en los sesenta, pero a Armani en los setenta lo traje yo.
Y después a tantos más diseñadores que, junto al equipo que yo dirigía, ayudaron a desarrollar la imagen y los contenidos de Loewe como firma de moda. En los setenta nació el prêt-à-porter de Loewe y los perfumes
. También el anagrama, creado por el artista Vicente Vela. Aquel periodo fue fértil, trabajamos en equipo con un grupo de personas eficaz y con gusto, ese gusto natural, visceral, independiente que siempre he defendido”.
Pero también fueron tiempos de batallas internas, con el padre a caballo entre Madrid y Londres y el tío Germán distanciado literal y familiarmente de su hermano y recluido en Barcelona.
Y entonces, en 1979, aprovechando el distanciamiento entre los
hermanos Loewe Knappe, José María Ruiz Mateos y su criatura Rumasa
compraron la parte de Germán y su familia.
El hermano protegido y apartado podía por fin tomar las riendas de su destino y decirle al hermano ausente y controlador que se iba, y además a traición, con nocturnidad y alevosía. Su 30% introdujo a Rumasa en el accionariado de Loewe, con poder suficiente para paralizar un consejo.
De la noche a la mañana, Enrique Loewe Lynch y su padre se encontraron armando su oferta de comprar a los accionistas que todavía dudaban en vender.
La lucha duró dos años, hasta que se firmó una especie de paz
. “Rumasa fue como el elefante en la cacharrería, pero al final Loewe continuó su andadura. Fui nombrado presidente”.
En 1983, el Gobierno de Felipe González expropió Rumasa, de la mano de Miguel Boyer
. Y el Estado pasó a controlar Loewe, hasta que se produjo la reprivatización, para la que hubo de preparar un obligado cuaderno de venta.
Se presentaron varias ofertas para comprar la compañía; una de ellas, encabezada por el propio Enrique Loewe Lynch y sus tres directores, patrocinaba la entrada de un grupo de inversores nacionales y extranjeros liderados por el empresario Louis Urvois. Fue la que se ganó la confianza del Gobierno, contra el pronóstico que se decantaba por la inglesa Jaeger.
“Que conste que ni hubo comisiones ni nada de lo que ahora es común, ni tampoco hubo princesas mediadoras”, puntualiza Loewe Lynch.
“Al grito de ‘no habrá marca compartida’ respondieron Urvois y Asociados durante los siguientes 12 años, en los que reflotaron la empresa”.
Pero en 1986 el patriarca planteó una nueva batalla, al crear su propia sociedad, Enrique Loewe Knappe, SA, para competir con los productos de su antigua casa
. Padre e hijo se enfrentaron en el registro de la propiedad industrial, con la impugnación del registro por parte de la compañía Loewe
. En ese periodo, la firma mantenía un acuerdo muy importante con Louis Vuitton, que contemplaba la apertura de un cierto número de tiendas Loewe como expansión internacional de la marca.
Tras un largo y arduo periodo de negociaciones con el equipo de Louis Vuitton, el grupo Loewe se vendió en 1996 al gigante LVMH.
Para entonces, Enrique Loewe Lynch, que era presidente y director ejecutivo de producto en Loewe en el momento de la venta a LVMH, ya había plantado su “pica en Flandes”, la Fundación Loewe, en la que se concentró a partir de aquellas fechas.
“La Fundación nació en 1988, con la creación del Premio Loewe Internacional de Poesía.
He sido su presidente 25 años y hemos desarrollado muchas actividades culturales
. Me voy contento”, dice, “con una única pena, la de no haber podido colaborar con mi padre”.
La historia de los Loewe es la de una reinvención generacional.
Y no se acaba aquí. La quinta generación, encarnada por Sheila Loewe Boente, su hija, ya está tomando el relevo y el mando de la fundación, bajo el cielo protector que la ha designado, que no es su padre, sino la firma Loewe.
Estos días se acumulan más actos con fechas sonadas para la familia. Enrique Loewe Lynch, cuarta generación, de 72 años, se jubila a final de mes, a la vez que la Universidad Politécnica de Madrid le rinde homenaje por su labor profesional y cultural y se conmemoran sus 25 años al frente de la Fundación Loewe, que él creó. Esta sucesión de emociones y fastos, y también el deseo de cerrar capítulos y grietas, han propiciado que la historia de la familia Loewe vuelva a ser contada, esta vez desde la memoria de quien habita en ella.
“Esta es la historia de un grupo de locos alemanes que llegan a España en busca de artesanías locales y únicas, muchas de origen árabe; que se enamoran de ellas, y que hacen posible una realidad que sigue en pie y es el orgullo de lo que puede ser este tipo de negocio en España”. Habla Enrique Loewe Lynch, bisnieto del fundador, primer Enrique de la dinastía, de apellido Loewe Roessberg, que se afincó en el país y en su cultura hasta generar lo que se convertiría en un emblema del lujo único. Cuenta su bisnieto que empezó modestamente, con un taller y una tienda en un mismo local. “Un tenderete en la calle del Príncipe que en 1905 recibió el título de proveedor de la Real Casa, algo que entonces no era baladí. De hecho, a fecha de hoy nadie nos ha dicho que hayamos dejado de serlo... Durante todo el siglo XX Loewe ha estado en el itinerario obligado de la visita a España de toda clase de eminencias, y en la lista de compras de regalos de Estado y otros”. Una enorme lista de celebridades han firmado en los libros de visitas de las tiendas: el emperador etíope Haile Selassie, el presidente estadounidense Eisenhower, Orson Welles y toda la factoría cinematográfica del productor de Hollywood afincado en España Samuel Bronston.
La siguiente generación la lideró el hijo del patriarca, Enrique Loewe Hinton, cuya hermana Julia emparentó con la familia cervecera de origen alemán Mahou. Se casó tres veces, y los frutos de su segundo matrimonio, sus hijos Enrique y Germán Loewe Knappe, se convirtieron en sus continuadores. Sobre todo cuando enfermó dos años antes de la Guerra Civil española y llamó a su hijo Enrique, que estudiaba la carrera de Astronomía en Alemania, para hacerle prometer que iba a tomarle el relevo en la dirección de los asuntos de la empresa y que iba a asegurar la continuidad del acervo familiar. “Justo antes de 1936, mi padre tuvo la visión de comprar un local en la Gran Vía. Después de la guerra, esa fue la génesis de la moderna Loewe tras la hecatombe que destruyó todo lo que había sido el negocio. A mi padre se le debe que hiciera soñar a los demás: los escaparates de las tiendas, en aquella posguerra implacable, se convirtieron en un ejercicio onírico en medio del racionamiento”.
A España no llegó el Plan Marshall, pero en 1959, el día en que se inauguraba la nueva tienda insignia de Loewe en Serrano, aterrizó en Madrid Eisenhower, “la primera mano tendida por el capitalista amigo que reconocía que España merecía, si no las migajas del famoso plan, al menos una sonrisa”, comenta irónico Enrique Loewe
. “Fue un momento fascinante para las tiendas de San Sebastián y Tánger, y para el palau emblemático del paseo de Gracia de Barcelona, abierto en 1943”.
En aquella época, el negocio de Barcelona seguía en manos de Germán, hermano de Enrique Loewe Knappe. “Mi tío Germán fue rescatado por mi padre, en nombre del negocio familiar, de su reclutamiento por el ejército alemán para la campaña de Polonia en 1940.
A partir de ahí, lo protegió y le dejó crear allí su coto privado, su pequeño paraíso personal y social”.
El tío Germán controlaba la pequeña fábrica de Barcelona y lo que vendía en “su” tienda; en ocasiones, bolsos que creaba especialmente para su clientela catalana el diseñador de escaparates y bolsos de Loewe, el discreto señor Pérez
. Y Madrid se reservaba la creación de negocio y la fabricación en serie.
Fue un periodo feliz, los hermanos se repartieron la gestión durante unos 15 años.
Pero a principios de los sesenta se distanciaron. “Mi padre era dinámico y miraba al futuro; mi tío era estático y se paró en la nostalgia de cierta burguesía aristocrática”.
“Y entonces ocurrió algo extraordinario”, prosigue. “Mi padre voló. A principios de los sesenta se marchó a Londres por motivos personales y privados, causando un revuelo en la familia y en el negocio de una consideración inimaginable. Desapareció, nos abandonó.
Fue una especie de cataclismo y el inicio de una turbulenta relación entre él y los miembros de la familia, y también con sus empleados y directivos.
Aunque eso no impidió que él, que procuraba mandar a distancia a los que nos quedamos, abriera una pequeña tienda de Loewe en la shopping gallery del Hilton de Londres, que al poco tiempo saltó por los aires a causa de una bomba del IRA, para después, incansable, abrir otra, la definitiva, en Bond Street en 1969”.
Enrique Loewe Lynch entró en 1964 en la empresa tras terminar la carrera de Ciencias Económicas. No lo llamó su padre —“él es de ciencias; yo, de letras”—, sino el equipo directivo, que, huérfano periódicamente de jefe, necesitaba urgentemente a un Loewe para la empresa familiar.
“Mi padre no se pronunció, ya me había dado signos de que pensaba que yo no era el adecuado para sucederle. Pero, a pesar de mis comienzos difíciles, me convertí en la persona más feliz y más útil, y esto duró hasta 1979. Me iluminé, me contagié de la energía y el talento con que se hacían las cosas, viajé y me convertí en un comprador de belleza. Porque a Lagerfeld lo trajo mi padre a Loewe en los sesenta, pero a Armani en los setenta lo traje yo.
Y después a tantos más diseñadores que, junto al equipo que yo dirigía, ayudaron a desarrollar la imagen y los contenidos de Loewe como firma de moda. En los setenta nació el prêt-à-porter de Loewe y los perfumes
. También el anagrama, creado por el artista Vicente Vela. Aquel periodo fue fértil, trabajamos en equipo con un grupo de personas eficaz y con gusto, ese gusto natural, visceral, independiente que siempre he defendido”.
Pero también fueron tiempos de batallas internas, con el padre a caballo entre Madrid y Londres y el tío Germán distanciado literal y familiarmente de su hermano y recluido en Barcelona.
Mi padre no se pronunció cuando me propusieron ser director, ya había dado signos de pensar que yo no era el adecuado para sucederle"
El hermano protegido y apartado podía por fin tomar las riendas de su destino y decirle al hermano ausente y controlador que se iba, y además a traición, con nocturnidad y alevosía. Su 30% introdujo a Rumasa en el accionariado de Loewe, con poder suficiente para paralizar un consejo.
De la noche a la mañana, Enrique Loewe Lynch y su padre se encontraron armando su oferta de comprar a los accionistas que todavía dudaban en vender.
La lucha duró dos años, hasta que se firmó una especie de paz
. “Rumasa fue como el elefante en la cacharrería, pero al final Loewe continuó su andadura. Fui nombrado presidente”.
En 1983, el Gobierno de Felipe González expropió Rumasa, de la mano de Miguel Boyer
. Y el Estado pasó a controlar Loewe, hasta que se produjo la reprivatización, para la que hubo de preparar un obligado cuaderno de venta.
Se presentaron varias ofertas para comprar la compañía; una de ellas, encabezada por el propio Enrique Loewe Lynch y sus tres directores, patrocinaba la entrada de un grupo de inversores nacionales y extranjeros liderados por el empresario Louis Urvois. Fue la que se ganó la confianza del Gobierno, contra el pronóstico que se decantaba por la inglesa Jaeger.
“Que conste que ni hubo comisiones ni nada de lo que ahora es común, ni tampoco hubo princesas mediadoras”, puntualiza Loewe Lynch.
“Al grito de ‘no habrá marca compartida’ respondieron Urvois y Asociados durante los siguientes 12 años, en los que reflotaron la empresa”.
Pero en 1986 el patriarca planteó una nueva batalla, al crear su propia sociedad, Enrique Loewe Knappe, SA, para competir con los productos de su antigua casa
. Padre e hijo se enfrentaron en el registro de la propiedad industrial, con la impugnación del registro por parte de la compañía Loewe
. En ese periodo, la firma mantenía un acuerdo muy importante con Louis Vuitton, que contemplaba la apertura de un cierto número de tiendas Loewe como expansión internacional de la marca.
Tras un largo y arduo periodo de negociaciones con el equipo de Louis Vuitton, el grupo Loewe se vendió en 1996 al gigante LVMH.
Para entonces, Enrique Loewe Lynch, que era presidente y director ejecutivo de producto en Loewe en el momento de la venta a LVMH, ya había plantado su “pica en Flandes”, la Fundación Loewe, en la que se concentró a partir de aquellas fechas.
“La Fundación nació en 1988, con la creación del Premio Loewe Internacional de Poesía.
He sido su presidente 25 años y hemos desarrollado muchas actividades culturales
. Me voy contento”, dice, “con una única pena, la de no haber podido colaborar con mi padre”.
La historia de los Loewe es la de una reinvención generacional.
Y no se acaba aquí. La quinta generación, encarnada por Sheila Loewe Boente, su hija, ya está tomando el relevo y el mando de la fundación, bajo el cielo protector que la ha designado, que no es su padre, sino la firma Loewe.
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