Juan Benet solía destruir, o deconstruir, los libros que
presentaba, incluidos los suyos
. E incluyendo a los autores, empezando también por sí mismo. Sus presentaciones fueron legendarias y temibles; se ocupaba, en lo que decía, del lomo del libro, del que lo había escrito, si no lo había escrito él; rompía ante los atónitos ojos del editor la ilusión de que una vez publicados los libros de los amigos son perfectos, y arremetía contra sus amigos con una cordialidad violenta: los abrazaba al mismo tiempo que les lanzaba al rostro la más feroz de sus carcajadas.
Todo era una figuración, una actuación, que al final se celebraba no sólo como el conjunto de una serie de ocurrencias geniales sino como un espectáculo inteligente que animaba el sopor habitual en que se convierten estas misas paganas que son las presentaciones de libros
. Una vez Benet presentó así un libro suyo, En la penumbra, con la que Alfaguara comenzaba, en 1969, una nueva etapa en la insólita y atrevida trayectoria de sus diseños de cubiertas, ideadas desde que la dirigió Jaime Salinas por el genial Enric Satué. Como aquellas cubiertas estaban (y están) más inclinadas a contentar al mercado que a seguir la antigua sobriedad que hubo en el origen de aquella Alfaguara que había dirigido Salinas, Benet dedicó la mayor parte de su discurso a poner verdes a los editores.
Anoche estuve en la presentación de Érase una vez, el libro que recoge las columnas de David Trueba, y estuve pensando en el transcurso de la celebración en aquellas atronadoras presentaciones de Benet. Este volumen de artículos ha sido publicado por Debate, en una bellísima edición, contra la que nadie fue, de modo que el editor, Miguel Aguilar, que estaba en la trastienda de La Buena Vida, la buena librería donde se produjo el acontecimiento, podía tomarse tranquilo unas cervezas mientras se desarrollaban las intervenciones.
La Buena Vida es una librería que tiene el nombre del primer título cinematogrático del segundo cineasta de apellido Trueba (el primero es Fernando, el segundo es David y el tercero estaba allí, es Jonás, el hijo de Fernando). La librería es de Jesús Trueba, hermano de David y de Fernando, que de vez en cuando, desde el cuadro de mandos del establecimiento, se ocupaba de responder a la más genial de las presentadoras que he conocido hasta el momento (después de Juan Benet).
Esta presentadora insólita es Aixa López, periodista, que de chica pasaba los veranos en El Pimpollar, Ávila, con la abundante familia Trueba, cuya madre también estaba presente en el acto. Esa información privilegiada sobre la infancia y la adolescencia de David le proporcionó a Aixa materia más que suficiente para someter al autor a una deconstrucción sistemática de cada uno de los recovecos de su personalidad. Lo hizo de manera implacable y delirante, como si lo hubiera colgado de un árbol y lo fuera desnudando poco para que los demás supieran, o no, de dónde le vienen al escritor que también es cineasta las distintas habilidades (de todo tipo) que lo adornan.
Como además estudió con él periodismo en la Complutense, Aixa sabe de su vida y miserias, y grandezas, y las contó todas como si estuviera levantando un acta notarial con el estilo que hay dentro de los refrescos vitriólicos que ya llevan el alcohol dentro. Y como ha seguido siendo su amiga muy atenta, desde el periodismo y desde la vida cotidiana, y muy seguramente su lectora más implacable, se fijó en todas las manías públicas y privadas de uno de los columnistas más inteligentes que tiene el periodismo de este país.
Aixa contó anécdotas vividas por ella, discutió otras, relató milagros infantiles, escarceos adolescentes, también eróticos, o similares, contó hazañas periodísticas de Trueba, mientras éste permanecía impávido, como un personaje caracterizado por Alberto Sordi, por Luis Ciges o por José Luis López Vázquez
. De vez en cuando, en los momentos en que esto era requerido por el guión imaginario que fue construyendo (y deconstruyendo Aixa), Trueba le daba paso a Fernando Ramallo, actor de su primera película, para que leyera algunos textos evocados al desgaire por la deconstructora, y a Lucía Jiménez, cantante, actriz también en La buena vida, para que interpretara algunas canciones escritas por David o preferidas por él.
David Trueba es, como discípulo muy querido de Rafael Azcona, capaz de todas las cosas, pero sobre todo capaz de no apabullar con su ingenio; el suyo es un ingenio tranquilo, una inteligencia (como decimos los canarios) desinquieta; sus columnas están llenas de sentido común, y llegan a los extremos de Monty Python desde la inteligencia narrativa de Cabrera Infante. Leerle es reconciliarse con el sentido común. Estas columnas, leídas ahora como se leería Rayuela, responden a la esencia de esa fábrica.
Esta presentación a la que asistió estólido como Buster Keaton y como esos otros actores parecía una columna suya, las carcajadas serenas incluidas. Compren el libro; es nuevo, e incluso lo ya conocido es nuevo. Cuando me fui del acto sentí que ahí dentro, a pesar de la calefacción, hacía más fresco que fuera.
. E incluyendo a los autores, empezando también por sí mismo. Sus presentaciones fueron legendarias y temibles; se ocupaba, en lo que decía, del lomo del libro, del que lo había escrito, si no lo había escrito él; rompía ante los atónitos ojos del editor la ilusión de que una vez publicados los libros de los amigos son perfectos, y arremetía contra sus amigos con una cordialidad violenta: los abrazaba al mismo tiempo que les lanzaba al rostro la más feroz de sus carcajadas.
Todo era una figuración, una actuación, que al final se celebraba no sólo como el conjunto de una serie de ocurrencias geniales sino como un espectáculo inteligente que animaba el sopor habitual en que se convierten estas misas paganas que son las presentaciones de libros
. Una vez Benet presentó así un libro suyo, En la penumbra, con la que Alfaguara comenzaba, en 1969, una nueva etapa en la insólita y atrevida trayectoria de sus diseños de cubiertas, ideadas desde que la dirigió Jaime Salinas por el genial Enric Satué. Como aquellas cubiertas estaban (y están) más inclinadas a contentar al mercado que a seguir la antigua sobriedad que hubo en el origen de aquella Alfaguara que había dirigido Salinas, Benet dedicó la mayor parte de su discurso a poner verdes a los editores.
Anoche estuve en la presentación de Érase una vez, el libro que recoge las columnas de David Trueba, y estuve pensando en el transcurso de la celebración en aquellas atronadoras presentaciones de Benet. Este volumen de artículos ha sido publicado por Debate, en una bellísima edición, contra la que nadie fue, de modo que el editor, Miguel Aguilar, que estaba en la trastienda de La Buena Vida, la buena librería donde se produjo el acontecimiento, podía tomarse tranquilo unas cervezas mientras se desarrollaban las intervenciones.
La Buena Vida es una librería que tiene el nombre del primer título cinematogrático del segundo cineasta de apellido Trueba (el primero es Fernando, el segundo es David y el tercero estaba allí, es Jonás, el hijo de Fernando). La librería es de Jesús Trueba, hermano de David y de Fernando, que de vez en cuando, desde el cuadro de mandos del establecimiento, se ocupaba de responder a la más genial de las presentadoras que he conocido hasta el momento (después de Juan Benet).
Esta presentadora insólita es Aixa López, periodista, que de chica pasaba los veranos en El Pimpollar, Ávila, con la abundante familia Trueba, cuya madre también estaba presente en el acto. Esa información privilegiada sobre la infancia y la adolescencia de David le proporcionó a Aixa materia más que suficiente para someter al autor a una deconstrucción sistemática de cada uno de los recovecos de su personalidad. Lo hizo de manera implacable y delirante, como si lo hubiera colgado de un árbol y lo fuera desnudando poco para que los demás supieran, o no, de dónde le vienen al escritor que también es cineasta las distintas habilidades (de todo tipo) que lo adornan.
Como además estudió con él periodismo en la Complutense, Aixa sabe de su vida y miserias, y grandezas, y las contó todas como si estuviera levantando un acta notarial con el estilo que hay dentro de los refrescos vitriólicos que ya llevan el alcohol dentro. Y como ha seguido siendo su amiga muy atenta, desde el periodismo y desde la vida cotidiana, y muy seguramente su lectora más implacable, se fijó en todas las manías públicas y privadas de uno de los columnistas más inteligentes que tiene el periodismo de este país.
Aixa contó anécdotas vividas por ella, discutió otras, relató milagros infantiles, escarceos adolescentes, también eróticos, o similares, contó hazañas periodísticas de Trueba, mientras éste permanecía impávido, como un personaje caracterizado por Alberto Sordi, por Luis Ciges o por José Luis López Vázquez
. De vez en cuando, en los momentos en que esto era requerido por el guión imaginario que fue construyendo (y deconstruyendo Aixa), Trueba le daba paso a Fernando Ramallo, actor de su primera película, para que leyera algunos textos evocados al desgaire por la deconstructora, y a Lucía Jiménez, cantante, actriz también en La buena vida, para que interpretara algunas canciones escritas por David o preferidas por él.
David Trueba es, como discípulo muy querido de Rafael Azcona, capaz de todas las cosas, pero sobre todo capaz de no apabullar con su ingenio; el suyo es un ingenio tranquilo, una inteligencia (como decimos los canarios) desinquieta; sus columnas están llenas de sentido común, y llegan a los extremos de Monty Python desde la inteligencia narrativa de Cabrera Infante. Leerle es reconciliarse con el sentido común. Estas columnas, leídas ahora como se leería Rayuela, responden a la esencia de esa fábrica.
Esta presentación a la que asistió estólido como Buster Keaton y como esos otros actores parecía una columna suya, las carcajadas serenas incluidas. Compren el libro; es nuevo, e incluso lo ya conocido es nuevo. Cuando me fui del acto sentí que ahí dentro, a pesar de la calefacción, hacía más fresco que fuera.
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