Fotografia de Peter Lindbergh. (1990)
Time era la biblia. Y la sagrada escritura del periodismo había dedicado su portada del 16 de noviembre de 1991 a las supermodelos. La imagen de su cover era Naomi Campbell. Tenía 21 años. El súbtítulo del reportaje era Beauty and the bucks. Belleza y pasta. En el interior, se describía, con el rigor y maestría legendarios en la mejor revista del mundo (que unas semanas antes había llevado en esa primera página la Guerra del Golfo, la corrupción en la recién fenecida Unión Soviética o la destrucción de la capa de ozono), el complejo fenómeno económico y mediático unido al fenómeno de las top model. Hasta esos días, ignorábamos todo ellas. No tenían nombre. En los ochenta, Lauren Hutton, Iman e Inès de la Fressange habían abierto el camino. Pero esta nueva generación era otra cosa. Un terremoto. Movía millones en publicidad y marketing. Y copaba las páginas de las grandes publicaciones de moda y protagonizaba en incipiente universo de los vídeoclips. Un par de meses antes, Canal + ya había producido un documental en blanco y negro llamado Models, dirigido por el fotógrafo Peter Lindbergh, uno de los primeros que retrataron a las nuevas divas de la moda. Nosotros también queríamos explorar ese planeta.
Linda Evangelista fotografiada en 1992 en el Retiro. Fotografía de Chema Conesa.
Se decidió hacer un gran reportaje sobre las top en El País
Semanal. Salimos de pesca. Hablamos con los conseguidores. Cebamos el anzuelo.
Lanzamos el sedal. Resultado negativo. Imposible entrevistar a Linda
Evangelista, Claudia Schiffer, Cindy Crawford, Christy Turlington, Stephanie
Seymour, Karen Mulder o Helena Christensen. Menos aún fotografiarlas. No tenían
tiempo. Pedían mucho dinero. Nosotros no pagábamos. Además, Evangelista había
lanzado al orbe una frase que se convertiría en el eslogan de aquella
generación de modelos que se iba a convertir en un icono de los 90: “No me levanto de la cama por menos de
10.000 dólares”. En ese terreno jugábamos. Aguardamos.
Claudia Schiffer en el desfile de Loewe de 1992 /Ch. C.
La ocasión llegó cuatro meses más tarde. Loewe, que estaba alcanzando
las seguras costas del grupo LVMH, quería darle una vuelta a su solemne imagen
y hacer sus pinitos en el prêt à porter. Extender el negocio. Sonar. Ser cool.
Tiró de talonario y fichó a la primera división para su desfile
inaugural en el Retiro madrileño. Su músculo financiero era cuestionable, pero
sus perfumes daban mucho de sí (como aún ocurre hoy). Sus responsables echaron
el resto. Había que aprovechar la ocasión. Hablamos con ellos. Nadie nos
prometió nada. Ningún acceso estaba asegurado. Las top eran muy
jóvenes, muy ricas; muy
volubles; caprichosas y rodeadas de aduladores y buscavidas. Habían
abandonado el hogar siendo casi unas niñas. No nos iban a dedicar ni una
caída de ojos. Probamos suerte. En la mañana del 19 de febrero de 1992,
el
fotógrafo Chema Conesa y yo nos plantamos en el cuartel general del
evento en
Madrid. Habían llegado la noche anterior. Sólo Linda Evangelista, la número
uno, que tenía 26 años, aterrizaba esa misma madrugada desde París
en avión privado. Cobraría cada una 18.000 euros de la época por unas
horas de trabajo.
Evangelista horas después de entrevistarla /Ch. C.
Nunca supe si nos colamos o nos colaron.
Si fuimos listos o,
Carmen Valiño, la responsable de comunicación de Loewe, hizo un gesto
imperceptible
a los matones de la puerta para que tuvieran manga ancha con esos dos
pobres mortales. Entramos inopinadamente en El Dorado. En un comedor
blanco, minimalista y zen, repleto de mujeres muy jóvenes de una belleza
apabullante que se
movían en vaqueros y camiseta con la majestuosidad y el desenfado con el
que se levita sobre una improvisada
alfombra roja, bookers solícitos y camareros que servían un sofisticado brunch mezcla parisiense y mediterráneo en el que
abundaba el champagne. Nadie sabía que éramos periodistas. Nos sentamos y
observamos. Fue un placer de un par de horas. En la crónica que al día
siguiente hice para la última de EL PAIS, describí así aquella situación bajo el título
Las inaccesibles reinas de la pasarela: “Evangelista, Naomi Campbell y la rubia
Karen Mulder compartieron muy sonrientes mesa, conversación, tortilla de patata
y mediasnoches de jamón. La que ha sido definida como la nueva Brigitte Bardot,
Claudia Schiffer, la más arreglada del grupo, en su Chanel minifaldero, comió
pasteles y fresas sin dirigirles la palabra. Tras el almuerzo, peregrinación para
llamar al novio. El primer problema del día había surgido cuando la divina
Evangelista exigió un teléfono portátil, utensilio del que carecía la
organización y que hubo que comprar precipitadamente para satisfacer a Linda
-que se ofreció a pagarlo de su bolsillo-, y que las modelos extranjeras usaron
con profusión. Naomi Campbell -enfundada en un estrechísimo vestido estampado
con mariposas y con las mismas botas de tacón que su íntima Linda- lo intentó
media docena de veces sin éxito y se marchó al camerino de morros sin haber
podido comunicar -quién sabe- con Robert de Niro o el devaluado boxeador Mike Tyson”.
Evangelista en acción /Ch. C.
Estábamos envalentonados. Teníamos una historia. Tras los
postres, fuimos directos a por Linda Evangelista, canadiense de origen
italiano, de origen humilde; una modelo rubia, morena o pelirroja según exigiera
el guión, que no había conseguido el provinciano título de Miss Niágara
en su
adolescencia, pero fue reclutada a comienzos de los 80 por el hombre que
se
casaría en 1987, Gerald Marie, un agente de modelos de aspecto
patibulario y compañero de farra del que se iba a convertir en fotógrafo
oficial de las top, Peter Lindbergh, que pasaría
a la historia junto a su socio John Casablancas, por dar a luz en una noche de
vino y rosas al fenómeno de las top model. En aquel artículo de febrero de 1992
describía así el encuentro con Evangelista: "Fuera del pabellón, los fotógrafos
esperaban una ocasión para retratar a las top. No la hubo. La consigna de la
organización era: "Fotos no, entrevistas no, ruedas de prensa no".
Sólo Linda Evangelista se dignó mantener una conversación con EL PAÍS, eso sí,
repitiendo a cada segundo durante los 15 minutos que duró la entrevista la
misma frase: "Solo dos preguntas".
Claudia Schiffer vestida de novia en el desfile /Ch. C.
Acorralamos a Evangelista. Accedió. Sin maquillar, con gesto
cansado, y de negro total, accedió a que Conesa le hiciera unos retratos sin
luz ni sentido ante un muro de ladrillo. El fotógrafo, con su escueto inglés,
intentaba que la top no diera la espantada en el minuto uno con
unas
pocas frases: “Great, Linda. Great Linda”. “Beautiful”. “Just a moment,
Linda”. Y disparaba. Mientras, yo la interrogaba con un catálogo de
lugares comunes. Su guardaespaldas se movía inquieto. La mejor
respuesta de Evangelista apareció con la última cuestión. Cuando le
pregunté si se consideraba la número uno del negocio. Me
miró de arriba abajo con su bellísima cara de malvada y sentenció: “Mire, yo soy
una persona no un número. Nunca he pensado en mí misma como en la ocho o la
ochenta. Soy Linda Evangelista, no he reemplazado a nadie y nadie puede
reemplazarme. Y cuando llegue el final estará bien, porque habré hecho lo que
quería hacer y habré obtenido lo que quería obtener”. La entrevista fue portada
de El País Semanal el 15 de marzo de 1992, con unas fotografías de Karl
Lagerfeld que nos cedió Chanel. Lagerfeld ya no sólo quería ser modista;
quería ser artista.
John Casablancas y Gerald Marie, los creadores del fenómeno 'top model'.
Nunca más volví a ocuparme del mundo de las modelos. El
fenómeno comenzó a renquear al finales de la década, con la sucesión de
escándalos, drogas, amores locos con actores y financieros y excentricidades rizando
el rizo de unas supermodelos cada vez más ricas y pasadas. Al tiempo, había surgido
una nueva generación de top procedentes de Rusia y Brasil, nativas de la era de la información y con un canon que
oscilaba entre la belleza apoteósica y la cabeza fría de Gisele Bündchen y la
belleza inquietante y la cabeza caliente de Kate Moss. Era la decadencia del imperio de las chicas de la agencia Elite. En noviembre de 1999, un
reportaje de la BBC con cámara oculta dirigido por Donald MacIntyre bajo el
título, La moda al descubierto, desvelaba los sucios hábitos sexuales y
económicos de Gerald Marie, el pope del fenómeno de las top, y el copropietario de Elite, inmerso en un mundo de
corruptores de menores empolvados en cocaína. Un año antes la CBS ya había emitido otro reportaje que desvelaba como aspirantes a top menores de edad eran iniciadas en el consumo de drogas por los responsables de algunas agencias. La santísima trinidad de las denuncias se completaba con el libro del reportero de The New York Times, Michael Gross, titulado El feo negocio de las mujeres más bellas.
Gerald Marie en la actualidad.
Marie nos recibió en París en el frío espacio industrial que
albergaba la sede europea de la agencia Elite, en la que habían militado todas
las grandes, la primera, su ex mujer, Linda Evangelista. Solo una
semana antes, Marie había concedido su primera entrevista a Talk, la revista neoyorquina creada por la
periodista Tina Brown, ex directora de The New Yorker y Vanity Fair (que intentaba guillotinar sin éxito a sus antiguas publicaciones). Oliviero Toscani le hizo una
serie de retratos desnudo para Talk y EL PAIS. Cuando
nos llegó el turno de hablar con él, la entrevista con Gerald Marie fue
muy desagradable. Era un pavo real sin escrúpulos que no se arrepentía
de nada. Entró en infinitos pleitos con la BBC. Salió airoso. Era
insumergible. Mi primera impresión del personaje, reflejado en
un reportaje de El País Semanal de junio de 2000, con el título Cuchillos en la
pasarela, fue esta: “El aspecto del presidente de Elite Europa es inquietante.
Mediana estatura, grandes hombros, espalda cuadrada, cintura estrecha, muy
bronceado, sonrisa reluciente, nariz de boxeador. Cada arruga de su rostro
parece guardar un secreto. Cuando desciende de un Volvo S80 con chófer seguido
por su última novia brasileña, antes de entrar en sus oficinas, observa a un
lado y otro de la calle con inquietud”.
Fotografía de Chema Conesa.
Tras esa introducción, el primer párrafo del reportaje era definitorio y definitivo. podría haber sido también el último: “Un
cerdo con las mujeres. Un genio de los negocios. Este es Gerald Marie, el
hombre que construyó el mundo irreal de las top model. Que se inventó a Linda
Evangelista y Naomi Campbell. Y ganó muchos millones de dólares. Depredador sexual
y uno de los mejores agentes de modelos de la historia. Un acróbata que tras
recibir hace seis meses en plena línea de flotación un mortal torpedo en forma
de escándalo periodístico, ha vivido para contarlo. Y, de rebote, se ha deshecho
de su amigo, patrón y eterno rival (en la cama y los negocios), durante tres décadas:
John Casablancas, fundador de la agencia Elite y ex marido de Stephanie Seymour”. Casablancas y Marie son historia. Y las top, acercándose a los cincuenta, dan sus postreros coletazos publicitarios y apadrinan colecciones de grandes almacenes.
Algunas probaron con escaso éxito el mundo del cine. Todas eran muy malas actrices. Basta revisualizar los trabajos de Schiffer, Carla Bruni o Elle Macpherson. Sólo Kate Moss, que nunca formó parte realmente del lobby y siempre fue por libre, ha seguido dando guerra con su inimitable estilo de adolescente cockney. El pasado mes de diciembre el Vanity (auténtico) le dedicó su portada con el siguiente subtítulo: "Sexo, drogas y Johnny Depp". Genio y figura. Once años antes, otra periodista de EL PAIS, Eugenia de la Torriente, ya había contado su historia en las mismas páginas de El Pais Semanal. El resultado: El regreso de las top. El eterno suma y sigue del periodismo.
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