Niños grandes y perros viejos...
Como lo presencié en Las Palmas, en enero, durante la visita al estudio del pintor R.
Y es, casi, lo que puedo ver observando a Minish, que está mayor y
suplica, aunque luego se pase horas en silencio mirando el brazo de una
butaca.
O a saber qué mira, o si en realidad no es que mire o vea, sino
que tiene los ojos semiabiertos ahí en el borde, y todo su cuerpo es una
gran resignación, una sabiduría tampoco sé si impuesta por la genética,
solo un estar callado, esperando el corte final.
Y así andamos nosotros. Pendientes de la marejada y pendientes de las
cuadernas de la barca. Avanzando y al mismo tiempo tratando de hacer
posible el avance, de momento sin saber para qué vale la pena avanzar.
La otra mañana, en la barbería, como un almendro trasquilado, toda la sombra por los suelos de ricillos canos.
De momento, levantamos los huesos al viento, como en desafío. Sería
hermoso terminar así, de pie, avanzando los huesos al vendaval que nos
desbarate. Como la misma furia calmada con la que virábamos el rostro
para recibir el golpe de la Madre.
Blog Virtual de Jose Carlos Cataño
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