¿Qué permanecerá de los vestidos de la 85ª edición de los Premios Oscar? Las costuras en el pecho de Anne Hathaway y la caída de Jennifer Lawrence
al subir al escenario.
El hecho de que las dos protagonistas cinematográficas de la noche vean sus esperadas apariciones limitadas a estas anécdotas debería hacer reflexionar a las industrias del cine y de la moda acerca de cómo gestionan sus vampíricas relaciones.
Las compañías de lujo, convertidas en corporaciones multinacionales que facturan miles de millones de euros al año, necesitan el alcance que estos premios y estas mujeres les proporcionan.
Ellas, por su parte, no solo convierten este interés en una fuente de ingresos gracias a contratos publicitarios. Además, es una carta de presentación. En el escenario híperprofesionalizado en el que se ha convertido la alfombra roja, cualquier aparición hace las veces de un casting. El papel al que se opta es tan difuso como deseado: el estrellato global.
Un caso que ejemplifica esta relación es el de Jennifer Lawrence con Dior.
La actriz estadounidense fue elegida el año pasado como imagen de la marca tras la llegada de su nuevo director creativo, Raf Simons
. Se unía a Marion Cotillard o Charlize Theron para anunciar productos de la casa.
Esta semana han aparecido las primeras imágenes de Lawrence para Dior, que corresponden a una línea de bolsos.
A nadie le ha sorprendido que Lawrence haya vestido de la firma en casi todas las galas del circuito de premios de este año: Globos de Oro, BAFTA, SAG y Oscar
. Con estas apariciones, Lawrence se ha envuelto con el aroma de la alta costura francesa y se ha alejado de la imagen juvenil de Los juegos del hambre. Por su parte, Dior ha conseguido gran impacto mediático y ha rejuvenecido su perfil.
Parecería un matrimonio muy bien avenido si no fuera porque Lawrence recogió el premio SAG sujetándose la falda que se le rompió al subir y el Oscar trastabillando por un tropiezo.
En ambos casos las creaciones de Simons eran exquisitas, pero cabe preguntarse ¿hay auténtico diálogo entre esta pareja?
Probablemente no.
Entre otras cosas, porque entre ellos media un complejo entramado de intermediarios. Lawrence no es una modelo, sino una chica de 22 años que afirma haber crecido vestida con ropa de chico y que destaca por su espontaneidad.
Estos complicados trajes de alta costura no parecen, precisamente, la horma de su zapato. Es un detalle en el que alguien –su estilista– debería pensar al vestirla. Por mucho que la alfombra roja sea cada vez más una pasarela, aquí no solo se trata de enseñar productos
. O no debería. De ahí que Charlize Theron, mucho más cómoda con su diseño de Dior, incluyera a la estilista Leslie Fremar en sus agradecimientos.
El cruce de comunicados sobre el traje de Hathaway habla también del funcionamiento de la maquinaria. La vertiginosa forma en la que hoy demandamos esta información, la cantidad de soportes que la reproducen y los intereses comerciales implicados han convertido en norma que las firmas envíen notas de prensa -antes, durante y después de las ceremonias- informando de la ropa, joyas, bolsos o zapatos que han prestado a las actrices.
No por repetido es menos asombroso que el año pasado una firma reivindicara la autoría del sujetador que llevaba la actriz Bérénice Bejo.
Horas antes de la gala de ayer, Valentino informó a algunos medios que Hathaway –como Sally Field, Jennifer Aniston y Hilary Swank– vestiría de la firma
. Era lo que todo el mundo esperaba que hiciera y la noticia se difundió en pocos minutos. Pero la actriz, al final, apareció de Prada.
Según su propio testimonio eligió ese diseño rosa claro “tres horas antes”
. Pudo ser un signo de independencia, pánico al descubrir que su traje era demasiado parecido al de su compañera de reparto o, simplemente, un caso de ‘la opinión del camarero’
. Una teoría esgrimida por el Valentino, gran amigo de Hathway y el diseñador que la vistió en su boda el pasado septiembre, para explicar el estado de la relación entre actrices y diseñadores.
“La alfombra roja es muy divertida, pero estas mujeres últimamente escuchan a demasiada gente. Además del diseñador, contratan a su propio consejero, y luego, cuando ya están listas, si aparece un camarero y les dice '¡Uh! Estás mejor con el otro vestido', corren a cambiarse.
Después de 45 años de profesión, sé ver si alguien está sensacional o solo regular”, aseguraba en una conversación en Roma hace ya un lustro.
Con algo más de tiempo y una comunicación más directa, el traje de Prada se hubiera ajustado o se hubiera podido estudiar la conveniencia del corte. Rachel Zoe, una estilista tan famosa como sus clientas, es la responsable de vestir a la actriz.
Valentino pasó horas de confidencias con Jackie Kennedy, pero hoy son las estilistas como Zoe quienes establecen ese vínculo.
Una pieza más en el engranaje que no facilita el diálogo entre creadores y estrellas.
Lo que resulta paradójico ya que las producciones estilísticas para la alfombra roja se han convertido en complejas operaciones, llenas de secretos y estrategia.
De hecho, los trajes ya no salen casi nunca de las colecciones comerciales, sino que están realizados “a medida”. Lo que no está claro es a la medida de quién.
El hecho de que las dos protagonistas cinematográficas de la noche vean sus esperadas apariciones limitadas a estas anécdotas debería hacer reflexionar a las industrias del cine y de la moda acerca de cómo gestionan sus vampíricas relaciones.
Las compañías de lujo, convertidas en corporaciones multinacionales que facturan miles de millones de euros al año, necesitan el alcance que estos premios y estas mujeres les proporcionan.
Ellas, por su parte, no solo convierten este interés en una fuente de ingresos gracias a contratos publicitarios. Además, es una carta de presentación. En el escenario híperprofesionalizado en el que se ha convertido la alfombra roja, cualquier aparición hace las veces de un casting. El papel al que se opta es tan difuso como deseado: el estrellato global.
Un caso que ejemplifica esta relación es el de Jennifer Lawrence con Dior.
La actriz estadounidense fue elegida el año pasado como imagen de la marca tras la llegada de su nuevo director creativo, Raf Simons
. Se unía a Marion Cotillard o Charlize Theron para anunciar productos de la casa.
Esta semana han aparecido las primeras imágenes de Lawrence para Dior, que corresponden a una línea de bolsos.
A nadie le ha sorprendido que Lawrence haya vestido de la firma en casi todas las galas del circuito de premios de este año: Globos de Oro, BAFTA, SAG y Oscar
. Con estas apariciones, Lawrence se ha envuelto con el aroma de la alta costura francesa y se ha alejado de la imagen juvenil de Los juegos del hambre. Por su parte, Dior ha conseguido gran impacto mediático y ha rejuvenecido su perfil.
Parecería un matrimonio muy bien avenido si no fuera porque Lawrence recogió el premio SAG sujetándose la falda que se le rompió al subir y el Oscar trastabillando por un tropiezo.
En ambos casos las creaciones de Simons eran exquisitas, pero cabe preguntarse ¿hay auténtico diálogo entre esta pareja?
Probablemente no.
Entre otras cosas, porque entre ellos media un complejo entramado de intermediarios. Lawrence no es una modelo, sino una chica de 22 años que afirma haber crecido vestida con ropa de chico y que destaca por su espontaneidad.
Estos complicados trajes de alta costura no parecen, precisamente, la horma de su zapato. Es un detalle en el que alguien –su estilista– debería pensar al vestirla. Por mucho que la alfombra roja sea cada vez más una pasarela, aquí no solo se trata de enseñar productos
. O no debería. De ahí que Charlize Theron, mucho más cómoda con su diseño de Dior, incluyera a la estilista Leslie Fremar en sus agradecimientos.
El cruce de comunicados sobre el traje de Hathaway habla también del funcionamiento de la maquinaria. La vertiginosa forma en la que hoy demandamos esta información, la cantidad de soportes que la reproducen y los intereses comerciales implicados han convertido en norma que las firmas envíen notas de prensa -antes, durante y después de las ceremonias- informando de la ropa, joyas, bolsos o zapatos que han prestado a las actrices.
No por repetido es menos asombroso que el año pasado una firma reivindicara la autoría del sujetador que llevaba la actriz Bérénice Bejo.
Horas antes de la gala de ayer, Valentino informó a algunos medios que Hathaway –como Sally Field, Jennifer Aniston y Hilary Swank– vestiría de la firma
. Era lo que todo el mundo esperaba que hiciera y la noticia se difundió en pocos minutos. Pero la actriz, al final, apareció de Prada.
Según su propio testimonio eligió ese diseño rosa claro “tres horas antes”
. Pudo ser un signo de independencia, pánico al descubrir que su traje era demasiado parecido al de su compañera de reparto o, simplemente, un caso de ‘la opinión del camarero’
. Una teoría esgrimida por el Valentino, gran amigo de Hathway y el diseñador que la vistió en su boda el pasado septiembre, para explicar el estado de la relación entre actrices y diseñadores.
“La alfombra roja es muy divertida, pero estas mujeres últimamente escuchan a demasiada gente. Además del diseñador, contratan a su propio consejero, y luego, cuando ya están listas, si aparece un camarero y les dice '¡Uh! Estás mejor con el otro vestido', corren a cambiarse.
Después de 45 años de profesión, sé ver si alguien está sensacional o solo regular”, aseguraba en una conversación en Roma hace ya un lustro.
Con algo más de tiempo y una comunicación más directa, el traje de Prada se hubiera ajustado o se hubiera podido estudiar la conveniencia del corte. Rachel Zoe, una estilista tan famosa como sus clientas, es la responsable de vestir a la actriz.
Valentino pasó horas de confidencias con Jackie Kennedy, pero hoy son las estilistas como Zoe quienes establecen ese vínculo.
Una pieza más en el engranaje que no facilita el diálogo entre creadores y estrellas.
Lo que resulta paradójico ya que las producciones estilísticas para la alfombra roja se han convertido en complejas operaciones, llenas de secretos y estrategia.
De hecho, los trajes ya no salen casi nunca de las colecciones comerciales, sino que están realizados “a medida”. Lo que no está claro es a la medida de quién.
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