Un Blues

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12 feb 2013

El pontífice que trató de romper el silencio sobre los abusos sexuales

Benedicto XVI trató de acabar con la impunidad hacia los eclesiásticos pederastas y ordenó "tolerancia cero" con el problema.

La irlandesa Marie Collins (izquierda) fue víctima de abusos sexuales en la infancia. Contó su caso en un simposio especial en Roma en 2012. / Andreas Solaro (Afp)

Los escándalos por los abusos sexuales de sacerdotes a menores han marcado la etapa de Benedicto XVI al frente de la Iglesia católica
. Joseph Ratzinger, que dejará su cargo el 28 de febrero, ha sido el primer obispo de Roma que se ha enfrentado al problema.
 Un mal arrastrado durante décadas y silenciado por sus predecesores, especialmente Juan Pablo II. Ratzinger llegó a desandar el camino de su antecesor, que aupó a los Legionarios de Cristo, al investigar a su fundador, Marcial Maciel, por decenas de denuncias de abusos a menores, entre otras cosas.
En los siete años que ha durado su pontificado, las denuncias por pederastia no han dejado de salir a la luz y han asediado a un Joseph Ratzinger que se ha visto obligado a dar la cara, entonar el mea culpa, pedir perdón a las víctimas por los años de silencio y a emprender una política más activa al descorrer el velo y dejar de mirar hacia otro lado.
 Los abusos en el seno de la Iglesia no eran un tema desconocido para el cardenal alemán.
 Antes de ser elegido, Joseph Ratzinger había dirigido durante 20 años la Congregación para la Doctrina de la Fe, institución heredera de la antigua Inquisición.
 En ese puesto conoció los delicta graviora, los delitos más graves para la Iglesia católica, y las denuncias contra los clérigos. “¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar entregados al Redentor”, llegó a afirmar en 2005
. Apenas un mes después, el 19 de abril, el sínodo de cardenales le elegía Papa.
Un año después de la ‘fumata’ blanca con la que se comunicó su elección, Benedicto XVI dio un destacado paso adelante: castigó al fundador de los Legionarios de Cristo, el poderoso Marcial Maciel, al ostracismo. El sacerdote mexicano, investigado por pederastia, no fue sometido a un proceso canónico —por su edad avanzada, 86 años, y su frágil salud, dijo Roma—, pero fue obligado a renunciar “a todo ministerio público” y a llevar “una vida discreta de penitencia”.
Ratzinger entonó el ‘mea culpa', pidió disculpas y formó comisiones de investigación
El pontífice abría entonces una nueva vía.
 Y poco a poco, Benedicto XVI reconoció el dolor de las víctimas y les pidió perdón; se refirió a ellas en muchas de sus intervenciones. Acababa así una larga etapa de silencio de la Iglesia pese a las crecientes denuncias en los medios de comunicación
. Los casos no han cesado de proliferar desde entonces —muchas víctimas han perdido el miedo a denunciar— y han provocado la desafección de muchos fieles que han reclamado al Vaticano que actúe con mano firme contra los clérigos abusadores y les lleve ante la justicia.
 Pero solo en 2012 la Iglesia dio un giro al dejar claro que el abuso sexual a menores no es solo un delito canónico, amén de un pecado, sino también un delito perseguido por el Derecho Penal.
 “Las víctimas son nuestra prioridad. Los curas, ante el juez”, fue el mensaje rubricado con el sello papal. A pesar de todo, las víctimas han criticado que, pese a la magnitud de las denuncias, pocos religiosos han sido juzgados por abusos.
Los primeros pasos fueron más tímidos. En 2008, durante un viaje a Estados Unidos, Benedicto XVI se reunió por primera vez con las víctimas, les pidió perdón y anunció propósito de enmienda. “Casos así no ocurrirán más”, aseguró públicamente.
 El pontífice dijo estar “profundamente avergonzado” por los escándalos, que han supuesto un duro golpe a la Iglesia católica en ese país, donde se han acumulado un gran número de denuncia
s. Las investigaciones encargadas por la Iglesia recogían ese año más de 10.600 acusaciones a casi 4.000 sacerdotes por abusos sexuales a menores cometidos entre 1950 y 2002.
Denuncias que, para evitar ver a los religiosos sentados en el banquillo, se saldaron con indemnizaciones millonarias que dejaron al borde de la bancarrota a varias diócesis.
En 2008, en EE UU, se reunió por primera vez con víctimas de abusos
Las disculpas públicas no supusieron un descanso para el pontífice
. En 2009, dos informes elaborados por la Comisión de Investigación sobre el abuso infantil, creada por el Gobierno irlandés, avivaron el problema: los abusos sexuales y los malos tratos llegaron a ser “endémicos” en ese país en las instituciones religiosas, según el documento
. Y más allá: la jerarquía eclesiástica encubrió miles de casos, y las autoridades irlandesas silenciaron algunos.
La publicación de los informes desencadenó, como una ficha de dominó, la dimisión de tres obispos irlandeses —uno de ellos John Magee, exsecretario de los papas Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II, acusado de encubrir casos en su diócesis— y arrastró a otros de EE UU y Alemania. Además, una exclusiva publicada por el diario The New York Times sobre el sacerdote Lawrence Murphy y sus abusos a unos 200 niños sordos en Wisconsin (EE UU) salpicó directamente a Benedicto XVI y a su número dos por ocultar el caso cuando dirigían la Congregación para la Doctrina de la Fe. Murphy llegó a confesar los casos antes de morir, pero nunca fue castigado.
Sin duda, 2010 fue su año más negro.
 Los escándalos de pederastia no dejaban de salir a la luz en Estados Unidos, Irlanda, Holanda, Australia, Alemania y Bélgica –en España también ha habido casos, e incluso condenas a sacerdotes--.
 Un informe encargado por la Conferencia Episcopal belga a una comisión independiente reveló que también en ese país las agresiones a menores fueron sistemáticas.
 Medio millar de niños sufrieron abusos sexuales por parte de religiosos y sacerdotes de la Iglesia católica de Bélgica entre los años cincuenta y ochenta. Trece de ellos se suicidaron.
Ese año, el discurso del pontífice sobre los abusos se hizo más contundente:
 “Pedimos insistentemente perdón a Dios y a las personas afectadas, y queremos prometerles que haremos todo lo posible para que un abuso como ese no suceda nunca más”, dijo Benedicto XVI ante 15.000 sacerdotes en la plaza de San Pedro durante el acto final del Año Sacerdotal.
Algo más tarde, asediado por los escándalos y las denuncias, Ratzinger cambió de estrategia de las disculpas públicas hacia una postura algo más activa.
 Hizo limpieza al sustituir algunos de los cargos de la jerarquía, formó comisiones de investigación, reveló informes sobre casos y denuncias, envió una circular a todas las diócesis para dar instrucciones de cómo actuar para atajar el problema y trató de endurecer las normas hacia los intolerables abusos.
 Pese a todo, las víctimas y sus familias siguieron criticando la escasez de acusaciones ante la justicia de sacerdotes y religiosos implicados en los casos.
En febrero del año pasado, Benedicto XVI trasladó su mensaje contra la “tragedia” de los abusos a los superiores de unas 30 órdenes religiosas y a los representantes de 110 conferencias episcopales congregados en Roma para un simposio monográfico sobre el tema.
En él, los religiosos escucharon en vivo los testimonios de algunas de las víctimas. Como la historia de la irlandesa Marie Collins, que relató cómo cuando tenía 13 años, en la cama y enferma, el cura que debía ayudarla abusó de ella.

 

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