A veces unos pocos minutos de descuento reúnen más juego, más emoción
e incluso más goles que el partido entero. El lunes pasado, cuando
Benedicto XVI sorprendió al orbe
anunciando el punto final a un papado gris
de casi ocho años, se concedió dos semanas y media de prórroga. Lo
justo, se pensó, para dar tiempo al Vaticano a recuperarse del
sobresalto, preparar la transición y cumplir con las despedidas
protocolarias.
Ahora ya se puede afirmar, sin embargo, que el anciano Joseph
Ratzinger tenía muy bien diseñada la escena final. Antes de partir en
helicóptero hacia el exilio elegido, dictaría su legado, en directo, de
viva voz. A los fieles, durante la misa vespertina del Miércoles de
Ceniza, y ante los párrocos de Roma, esta mañana.
“Aunque me retiro a
rezar, estaré siempre cerca de vosotros”, confió a la infantería de la
Iglesia, “pero permaneceré escondido para el mundo”.
Luego, durante más de media hora, en italiano, con un discurso perfectamente hilado que fue desde
el error de Galileo hasta la división que sufre la Iglesia de nuestros días pasando por
el Holocausto o sus recuerdos muy nítidos del
Concilio Vaticano II (1962-1965), el papa alemán fue dictando su testamento, televisado en directo por la televisión.
Dijo que hay que seguir luchando por “una verdadera renovación de la
Iglesia” y advirtió:
“La Iglesia no es una estructura. Son todos los
cristianos, no un grupo que se declara Iglesia”. Con una lucidez
envidiable para un hombre de casi 86 años en un momento crucial de su
vida, Joseph Ratzinger se refirió a “nuestros amigos judíos” cuando
habló del Holocausto: “Aunque está claro que la Iglesia no fue la
responsable, muchos de los que cometieron aquel crimen eran católicos”.
También se refirió durante largo rato, con una única pausa para beber un
sorbo de agua, al Concilio Vaticano II, en el que él participó como
teólogo asesor del cardenal de Colonia Josef Frings.
Vino a decir el Papa que hace 50 años se produjeron dos concilios
paralelos, el verdadero, dentro de la basílica de San Pedro, y el
periodístico, protagonizado por quienes miraban desde fuera aquella
reunión como “una lucha de poder entre diversas posiciones de la
Iglesia”. El resultado de aquella comunicación equivocada fue “una
banalización de la idea del Concilio” y sus repercusiones fueron
terribles para la Iglesia: “Seminarios cerrados, conventos cerrados…
El
Concilio virtual fue más fuerte que el Concilio real, pero 50 años
después el verdadero reaparece con fuerza”.
La misma fuerza que Benedicto XVI parece haber recuperado para jugar
los últimos minutos de su vida pública antes de desaparecer de los ojos
del mundo. Ahora se sabe, lo dijo el padre Federico Lombardi, portavoz
del Vaticano, que tanto su secretario personal,
el padre Georg Gänswein,
como las cuatro laicas consagradas que hasta ahora lo venían asistiendo
en el apartamento papal, seguirán acompañándolo también en su retiro en
el monasterio de monjas de clausura del Vaticano. Eran conocidos como
la Familia Pontificia, la familia del Papa, y seguirán junto a él aun
después de que Joseph Ratzinger renuncie al poder y la infalibilidad.
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