Los vestidos pueden llegar a ser una obsesiva locura, como fue el
caso de la literaria madame Bovary, que se lanzó al lujo de los tejidos
como una salida, y un fin, a su angustia existencial. En la eterna
discusión entre arte y moda, pocas veces se plantea cuantos millones de
centímetros cuadrados ocupa el textil a lo largo de la historia de la
imagen. De la antigüedad al siglo XX, todo lo que no aparece desnudo, en
pintura, dibujo, escultura o grabado, va vestido. Y todo lo vestido es
moda o anti-moda. Se habla de la influencia de Velázquez o Zurbarán en
las creaciones de Cristóbal Balenciaga, pero no era tanto la pintura si
no los ropajes majestuosos que aparecen en los cuadros lo que influía al
modisto vasco.
El cine, heredero legítimo de la pintura, no es ninguna excepción, incluso representa la apoteosis del indumento. Hasta marzo, la Filmoteca de Cataluña proyecta 30 apetecibles títulos alrededor de la moda. El ciclo, bajo el epígrafe El film a l’agulla (filmoteca.cat), incluye películas tan emblemáticas como Qui êtes-vous Polly Magoo?, filme desmitificador obra del famoso fotógrafo de Vogue William Klein; o el sofisticado clásico L’année dernière à Marienbad, de Alain Resnais, con vestuario de Coco Chanel. También está el musical Cover Girl, de Charles Vidor, con Rita Hayworth, Gene Kelly y coreografía de Stanley Donen, o, entre otras, la desconocidísima Falbalas, de Jacques Becker, culpable de que un jovencito y travieso Jean Paul Gaultier se lanzara con desparpajo a ser modisto.
El ciclo viene acompañado por una exposición, sin grandes pretensiones, en la misma Filmoteca. Dividida en ocho capítulos temáticos (disfraz, transgresión, mitomanía, moda…), la muestra contiene también una serie de documentales como el impagable El modista (1966), de Pilar Miró, o el más selecto que hiciera Jaime Camino para los Puig en 1970. La IED (Instituto Europeo di Design) da calidez al conjunto con trabajos de sus alumnos, entre los que destaca una serie de complementos y bisutería deliciosos hechos con celuloide. Se exhibe, también, el vestuario de Bruc, la llegenda, de Ariadna Papió, mientras el Museu de la Perruqueria de Raffel Pagès aporta un saloncito con imágenes icónicas de Marylin Monroe, Liz Taylor, Jean Seberg y Grace Kelly; de ésta se expone, además, un postizo auténtico, ideal para mitómanos.
Igual que Emma Bovary, a Maria Brillas de Ensesa le chiflaban los vestidos pero nunca le llevaron a la perdición; su marido, propietario y promotor de la exclusiva urbanización de S’Agaró, se los compró gustoso y ella los coleccionó como oro en paño en sus espaciosos armarios. Eligió a Pedro Rodríguez, que en los años 30 se había consagrado como el modisto más importante de la capital catalana con proyección en París, y le fue fiel toda la vida. Éste la vistió de mil maneras de día, de noche, de ceremonia, de fiesta y hasta de abulia y, claro, de baño.
Brillas dejó a su nieta Hilda Bencomo su preciado tesoro, quien lo ofreció al desaparecido Museu Rocamora de la calle Montcada, hace unos diez años, dado que su directora, Rosa María Martín Ros se había preocupado de crear una sala permanente dedicada a Rodríguez.
Pero la dirección general del Museo de las Arts Decorativas, que ya había emprendido la cruzada del DHUP para fagocitar los museos del textil, cerámica y artes gráficas, desestimó tal donación, y no sería hasta siete años después, coincidiendo con la campaña para la preservación del malogrado museo barcelonés, que se decidió aceptar el legado.
El tesón de Hilda Bencomo conseguiría que, además de aceptar los más de 300 vestidos y un sinfín de sombreros, el DHUB organizara hace dos años una exitosa exposición; ahora se acaba de publicar el legado completo de su abuela: Pedro Rodríguez. Catàleg dels vestits de Maria Brillas (Ajuntament de Barcelona / Museu Tèxtil i de la Indumentària, DHUB).
Un volumen hecho, quizás, con poca pasión y en la que los estupendos vestidos y sombreros no lucen como debieran. Aún así, glamour no falta. Como pide el tema.
El cine, heredero legítimo de la pintura, no es ninguna excepción, incluso representa la apoteosis del indumento. Hasta marzo, la Filmoteca de Cataluña proyecta 30 apetecibles títulos alrededor de la moda. El ciclo, bajo el epígrafe El film a l’agulla (filmoteca.cat), incluye películas tan emblemáticas como Qui êtes-vous Polly Magoo?, filme desmitificador obra del famoso fotógrafo de Vogue William Klein; o el sofisticado clásico L’année dernière à Marienbad, de Alain Resnais, con vestuario de Coco Chanel. También está el musical Cover Girl, de Charles Vidor, con Rita Hayworth, Gene Kelly y coreografía de Stanley Donen, o, entre otras, la desconocidísima Falbalas, de Jacques Becker, culpable de que un jovencito y travieso Jean Paul Gaultier se lanzara con desparpajo a ser modisto.
El ciclo viene acompañado por una exposición, sin grandes pretensiones, en la misma Filmoteca. Dividida en ocho capítulos temáticos (disfraz, transgresión, mitomanía, moda…), la muestra contiene también una serie de documentales como el impagable El modista (1966), de Pilar Miró, o el más selecto que hiciera Jaime Camino para los Puig en 1970. La IED (Instituto Europeo di Design) da calidez al conjunto con trabajos de sus alumnos, entre los que destaca una serie de complementos y bisutería deliciosos hechos con celuloide. Se exhibe, también, el vestuario de Bruc, la llegenda, de Ariadna Papió, mientras el Museu de la Perruqueria de Raffel Pagès aporta un saloncito con imágenes icónicas de Marylin Monroe, Liz Taylor, Jean Seberg y Grace Kelly; de ésta se expone, además, un postizo auténtico, ideal para mitómanos.
Igual que Emma Bovary, a Maria Brillas de Ensesa le chiflaban los vestidos pero nunca le llevaron a la perdición; su marido, propietario y promotor de la exclusiva urbanización de S’Agaró, se los compró gustoso y ella los coleccionó como oro en paño en sus espaciosos armarios. Eligió a Pedro Rodríguez, que en los años 30 se había consagrado como el modisto más importante de la capital catalana con proyección en París, y le fue fiel toda la vida. Éste la vistió de mil maneras de día, de noche, de ceremonia, de fiesta y hasta de abulia y, claro, de baño.
Brillas dejó a su nieta Hilda Bencomo su preciado tesoro, quien lo ofreció al desaparecido Museu Rocamora de la calle Montcada, hace unos diez años, dado que su directora, Rosa María Martín Ros se había preocupado de crear una sala permanente dedicada a Rodríguez.
Pero la dirección general del Museo de las Arts Decorativas, que ya había emprendido la cruzada del DHUP para fagocitar los museos del textil, cerámica y artes gráficas, desestimó tal donación, y no sería hasta siete años después, coincidiendo con la campaña para la preservación del malogrado museo barcelonés, que se decidió aceptar el legado.
El tesón de Hilda Bencomo conseguiría que, además de aceptar los más de 300 vestidos y un sinfín de sombreros, el DHUB organizara hace dos años una exitosa exposición; ahora se acaba de publicar el legado completo de su abuela: Pedro Rodríguez. Catàleg dels vestits de Maria Brillas (Ajuntament de Barcelona / Museu Tèxtil i de la Indumentària, DHUB).
Un volumen hecho, quizás, con poca pasión y en la que los estupendos vestidos y sombreros no lucen como debieran. Aún así, glamour no falta. Como pide el tema.
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