©José Carlos Cataño
El sonido del mar y el silencio
del volcán son el día entero impresionantes.
Con marea baja o con pleamar. Con
cabrilleos y penumbras de esmeraldas líquidas.
Con coronaciones de espumas
efímeras que la brisa se lleva en brazos para dejarlas caer sobre las flores
más sencillas de los más humildes, anónimos matorrales.
Y así la vida pasa,
entre otra y ola, cediendo por entre sus momentáneos silencios o sus estrépitos
constantes, sus fulgores y sus encandilamientos.
De qué me asombro, asomándome
todo el día de una punta a otra a los arrecifes, a los charcos
desbordados, a uno de los cuales ha ido a parar un globo amarillo de
anoche, mirando una y otra vez hacia la
estampa del volcán, que solo una vez ha mostrado el cráter, envuelto en
cendales
y rodeado de los azules más desvaídos, como más desmayados, como más en
tránsito hacía renovadas y mayores distancias.
Y tal vivencia, que de repente,
en un despiste, te lleva a sentir el fragor que llega hasta el balcón como una
tormenta o como el paso atronador de un tren de mercancías, solo se ha visto
interrumpida con las primeras páginas de la novela de William Styron Tendidos
en la oscuridad.
Cuánta suntuosidad, en cambio, cuánta fuerza impregnada de todos los sentidos, en la abertura de la novela de Styron. ¿Podrá leerse cosa igual en la novela actual?
Del Diario Virtual de Jose Carlos Cataño
(Martes, 1 de enero de 2013)
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