Laberintos, grutas, techos suspendidos, muros vegetales, manantiales
La retrospectiva de Cristina Iglesias en el Reina Sofía crea un extraño viaje a través de los lugares inventados por esta escultora, considerada por muchos la artista española más internacional.
Hay obras de arte que no necesitan explicación. No porque sean obvias
sino precisamente porque plantean enigmas, producen sensaciones,
invitan e involucran directamente a quien las ve. Sin intermediarios. Y
después, se llevan adheridas secretamente en algún lugar de la memoria.
El trabajo que ha venido realizando Cristina Iglesias
(San Sebastián, 1956) es de ese tipo. Y la exposición que se abre al
público el 5 de febrero en el Museo Reina Sofía será, sin duda, un
acontecimiento. Sobre todo porque, más que una retrospectiva, será un
auténtico viaje. Una excursión llena de lugares extraños e inesperados.
“Lo que hago es ficción”, dice la escultora.
Su casa-estudio en Torrelodones, en las afueras de Madrid, tiene grandes ventanales que permiten que el paisaje de la sierra le hable de formas y colores cambiantes. A la entrada de la casa una serie de figuras de hombrecillos achinados y sonrientes recuerdan que allí vivió también Juan Muñoz, el célebre escultor y marido de Cristina Iglesias, fallecido en 2001. Dentro de la misma propiedad vive además el hermano de la artista, el oscarizado compositor Alberto Iglesias. Pero ella no les va a la zaga. El nombre de Cristina Iglesias tal vez no le resulte familiar a la gente poco involucrada con el mundo del arte. Dentro de él, sin embargo, es considerada en muchos círculos internacionales como la artista española viva más relevante en estos momentos. Más allá de las grandes colecciones y museos, hay piezas suyas dispersas por todo el mundo. Muchas de ellas escondidas entre montañas o acantilados, en ciudades y edificios emblemáticos, y hasta en el fondo del mar.
Tiene la sonrisa fácil, una voz ligeramente ronca y cristalina a la
vez. La enorme mesa de su despacho está llena de papeles, apuntes y
pequeñas muestras de maquetas porque suele desarrollar varios proyectos
simultáneamente y cada uno de ellos tiene su pequeño espacio en ese
aparente desorden. A pocos metros, dice, está su cama. Eso le permite
levantarse a cualquier hora y capturar ideas o soluciones entre la
vigilia y el sueño. “Mis obras tratan de construir lugares donde haya
una experiencia que te despierte percepciones que a veces no esperas”,
dice. “Y, en este sentido, el espacio del Reina Sofía
es un vehículo perfecto. Habrá piezas de cierto carácter monumental que
me ayudan a crear el viaje que propongo al visitante. Esta exposición
está planteada como una antológica, porque así se define, pero yo la veo
como un viaje que atraviesa diferentes momentos, construcciones que te
llevan unas a otras. Hay cruces de caminos en los que uno puede optar
por dos direcciones, algún callejón sin salida. Alternativas que activan
el lugar”.
Y esa quizá sea la clave de sus intervenciones. Sitios neutros que se “activan” gracias a las construcciones que ella instala.
Quienes hayan tenido la experiencia de meterse y experimentar sensaciones en la sala de Richard Serra en el Guggenheim de Bilbao pueden hacerse una idea de lo que será esta muestra. Esculturas que a veces intimidan, pero también invitan al espectador a adentrarse en sus espacios. Son experiencias físicas. Su trabajo no es decorativo. Son proposiciones de inmersión.
“Siempre me ha interesado producir esa área del deseo. Y a la vez que este no sea accesible”, confiesa. “Como en esas piezas que te proponen una entrada con una luz, el reflejo de un tapiz que multiplica el espacio… y todo ocurre en apenas 50 centímetros. Te tienes que asomar a ellas pegado a la pared y lo demás es un muro. Eso también estará en esta exposición. Obviamente conozco la historia y el Étant donnés, de Duchamp, ha sido una pieza que reverberaba en mi imaginario. Pero quiero decir que me interesa activar mentalmente y también físicamente al espectador. Moverte de un lado a otro, la forma en que entras, el que tengas que volverte, todo ello. Por eso montar esta exposición en el museo es para mí como volver a construir. Una exposición la construyes con elementos que muchas veces habías pensado para otros espacios o una situación determinada, y te hacen reflexionar sobre el tránsito. No el tránsito en una ciudad, que también, sino cómo transita la gente por un espacio. Un espacio que tiene que ser permeable pero a la vez te protege y ves a través”.
Cristina Iglesias ha trabajado en muchas ocasiones con arquitectos. Y, sin embargo, su trabajo es antiarquitectónico a veces. Quizá porque siempre se ha sentido fascinada por ese tipo de construcciones fantasiosas como son las grutas, laberintos, refugios. Espacios inclusivos y amenazadores al mismo tiempo. “Esa inquietud, el sentirte perturbado por algo que está a punto de ocurrir, la espera de que algo quizá se repita, que vuelva a brotar agua o que una sombra aparezca de nuevo, esa idea de tiempo te lleva a un lado oscuro. Ese lado oscuro está presente en la obra. Es como una música que te entra y que luego tiene más capas”.
Ha trabajado mucho en espacios públicos, una tarea difícil. “Es un reto complicado. Cada pieza es distinta y yo quisiera que sea siempre así. No quiero abordar de la misma manera una plaza o una esquina de una ciudad por haberlo hecho antes”, afirma. “Me interesa esa idea de un espacio que no es nada, que está olvidado o se está creando, y conseguir activar esa situación y llevarla a un terreno de percepción que verdaderamente funcione. Que parezca que siempre ha estado allí, que no irrumpa, pero que tampoco pase desapercibido”.
Uno de los últimos es el que está realizando desde hace varios años en Toledo. “Es la construcción de una ruta con varias intervenciones en la ciudad que van desde el río hasta la parte más alta. Es una sola pieza concebida como un recorrido, la sucesión de piezas escultóricas e intervenciones y el propio camino. La idea de todo el proyecto es el agua como comunicador de conocimiento y de diálogo. Hay un cierto ilusionismo. En Toledo siempre ha preocupado llevar el agua a la parte más alta de la ciudad, y además es lugar del diálogo entre las tres culturas, un momento de convivencia en el que todos compartían hasta los baños públicos. Dos de las secciones estarán listas durante la exposición y en la propia muestra habrá una habitación que describe en gran parte el proyecto. La obra completa se inaugurará en abril de 2014 para el 400º aniversario de El Greco”.
El agua es el material que ha incorporado en los últimos años a su
obra. Hablando de su relación con los materiales, llama la atención que
Cristina Iglesias empezara sus estudios, no en una escuela de arte
convencional, sino haciendo escultura en el departamento de cerámica.
“Yo hice Químicas, pero a la vez me interesaba el arte. En Barcelona
hice algo de barro y dibujo, y empecé filosofía. Todo en un año loco de
muchos cambios. Quería meterme en el arte y buscar un lenguaje. Cuando
fui a Londres empecé a pensar en la escultura, usé el barro porque podía
usar color con él. Me atraía la arquitectura, la pintura y el cine. La
tierra sí que me parecía interesante. El material en ese momento me
permitió meter las manos en la harina. En mi caso, la relación con los
materiales sigue siempre a las ideas”.
“En relación al agua, la primera pieza en la que usé agua es de 1992, en las Islas Lofoten en Noruega. Pasé tiempo en Roma donde además de aprender de las fuente de Bernini encontré a Borromini. Todo eso fue creando un poso y llegó el momento en que dije: quiero crear un lugar donde algo ocurra, un territorio poético. Un sitio donde no haya nada o en cualquier esquina de una habitación. Los materiales se incorporaron y luego hablan por sí mismos. He usado cristal por su transparencia, vidrio coloreado porque la luz al atravesarlo produce sombra de color, alabastro para sentir esas venas de agua debajo y cómo la luz lo atraviesa… otros artistas, como Chillida, han utilizado el alabastro metiéndose dentro. Yo lo utilizo de manera más constructiva. En realidad soy una constructora. Pertenezco al ramo de la construcción”, dice riendo.
A principios de los años ochenta estudió en la Chelsea School of Arts; en 1986 y en 1993 representó a España en la Bienal de Venecia. En 1995 fue nombrada Profesor de escultura en la Academia de Bellas Artes de Múnich. En 1999 recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas. Nacida en San Sebastián, Chillida y Oteiza están en la trastienda de sus referencias artísticas.
“Ellos están de una manera muy natural en mi trabajo porque los tenía muy cerca. Y, desde luego, su lenguaje sí que me abrió y me educó. Es importante que el arte y la cultura, estén en la calle, en los museos. Yo lo siento natural porque en San Sebastián el Peine del viento lo he visto siempre y he entendido que una abstracción como esa podía ser muy significativa, unir a la gente y hacerte pensar: cómo puede ser representado el viento. Eso es educación y es importante. Chillida y Oteiza estuvieron de forma natural, pero al mismo tiempo, estudié la historia del arte. He recibido influencia de muchos otros artistas”.
No tiene inconveniente en citar algunos. “Cuando estuve en Londres, Eva Hesse tuvo un impacto tremendo. Ella ya había muerto, pero conocer su trabajo me impresionó mucho, así como la obra de Robert Smithson o Walter de Maria, particularmente las obras de una exposición que vi allí al poco de llegar titulada Pier and Ocean. También los rusos y, en particular, las artistas rusas: Katarzyna Cobro, Liubov Popova… Todos ellos constructores... del ramo de la construcción”, vuelve a decir con humor.
Y prosigue. “El otro día vi una exposición en Nueva York sobre la abstracción donde reencontré una pieza que me ha marcado como escultura. Antes mencioné el Étant donnés, ahora me refiero a la torre de Tatlin, el Homenaje a la Tercera Internacional. Es buenísima. La vuelves a ver ahora, con esos elementos casi de ciencia ficción interiores, donde se dividían las estructuras del Estado, y es una obra excepcional, percibes su fuerza. Pero volviendo a aquellos primeros descubrimientos, todos ellos me planteaban qué era la escultura, hasta qué punto puede uno expresarse y crear un lugar activo y, por otro lado, también crear un territorio poético”.
Eso es precisamente lo que produce el arte en el paisaje. Cristina Iglesias ha incorporado hace tiempo representaciones vegetales en sus trabajos. Una de las piezas más emblemáticas, en ese sentido, son las puertas de la ampliación del Museo del Prado. “La naturaleza es uno de los territorios de referencia más fértiles, para hablar de ciertos conceptos. Pero también lo hago en el territorio poético de los sueños”, dice. “Las puertas del Prado tienen que ver con eso. Combinan cierta invención vegetal, el tránsito entre la ciudad y el templo de lo imaginado e incluso se involucran con la cercanía del Jardín Botánico”.
“Una cuestión fundamental de esa obra es que tenían que ser puertas”, continúa. “Rafael Moneo me pidió una pieza funcional, unas puertas ceremoniales. No es la entrada normal de tiques, lo cual me permitió una libertad mucho mayor. Eso sí, se tenían que abrir todos los días, por normativa, porque es también una puerta de salida de emergencia. Esta entrada se abre y se cierra en el horario del museo. Entre uno y otro momento las puertas se mueven seis veces. Es una parte fundamental de la pieza. Ganar el umbral, los lados, crear un habitáculo. No mucha gente sabe que se mueven automáticamente y se colocan en diferentes posiciones. Incluir esa idea de tiempo, que siempre está en la escultura, me pareció un factor interesante para hablar de la escultura pública. Y que el viandante pueda quedarse en ese reducto sin necesidad de entrar en el museo”.
A esta artista, casi no hace falta señalarlo, le gusta caminar. “Me
gusta andar por el campo, la montaña, hasta he caminado en algún
desierto. Me gusta por el acto de caminar y porque también te despierta.
Es una manera de meterte en ti misma y de pensar”, afirma.
También tiene una obra submarina en Baja California Sur (México). En su estudio hay un acuario con la maqueta de esa especie de ruina misteriosa. “Está entre 15 y 17 metros de profundidad. Una de las cosas que me pasó buceando allí, en el mar de Cortés, para construir la pieza fue descubrir que había tanto plancton que se formaba una especie de neblina”, apunta. “Me he planteado muchas veces hacer visible lo que no ves o lo que solo ves desde una distancia. Algo que parece una cosa y luego es otra, o hace que te sientas perdido o desorientado. Allí, bajo el agua, eso puede llegar a extremos. Lo más bonito de ese proyecto que es nace de una invitación a participar en un acto de preservación de la naturaleza. La idea era una recuperación de la isla Espíritu Santo para devolverla a lo público, porque estaba en parte en manos privadas. No me interesaba construir en la isla desierta y pensé en hacerlo bajo el agua, pero no porque sí. Trabajamos con los biólogos marinos en un proyecto de creación de refugios marinos, en el que está muy metido National Geographic. Se compone de dos estancias, cada una con varios lugares formados por celosías construidas con textos que hablan de la Atlántida. Es una construcción generadora de coral, es un jardín. El material es un cemento especial de PH neutro, no contaminante, y al que la vida puede adherirse”.
La selva amazónica es un territorio en el que también ha dejado su marca. Inhotim, que queda en el Estado brasileño de Minas Gerais, es un extraordinario lugar a medias centro de arte contemporáneo y parque botánico dedicado a la flora tropical.
Pertenece al coleccionista de arte Bernardo Paz
. Hace unos meses se inauguró el pabellón de Cristina Iglesias. “He hecho una construcción vegetal, que es un pabellón en sí mismo, abierto al cielo. Tiene cuatro entradas
. Cada una te lleva a una invención vegetal que va sufriendo transformaciones de un lugar a otro mediante un laberinto.
Al centro de ese laberinto solo se puede llegar por un acceso. Todo ello es de acero inoxidable por fuera, de manera que cuando caminas por la selva esta se mezcla con esos trozos o islas de memoria de la vegetación del lugar dentro del jardín”, relata. “Es un laboratorio de biodiversidad increíble. Pero lo mío es todo ficción, aunque trate de lo natural y me aproveche de ello. Es todo una invención”.
Una invención y una invitación a ir a esos lugares. “Sin duda.
Y esa es una de las razones de incorporar a la exposición en dos salas dentro del recorrido, los videos que hago desde hace tiempo. Son visitas guiadas a través de mi obra y desde ella se echa una mirada al mundo, la naturaleza y la ciudad. Están, por ejemplo, los desbordamientos de varios pozos, unas piezas recientes. También manifestaciones incontrolables de la naturaleza.
Y esto liga con lo que hablábamos antes, de lo oscuro, o del mundo subterráneo, aquello que subyace bajo la superficie”.
Para esta exposición se van a transformar varios espacios del edificio Sabatini del Museo Reina Sofía. Se abrirán las ventanas al jardín, que normalmente están cerradas, para que entre la luz natural y para crear un circuito fluido con las piezas que estarán en el jardín.
Habrá cerca de cincuenta obras, treinta de ellas esculturas, algunas de hasta nueve metros de largo. Celosías, corredores suspendidos, pasillos vegetales y pozos.
“Es obvio que trabajo con el espacio y en el espacio”, reconoce. “Hay elementos constructivos que tienen que ver con la arquitectura, en muchos casos más como metáfora.
En realidad hablo de otra cosa”
. Ficciones arquitectónicas y viajes imaginarios. Esculturas habitables para viajantes de la imaginación.
Su casa-estudio en Torrelodones, en las afueras de Madrid, tiene grandes ventanales que permiten que el paisaje de la sierra le hable de formas y colores cambiantes. A la entrada de la casa una serie de figuras de hombrecillos achinados y sonrientes recuerdan que allí vivió también Juan Muñoz, el célebre escultor y marido de Cristina Iglesias, fallecido en 2001. Dentro de la misma propiedad vive además el hermano de la artista, el oscarizado compositor Alberto Iglesias. Pero ella no les va a la zaga. El nombre de Cristina Iglesias tal vez no le resulte familiar a la gente poco involucrada con el mundo del arte. Dentro de él, sin embargo, es considerada en muchos círculos internacionales como la artista española viva más relevante en estos momentos. Más allá de las grandes colecciones y museos, hay piezas suyas dispersas por todo el mundo. Muchas de ellas escondidas entre montañas o acantilados, en ciudades y edificios emblemáticos, y hasta en el fondo del mar.
“Me interesa la idea de
un espacio que no es nada, que está olvidado o se está creando, y conseguir activar esa situación”
Y esa quizá sea la clave de sus intervenciones. Sitios neutros que se “activan” gracias a las construcciones que ella instala.
Quienes hayan tenido la experiencia de meterse y experimentar sensaciones en la sala de Richard Serra en el Guggenheim de Bilbao pueden hacerse una idea de lo que será esta muestra. Esculturas que a veces intimidan, pero también invitan al espectador a adentrarse en sus espacios. Son experiencias físicas. Su trabajo no es decorativo. Son proposiciones de inmersión.
“Siempre me ha interesado producir esa área del deseo. Y a la vez que este no sea accesible”, confiesa. “Como en esas piezas que te proponen una entrada con una luz, el reflejo de un tapiz que multiplica el espacio… y todo ocurre en apenas 50 centímetros. Te tienes que asomar a ellas pegado a la pared y lo demás es un muro. Eso también estará en esta exposición. Obviamente conozco la historia y el Étant donnés, de Duchamp, ha sido una pieza que reverberaba en mi imaginario. Pero quiero decir que me interesa activar mentalmente y también físicamente al espectador. Moverte de un lado a otro, la forma en que entras, el que tengas que volverte, todo ello. Por eso montar esta exposición en el museo es para mí como volver a construir. Una exposición la construyes con elementos que muchas veces habías pensado para otros espacios o una situación determinada, y te hacen reflexionar sobre el tránsito. No el tránsito en una ciudad, que también, sino cómo transita la gente por un espacio. Un espacio que tiene que ser permeable pero a la vez te protege y ves a través”.
Cristina Iglesias ha trabajado en muchas ocasiones con arquitectos. Y, sin embargo, su trabajo es antiarquitectónico a veces. Quizá porque siempre se ha sentido fascinada por ese tipo de construcciones fantasiosas como son las grutas, laberintos, refugios. Espacios inclusivos y amenazadores al mismo tiempo. “Esa inquietud, el sentirte perturbado por algo que está a punto de ocurrir, la espera de que algo quizá se repita, que vuelva a brotar agua o que una sombra aparezca de nuevo, esa idea de tiempo te lleva a un lado oscuro. Ese lado oscuro está presente en la obra. Es como una música que te entra y que luego tiene más capas”.
Ha trabajado mucho en espacios públicos, una tarea difícil. “Es un reto complicado. Cada pieza es distinta y yo quisiera que sea siempre así. No quiero abordar de la misma manera una plaza o una esquina de una ciudad por haberlo hecho antes”, afirma. “Me interesa esa idea de un espacio que no es nada, que está olvidado o se está creando, y conseguir activar esa situación y llevarla a un terreno de percepción que verdaderamente funcione. Que parezca que siempre ha estado allí, que no irrumpa, pero que tampoco pase desapercibido”.
Uno de los últimos es el que está realizando desde hace varios años en Toledo. “Es la construcción de una ruta con varias intervenciones en la ciudad que van desde el río hasta la parte más alta. Es una sola pieza concebida como un recorrido, la sucesión de piezas escultóricas e intervenciones y el propio camino. La idea de todo el proyecto es el agua como comunicador de conocimiento y de diálogo. Hay un cierto ilusionismo. En Toledo siempre ha preocupado llevar el agua a la parte más alta de la ciudad, y además es lugar del diálogo entre las tres culturas, un momento de convivencia en el que todos compartían hasta los baños públicos. Dos de las secciones estarán listas durante la exposición y en la propia muestra habrá una habitación que describe en gran parte el proyecto. La obra completa se inaugurará en abril de 2014 para el 400º aniversario de El Greco”.
“Esa inquietud, el sentirte perturbado por algo que está a punto de ocurrir, esa idea de tiempo te lleva a un lado oscuro”
“En relación al agua, la primera pieza en la que usé agua es de 1992, en las Islas Lofoten en Noruega. Pasé tiempo en Roma donde además de aprender de las fuente de Bernini encontré a Borromini. Todo eso fue creando un poso y llegó el momento en que dije: quiero crear un lugar donde algo ocurra, un territorio poético. Un sitio donde no haya nada o en cualquier esquina de una habitación. Los materiales se incorporaron y luego hablan por sí mismos. He usado cristal por su transparencia, vidrio coloreado porque la luz al atravesarlo produce sombra de color, alabastro para sentir esas venas de agua debajo y cómo la luz lo atraviesa… otros artistas, como Chillida, han utilizado el alabastro metiéndose dentro. Yo lo utilizo de manera más constructiva. En realidad soy una constructora. Pertenezco al ramo de la construcción”, dice riendo.
A principios de los años ochenta estudió en la Chelsea School of Arts; en 1986 y en 1993 representó a España en la Bienal de Venecia. En 1995 fue nombrada Profesor de escultura en la Academia de Bellas Artes de Múnich. En 1999 recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas. Nacida en San Sebastián, Chillida y Oteiza están en la trastienda de sus referencias artísticas.
“Ellos están de una manera muy natural en mi trabajo porque los tenía muy cerca. Y, desde luego, su lenguaje sí que me abrió y me educó. Es importante que el arte y la cultura, estén en la calle, en los museos. Yo lo siento natural porque en San Sebastián el Peine del viento lo he visto siempre y he entendido que una abstracción como esa podía ser muy significativa, unir a la gente y hacerte pensar: cómo puede ser representado el viento. Eso es educación y es importante. Chillida y Oteiza estuvieron de forma natural, pero al mismo tiempo, estudié la historia del arte. He recibido influencia de muchos otros artistas”.
No tiene inconveniente en citar algunos. “Cuando estuve en Londres, Eva Hesse tuvo un impacto tremendo. Ella ya había muerto, pero conocer su trabajo me impresionó mucho, así como la obra de Robert Smithson o Walter de Maria, particularmente las obras de una exposición que vi allí al poco de llegar titulada Pier and Ocean. También los rusos y, en particular, las artistas rusas: Katarzyna Cobro, Liubov Popova… Todos ellos constructores... del ramo de la construcción”, vuelve a decir con humor.
Y prosigue. “El otro día vi una exposición en Nueva York sobre la abstracción donde reencontré una pieza que me ha marcado como escultura. Antes mencioné el Étant donnés, ahora me refiero a la torre de Tatlin, el Homenaje a la Tercera Internacional. Es buenísima. La vuelves a ver ahora, con esos elementos casi de ciencia ficción interiores, donde se dividían las estructuras del Estado, y es una obra excepcional, percibes su fuerza. Pero volviendo a aquellos primeros descubrimientos, todos ellos me planteaban qué era la escultura, hasta qué punto puede uno expresarse y crear un lugar activo y, por otro lado, también crear un territorio poético”.
Eso es precisamente lo que produce el arte en el paisaje. Cristina Iglesias ha incorporado hace tiempo representaciones vegetales en sus trabajos. Una de las piezas más emblemáticas, en ese sentido, son las puertas de la ampliación del Museo del Prado. “La naturaleza es uno de los territorios de referencia más fértiles, para hablar de ciertos conceptos. Pero también lo hago en el territorio poético de los sueños”, dice. “Las puertas del Prado tienen que ver con eso. Combinan cierta invención vegetal, el tránsito entre la ciudad y el templo de lo imaginado e incluso se involucran con la cercanía del Jardín Botánico”.
“Una cuestión fundamental de esa obra es que tenían que ser puertas”, continúa. “Rafael Moneo me pidió una pieza funcional, unas puertas ceremoniales. No es la entrada normal de tiques, lo cual me permitió una libertad mucho mayor. Eso sí, se tenían que abrir todos los días, por normativa, porque es también una puerta de salida de emergencia. Esta entrada se abre y se cierra en el horario del museo. Entre uno y otro momento las puertas se mueven seis veces. Es una parte fundamental de la pieza. Ganar el umbral, los lados, crear un habitáculo. No mucha gente sabe que se mueven automáticamente y se colocan en diferentes posiciones. Incluir esa idea de tiempo, que siempre está en la escultura, me pareció un factor interesante para hablar de la escultura pública. Y que el viandante pueda quedarse en ese reducto sin necesidad de entrar en el museo”.
Me gusta por el acto de caminar y porque también te despierta. Es una manera de meterte en ti misma y de pensar
También tiene una obra submarina en Baja California Sur (México). En su estudio hay un acuario con la maqueta de esa especie de ruina misteriosa. “Está entre 15 y 17 metros de profundidad. Una de las cosas que me pasó buceando allí, en el mar de Cortés, para construir la pieza fue descubrir que había tanto plancton que se formaba una especie de neblina”, apunta. “Me he planteado muchas veces hacer visible lo que no ves o lo que solo ves desde una distancia. Algo que parece una cosa y luego es otra, o hace que te sientas perdido o desorientado. Allí, bajo el agua, eso puede llegar a extremos. Lo más bonito de ese proyecto que es nace de una invitación a participar en un acto de preservación de la naturaleza. La idea era una recuperación de la isla Espíritu Santo para devolverla a lo público, porque estaba en parte en manos privadas. No me interesaba construir en la isla desierta y pensé en hacerlo bajo el agua, pero no porque sí. Trabajamos con los biólogos marinos en un proyecto de creación de refugios marinos, en el que está muy metido National Geographic. Se compone de dos estancias, cada una con varios lugares formados por celosías construidas con textos que hablan de la Atlántida. Es una construcción generadora de coral, es un jardín. El material es un cemento especial de PH neutro, no contaminante, y al que la vida puede adherirse”.
La selva amazónica es un territorio en el que también ha dejado su marca. Inhotim, que queda en el Estado brasileño de Minas Gerais, es un extraordinario lugar a medias centro de arte contemporáneo y parque botánico dedicado a la flora tropical.
Pertenece al coleccionista de arte Bernardo Paz
. Hace unos meses se inauguró el pabellón de Cristina Iglesias. “He hecho una construcción vegetal, que es un pabellón en sí mismo, abierto al cielo. Tiene cuatro entradas
. Cada una te lleva a una invención vegetal que va sufriendo transformaciones de un lugar a otro mediante un laberinto.
Al centro de ese laberinto solo se puede llegar por un acceso. Todo ello es de acero inoxidable por fuera, de manera que cuando caminas por la selva esta se mezcla con esos trozos o islas de memoria de la vegetación del lugar dentro del jardín”, relata. “Es un laboratorio de biodiversidad increíble. Pero lo mío es todo ficción, aunque trate de lo natural y me aproveche de ello. Es todo una invención”.
Son visitas guiadas a través de mi obra y desde ella se echa una mirada al mundo, la naturaleza y la ciudad
Y esa es una de las razones de incorporar a la exposición en dos salas dentro del recorrido, los videos que hago desde hace tiempo. Son visitas guiadas a través de mi obra y desde ella se echa una mirada al mundo, la naturaleza y la ciudad. Están, por ejemplo, los desbordamientos de varios pozos, unas piezas recientes. También manifestaciones incontrolables de la naturaleza.
Y esto liga con lo que hablábamos antes, de lo oscuro, o del mundo subterráneo, aquello que subyace bajo la superficie”.
Para esta exposición se van a transformar varios espacios del edificio Sabatini del Museo Reina Sofía. Se abrirán las ventanas al jardín, que normalmente están cerradas, para que entre la luz natural y para crear un circuito fluido con las piezas que estarán en el jardín.
Habrá cerca de cincuenta obras, treinta de ellas esculturas, algunas de hasta nueve metros de largo. Celosías, corredores suspendidos, pasillos vegetales y pozos.
“Es obvio que trabajo con el espacio y en el espacio”, reconoce. “Hay elementos constructivos que tienen que ver con la arquitectura, en muchos casos más como metáfora.
En realidad hablo de otra cosa”
. Ficciones arquitectónicas y viajes imaginarios. Esculturas habitables para viajantes de la imaginación.
Cristina Iglesias. Metonimias. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Edificio Sabatini. Santa Isabel, 52. Madrid. Del 5 de febrero al 13 de mayo.
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