Un Blues

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19 dic 2012

Vosotros, los intelectuales Por: Javier Rodríguez Marcos | 19 de diciembre de 2012


Sartre
Un intelectual es “cualquier ciudadano que trata a los demás como si fueran intelectuales”. La definición es de Fernando Savater, que la recuerda en el nuevo número (el 225; noviembre/diciembre 2012) de la revista Claves (perteneciente al grupo Prisa, editor de El País). El tema de portada –“Buscando el rumbo. El intelectual en tiempos de mudanza”- se completa con un homenaje al fundador de la revista, Javier Pradera, un hombre que fue tantas cosas que bien podemos resumirlas en la palabra intelectual. Si al tema general le dedican sendos artículos Basilio Baltasar, Carlos García Gual y Julián Sauquillo, a Pradera en particular le dedican los suyos Santos Juliá, Juan Cruz, José María Ridao y Miguel Aguilar.
En su incisivo perfil de Pradera –“El editor como vampiro”-, este último empieza recordando una aseveración de Tony Judt -aunque “el siglo XX fue el siglo del intelectual” esa figura llevaba tres décadas ensayando su desaparición- y termina poniendo un ejemplo perfecto de eso que llamamos intelectual y que nadie sabe muy bien qué es (ni siquiera Javier Cercas desde que, según confesión propia, vio en televisión a una cantante diciendo: “Nosotros, los intelectuales”).
ClavesEscribe Miguel Aguilar: “La integridad de Pradera le llevó a dejar el PCE [Partido Comunista de España] tras la expulsión de Semprún y Claudín; a abandonar el FCE [Fondo de Cultura Económica] tras el montaje para despedir a Orfila; a dimitir como jefe de Opinión de El País a cuenta del referéndum sobre la OTAN; a dejar Alianza Editorial cuando sintió que ya no podría trabajar a gusto; a salir del Consejo de administración de Prisa cuando pensó que el rumbo era equivocado. Todas esas decisiones le costaron dinero y energía. En un país donde muy poca gente deja un cargo voluntariamente, este historial merece casi un monumento”.
Las palabras clave del párrafo anterior son dinero, energía y ese desfile de verbos: abandonar, dimitir, salir…
El sustantivo intelectual solía llevar pegado un adjetivo que hoy parece tan asimilado a él que se escucha cada vez menos: comprometido. El problema surge a la hora de definir ese compromiso.  Aventuremos una definición: intelectual comprometido es el que se pone en un compromiso, es decir, no tanto el que se compromete retóricamente –en el buen sentido de la palabra, que lo tiene- con una causa –eso ya se supone- como el que se la juega. De ahí que sea una especie tan rara. ¿Por qué? Porque es más fácil criticar a un político de fuera -en España Putin sale gratis- que a uno de casa -en un sentido amplio-. De ahí la importancia, disculpen la obviedad, del contexto: no es lo mismo criticar a la presidenta Cristina Fernández en Clarín que hacerlo en Página 12; no es lo mismo criticar a CiU en La Razón que hacerlo en La Vanguardia; no es lo mismo criticar a la monarquía en este periódico que hacerlo en el ABC, donde, por cierto, Juan Manuel de Prada dio el sábado pasado un buen ejemplo de compromiso al afearle a Benedicto XVI su aterrizaje en el planeta Twitter.
LetrasLibresportada_espana_0diciembre-12Y no es lo mismo criticar a Artur Mas en Madrid que hacerlo en Barcelona. No es pues extraño que haya expertos en filosofía política a los que no interesa la política. Lo señala con brillantez Félix Ovejero Lucas en “Cataluña y los intelectuales incomparecientes”, su discurso de recepción del XVIII Premio a la Tolerancia, publicado en el número de diciembre de la revista Letras libres. Allí habla de aquellos filósofos políticos que “solo opinan a favor de corriente, acompasan sus convicciones a lo que dicte el medio, la tribu, el editorial de su periódico de referencia, su particular profeta de las ondas o, lo que es más llamativo, el secretario general de un partido político”.
El papel de los intelectuales es, también, uno de los aspectos que -lateralmente pero con agudeza- analiza Carlos Piera en su reciente La moral del testigo (Antonio Machado Libros), donde subraya la inteligencia y la integridad del lingüista Víctor Sánchez de Zavala, al que evoca perdiendo un trabajo en la universidad franquista al negarse a “firmar un papelito donde se aceptaban los ‘principios del Movimiento” cuando “todo el mundo lo firmaba como eso, cosa de trámite”.
Apresurémonos a decir que, por la cuenta que nos tiene, a nadie se le puede exigir que sea un héroe, pero sí que nos ahorre el sermón generalista (qué mal está el mundo; España va mal) si no está dispuesto, cuando llegue el caso, a cruzar el puente de lo particular.
No es lo mismo exponerse que estar en exposición.
Piera“Es siempre posible, y de hecho justificable –escribe Piera-, recusar el marco institucional en que se produce una determinada actividad, por crítica que sea. Lo difícil es reconocer la obligación que eso impone, que es la de sentar las bases del que ha de servir de alternativa, y cuya viabilidad va a ser la única medida de su éxito; a falta de esto, la crítica no puede pasar de ser una advertencia sobre dificultades previsibles, en el mejor de los casos, y en el peor, una queja, es decir, una forma de autoafirmación de las más bajas”. Carlos Piera lo dice al hablar de Manuel Sacristán, del que recuerda unas contundentes declaraciones:
“Una de las cosas más indignas y hasta repulsivas que se puede ser es un intelectual”.

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