Costa-Gavras, cineasta; director de 'Z'; 'Missing'; 'La confesión'; estrena 'El capital.
Tengo 77 años: es absurdo querer ser siempre joven, pero es necesario mantenerse joven: estar al día.
Nací en Atenas, pero ya soy francés.
Tengo tres hijos -dos, cineastas- y cinco nietos.
Mi religión es el cine.
Hollande es un gigante o un enano: se lo diré dentro de cinco años
Nunca he entendido la necesidad de acumular dinero...
Se llama capitalismo.
No. Yo le hablo de la pura avaricia, que ha degradado nuestro sistema financiero hasta colapsarlo.
La avaricia ha existido siempre.
Pero nuestra resignación -eso sí es nuevo- la hace más destructiva que nunca. Hablo de nuestro conformismo y de los millones de personas que han sido despedidas por la avaricia de unos pocos y a las que se les arrebata su casa y se quedan en la calle.
Destrucción creativa, lo llaman.
Pero antes no la tolerábamos de ese modo.
Lo insólito es que
aceptemos esa avaricia pandillera como "lógica" e incluso "necesaria" para que el sistema financiero funcione.
La avaricia no reconoce la regulación.
Y que demos por inevitable que esos pocos avaros nos engañen a todos para que los bancos no se hundan y fluya el crédito.
Parece menos malo que el colapso.
Y en nuestra buena y nueva fe hoy nos esforzamos por creer que esos desaprensivos han aprendido unas matemáticas complejísimas y gozan de cerebros privilegiados para inventarse productos financieros.
Ser un timador requiere cierto talento.
Másters, escuelas de negocios elitistas... ¡Pero si su mejor habilidad es su falta de escrúpulos!... Y saber encontrar tipos tan indeseables como ellos mismos en la gran banca y en la política dispuestos a forrarse a costa de los empleos y las casas de los demás.
"Quito el dinero a los pobres para dárselo a los ricos".
Eso dice el protagonista de mi película, un moderno Robin Hood, que explora los límites de esa avaricia. Me fascina lo que pasa por la cabeza de ese tipo indeseable que, para acumular unos millones más en su cuenta millonaria, destruye vidas, empresas, ciudades y países.
¿Usted nunca ha querido ser rico?
El mundo del cine está lleno de tentaciones, y me tentaron, sí, con lo que pueden pagar en Hollywood, pero mi mujer me ayudó a poner sentido común.
Cuídela.
Lo hago. Yo mismo, la verdad, con los años he confirmado que, incluso más allá de cualquier consideración moral o ética, el exceso de dinero es un engorro y quita más que da.
Se necesita para hacer películas.
Claro, pero no para mí.
¿Qué necesita usted para usted?
La gran necesidad es trabajar: sentirme útil. Hacer cine; verlo; juzgarlo; escribirlo. Ir a la filmoteca y encontrarme allí con los amigos vivos y muertos.
¿El sueldo le da igual?
Para qué más dinero que el necesario para una vivienda agradable; comprar libros; ir al cine; cenar fuera algún día tal vez; un coche normal -y ni siquiera hace falta- que te pueda llevar a algún sitio si lo necesitas...
Parece razonable.
Por eso creo que con la inteligencia, incluso con el mero sentido común, se puede derrotar a esa avaricia, que, como el ansia de poder en los tiranos, no se puede colmar.
Quien paga manda; y hoy nos manda, aunque lo paguemos entre todos.
Y yo odio que me den órdenes sin darme razones. Esa era la gran lección que me dio un compatriota suyo, mi maître à penser George, Jorge Semprún.
Fue brillante huésped de La Contra.
Cuando llegué a París de la Grecia aplastada por la dictadura descubrí allí la libertad, pero también con ella la responsabilidad de pensar por mi cuenta. Y la aprendí de Semprún, Simone Signoret e Yves Montand: me enseñaron a pensar antes de obedecer.
Ustedes empezaron a denunciar la tiranía de Stalin, pese a ser izquierdistas.
No siempre es fácil darte cuenta de que estás obedeciendo a un tirano.
Yo creí que era obvio.
¡No! ¡Qué va! ¿Sabe cómo se detectan?
¿...?
Los tiranos te convencen de que estás en apuros gravísimos, aunque te los hayan creado ellos mismos, que es lo habitual...
...
... Para después hacerte creer que sólo obedeciéndoles y sufriendo te salvarás. Cuando les escuchas ya estás perdido, claro. Por eso, ¡qué miedo me dan quienes dicen que nos quieren salvar!
¿Quién nos va a salvar?
Nos tenemos que salvar solos, pero unidos, por supuesto.
¿Cómo?
Soy de educación cristiana, pero nunca entendí eso de que nos salvará el amor a los demás, porque amar de verdad sólo puedes amar a muy pocas personas en tu vida...
...
Pero la dignidad y el respeto, eso sí que tienes que exigirlo y darlo a todos los seres humanos. Y eso es la salvación para mí.
¿Y para Grecia, su país de origen?
La UE debió haberle exigido a Grecia antes de aceptarla lo que exige a Turquía: medidas para ser eficiente. Prefirieron darle créditos comprando a una clase política corrupta y una población que se endeudó sin tino.
¿Ahora Grecia debería salir del euro?
Sería el hundimiento total.
Presente continuo
A partir de cierta edad, los humanos más
sabios tienen la capacidad de conjugar el pasado en un presente siempre
interesante. Costa-Gavras sigue interpelando en su conversación a
Semprún como si "George" pudiera contestarnos (y seguramente lo hace).
Después habla de la Grecia de los coroneles y de la del fracaso del
euro, como del París gauchista estalinista en una misma lección
contemporánea contra la corrupción, la tiranía y la avaricia. Y se ríe
del tiempo de los impacientes al pedir cinco años para poder juzgar a
Hollande. Y acierta al darme una moderna receta para mejorar la calidad
de la tele: "Que pacten los canales para ser menos y así tendrán mejor
calidad".Se llama capitalismo.
No. Yo le hablo de la pura avaricia, que ha degradado nuestro sistema financiero hasta colapsarlo.
La avaricia ha existido siempre.
Pero nuestra resignación -eso sí es nuevo- la hace más destructiva que nunca. Hablo de nuestro conformismo y de los millones de personas que han sido despedidas por la avaricia de unos pocos y a las que se les arrebata su casa y se quedan en la calle.
Destrucción creativa, lo llaman.
Pero antes no la tolerábamos de ese modo.
Lo insólito es que
aceptemos esa avaricia pandillera como "lógica" e incluso "necesaria" para que el sistema financiero funcione.
La avaricia no reconoce la regulación.
Y que demos por inevitable que esos pocos avaros nos engañen a todos para que los bancos no se hundan y fluya el crédito.
Parece menos malo que el colapso.
Y en nuestra buena y nueva fe hoy nos esforzamos por creer que esos desaprensivos han aprendido unas matemáticas complejísimas y gozan de cerebros privilegiados para inventarse productos financieros.
Ser un timador requiere cierto talento.
Másters, escuelas de negocios elitistas... ¡Pero si su mejor habilidad es su falta de escrúpulos!... Y saber encontrar tipos tan indeseables como ellos mismos en la gran banca y en la política dispuestos a forrarse a costa de los empleos y las casas de los demás.
"Quito el dinero a los pobres para dárselo a los ricos".
Eso dice el protagonista de mi película, un moderno Robin Hood, que explora los límites de esa avaricia. Me fascina lo que pasa por la cabeza de ese tipo indeseable que, para acumular unos millones más en su cuenta millonaria, destruye vidas, empresas, ciudades y países.
¿Usted nunca ha querido ser rico?
El mundo del cine está lleno de tentaciones, y me tentaron, sí, con lo que pueden pagar en Hollywood, pero mi mujer me ayudó a poner sentido común.
Cuídela.
Lo hago. Yo mismo, la verdad, con los años he confirmado que, incluso más allá de cualquier consideración moral o ética, el exceso de dinero es un engorro y quita más que da.
Se necesita para hacer películas.
Claro, pero no para mí.
¿Qué necesita usted para usted?
La gran necesidad es trabajar: sentirme útil. Hacer cine; verlo; juzgarlo; escribirlo. Ir a la filmoteca y encontrarme allí con los amigos vivos y muertos.
¿El sueldo le da igual?
Para qué más dinero que el necesario para una vivienda agradable; comprar libros; ir al cine; cenar fuera algún día tal vez; un coche normal -y ni siquiera hace falta- que te pueda llevar a algún sitio si lo necesitas...
Parece razonable.
Por eso creo que con la inteligencia, incluso con el mero sentido común, se puede derrotar a esa avaricia, que, como el ansia de poder en los tiranos, no se puede colmar.
Quien paga manda; y hoy nos manda, aunque lo paguemos entre todos.
Y yo odio que me den órdenes sin darme razones. Esa era la gran lección que me dio un compatriota suyo, mi maître à penser George, Jorge Semprún.
Fue brillante huésped de La Contra.
Cuando llegué a París de la Grecia aplastada por la dictadura descubrí allí la libertad, pero también con ella la responsabilidad de pensar por mi cuenta. Y la aprendí de Semprún, Simone Signoret e Yves Montand: me enseñaron a pensar antes de obedecer.
Ustedes empezaron a denunciar la tiranía de Stalin, pese a ser izquierdistas.
No siempre es fácil darte cuenta de que estás obedeciendo a un tirano.
Yo creí que era obvio.
¡No! ¡Qué va! ¿Sabe cómo se detectan?
¿...?
Los tiranos te convencen de que estás en apuros gravísimos, aunque te los hayan creado ellos mismos, que es lo habitual...
...
... Para después hacerte creer que sólo obedeciéndoles y sufriendo te salvarás. Cuando les escuchas ya estás perdido, claro. Por eso, ¡qué miedo me dan quienes dicen que nos quieren salvar!
¿Quién nos va a salvar?
Nos tenemos que salvar solos, pero unidos, por supuesto.
¿Cómo?
Soy de educación cristiana, pero nunca entendí eso de que nos salvará el amor a los demás, porque amar de verdad sólo puedes amar a muy pocas personas en tu vida...
...
Pero la dignidad y el respeto, eso sí que tienes que exigirlo y darlo a todos los seres humanos. Y eso es la salvación para mí.
¿Y para Grecia, su país de origen?
La UE debió haberle exigido a Grecia antes de aceptarla lo que exige a Turquía: medidas para ser eficiente. Prefirieron darle créditos comprando a una clase política corrupta y una población que se endeudó sin tino.
¿Ahora Grecia debería salir del euro?
Sería el hundimiento total.
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