A veces la soledad y otras veces el impulso que produce la
melancolía en la que se envuelve el tiempo que camina, ante el mar o
ante el cielo nublado, en todo caso en tiempos oscuros, aquellos ante
los que Bertolt Brecht decía que no había que rendirse, pienso en
algunas miradas reconfortantes.
Y siempre, entre esas miradas, están los ojos de Leonardo Sciascia, el gran escritor europeo que nació en Sicilia en enero de 1921 y murió el 20 de noviembre de 1989, después de haber escrito sobre su país, sobre su pueblo, sobre el pasado de Europa, sobre la tragedia y sobre el futuro.
Como un Camus de los tiempos de paz, dejó algunos testamentos muy poderosos acerca de aquella posguerra en la que la Europa empobrecida soñaba con un porvenir que entonces se tenía que hacer desde la miseria a favor del viento de un progreso para el que no había aún muletas.
En medio de su trayectoria vital se le cruzó la mafia, el terrorismo mafioso, el terrorismo, en suma, y sobre esas aguas turbulentas lanzó su mirada llena de pesadumbre
. Fue un periodista contando, un filósofo analizando, un poeta mirando.
A pesar de que el tiempo le fue desfavorable, y pudo haber sido tan solo un ermitaño en Sicilia, se aventuró y fue editor, parlamentario europeo, dejó testimonio de su compromiso político, y siempre lo hizo con una gallardía que parecía quijotesca.
Animado por la curiosidad y por la razón, se hizo europeo de toda Europa; lo conocí en los años años 70 en Madrid, cuando Marco Miele, el admirable director entonces del Instituto Italiano de Cultura, trataba de hacer, a su modo, ayudado por la impar Alessandra Piccone, una embajada especial de su país en España, combinando los sabores de un territorio y otro para dar lugar a un encuentro que pasó a la historia como un elemento imborrable de la vida de quienes disfrutamos ese instante.
En ese tiempo que combinó la movida con el desconcierto vino Leonardo Sciascia a Madrid, se interesó por el porvenir de aquella democracia que aún sufriría los embates de un golpe de Estado; ayudó desde su país a interpretar el fenómeno terrorista, escribió a vuela pluma y en profundidad sobre los desastres causados por Eta y también por la extrema derecha, y se interesó por los filósofos españoles que vinieran luego de su admirado Ortega y Gasset.
Toda esa actividad, su curiosidad impenitente, se concentraba luego en esa mirada incisiva pero tierna, comprensiva, alerta siempre a la mirada de los otros, al sufrimiento ajeno, a la palabra que se escapara y que en él tuviera el oyente que estaba siempre dispuesto a seguir, en voz baja, cualquier inquietud que se le planteara.
Ahora que acaba este año maldito y empieza uno que no pinta mejor, reconforta recordar a gente como Sciascia. Ahí queda mi homenaje, como una carta a los que hoy quisieran tener el abrazo de aquella mirada que tanta falta nos hace a los europeos que hoy no tienen para hacer sobrevivir su esperanza otra cosa que la palabra ojalá. Sciascia fue, en algún momento, como la palabra ojalá.
Y siempre, entre esas miradas, están los ojos de Leonardo Sciascia, el gran escritor europeo que nació en Sicilia en enero de 1921 y murió el 20 de noviembre de 1989, después de haber escrito sobre su país, sobre su pueblo, sobre el pasado de Europa, sobre la tragedia y sobre el futuro.
Como un Camus de los tiempos de paz, dejó algunos testamentos muy poderosos acerca de aquella posguerra en la que la Europa empobrecida soñaba con un porvenir que entonces se tenía que hacer desde la miseria a favor del viento de un progreso para el que no había aún muletas.
En medio de su trayectoria vital se le cruzó la mafia, el terrorismo mafioso, el terrorismo, en suma, y sobre esas aguas turbulentas lanzó su mirada llena de pesadumbre
. Fue un periodista contando, un filósofo analizando, un poeta mirando.
A pesar de que el tiempo le fue desfavorable, y pudo haber sido tan solo un ermitaño en Sicilia, se aventuró y fue editor, parlamentario europeo, dejó testimonio de su compromiso político, y siempre lo hizo con una gallardía que parecía quijotesca.
Animado por la curiosidad y por la razón, se hizo europeo de toda Europa; lo conocí en los años años 70 en Madrid, cuando Marco Miele, el admirable director entonces del Instituto Italiano de Cultura, trataba de hacer, a su modo, ayudado por la impar Alessandra Piccone, una embajada especial de su país en España, combinando los sabores de un territorio y otro para dar lugar a un encuentro que pasó a la historia como un elemento imborrable de la vida de quienes disfrutamos ese instante.
En ese tiempo que combinó la movida con el desconcierto vino Leonardo Sciascia a Madrid, se interesó por el porvenir de aquella democracia que aún sufriría los embates de un golpe de Estado; ayudó desde su país a interpretar el fenómeno terrorista, escribió a vuela pluma y en profundidad sobre los desastres causados por Eta y también por la extrema derecha, y se interesó por los filósofos españoles que vinieran luego de su admirado Ortega y Gasset.
Toda esa actividad, su curiosidad impenitente, se concentraba luego en esa mirada incisiva pero tierna, comprensiva, alerta siempre a la mirada de los otros, al sufrimiento ajeno, a la palabra que se escapara y que en él tuviera el oyente que estaba siempre dispuesto a seguir, en voz baja, cualquier inquietud que se le planteara.
Ahora que acaba este año maldito y empieza uno que no pinta mejor, reconforta recordar a gente como Sciascia. Ahí queda mi homenaje, como una carta a los que hoy quisieran tener el abrazo de aquella mirada que tanta falta nos hace a los europeos que hoy no tienen para hacer sobrevivir su esperanza otra cosa que la palabra ojalá. Sciascia fue, en algún momento, como la palabra ojalá.
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