El expresidente de la CEOE citaba a sus víctimas en el restaurante de un hermano.
Cuando dejó la presidencia de la CEOE (diciembre de 2010), Gerardo Díaz Ferrán
instaló una especie de oficina en El Tártaro, el restaurante de su
familia ubicado en Madrid, muy cerca de la sede de la patronal. Allí
recibía, al más puro estilo de un patrón a la antigua usanza, a gente de
su entorno, dirigentes empresariales, amigos y conocidos con posibles a
los que, tras declararse arruinado, solicitaba ayuda para hacer frente a
los procesos judiciales como consecuencia de su gestión en el grupo
Marsans. Siempre prometía devolver hasta el último euro.
Con ese carácter afable y positivo que siempre le ha caracterizado, preparaba sus sablazos y a todos se mostraba convencido de que ganaría el pleito a Argentina en el conflicto de la expropiación de Aerolíneas Argentinas —debe decidir la Corte de Arbitraje Internacional—, lo que le retribuiría 900 millones de euros. De esa forma, devolvería el dinero y, aseguraba, comenzaría de nuevo la carrera empresarial.
Llegó a decir que un fondo buitre quería comprar el pleito para sacar tajada.
Seguramente, todo era pura ilusión de un hombre con los pies de cristal, que había montado con su socio, Gonzalo Pascual, un imperio turístico que resultó ser un castillo de papel creado a base de operaciones especulativas y que les llevó a auparse a la cúpula de la patronal sectorial, primero, a la de Madrid (CEIM), después, y finalmente a la gran patronal CEOE, en la que Pascual era vicepresidente.
Todo mientras la empresa hacía aguas.
Por el cepillo de El Tártaro, pasaron viejos amigos de esa etapa de ascenso vertiginoso, a los que en algún momento ayudó, como Arturo Fernández, José Antonio Segurado, Celso García, Jesús Núñez, Enrique Cerezo… Otros rechazaron participar. Díaz Ferrán les aseguraba que tenía que hacer frente a unos pagos urgentes o que estaba preparando su defensa y que eso le costaba un dinero que no tenía porque se lo habían embargado todo: su vivienda en la selecta urbanización de Conde Orgaz, la de veraneo en Mallorca, un yate, la finca en Toledo…. De hecho, vivía de alquiler en su propia casa y, según sus palabras, se lo pagaban sus hijos.
Pero, poco a poco, fue perdiendo relación con ellos.
Los amigos le fueron dando la espalda porque no cumplía las promesas de devolver los préstamos, ni hacía atisbos de intentarlo.
Además, cambió el número de móvil y se lo dio a muy pocos. Todo un síntoma.
Mientras tanto, veían que mantenía un ritmo de vida contrario a sus afirmaciones de vida austera “sin apenas salir de casa”.
Aunque con mucha menos asiduidad, asistía de vez en cuando a la ópera y a cacerías en los montes de Toledo, y hay quien dice que a algunas fuera de España.
No era como en los tiempos de esplendor, en los que era asiduo a safaris en África (a la caza del rinoceronte o del elefante en Botsuana), a la captura del oso en Rumanía o del rebeco en Ucrania, además de explotar la finca El Alamín —junto al río Alberche en Toledo, que fue cuartel de mando de Almanzor—, que había comprado al marqués de Comillas y donde montaba concentraciones de la élite madrileña, a las que llegó a asistir Esperanza Aguirre y, en alguna ocasión, el Rey.
Aunque reconocen la pérdida de relaciones, a todos les parece un hombre entrañable.
Cuando se ha conocido que supuestamente guardaba dinero en su casa, nadie quiere ahondar en la herida.
Posiblemente porque sabía que alguien le podía atosigar, desde después del verano bajó la frecuencia de visitas a El Tártaro y se reunía en su casa con personas de su nuevo entorno: los responsables de Possibilitum Business, la instrumental que adquirió Teinver (propietaria de Marsans, Air Comet y otras empresas del complicado entramado que montó en su grupo), y sus abogados.
Durante su mandato en la patronal —que hace medio año le retiró la seguridad y en la que no llegó a cristalizar el nombramiento de presidente de la Fundación CEOE al que se comprometió Juan Rosell—, hizo cosas feas.
Sus colaboradores de entonces subrayan que siempre trató de separar sus responsabilidades empresariales de las patronales; pero eso no es excusa para que cometiera errores de bulto para alguien que ocupa el sillón de patrón de patronos y que usó el cargo como trinchera defensiva: dejó en tierra a miles de clientes latinoamericanos de Air Comet en plena Navidad; no pagaba los créditos concedidos, uno de ellos de Caja Madrid, de donde, para más inri, era miembro del consejo de administración; realizó servicios en su agencia de viajes cuando la Asociación Internacional de Transporte Aéreo le había prohibido vender billetes por no pagar a proveedores; vació la caja y se quedó con dinero de los clientes; hizo cosas tan peregrinas como alistarse como empleado para entrar en la lista del paro, y, para remate, recurrió a la venta a Possibilitum en lo que todo el mundo vio como un alzamiento de bienes manifiesto.
Ha dicho (ahora y antes) que él no daba órdenes en el grupo, que recaía en su socio y los hijos de este.
“Era una forma de huir hacia adelante cuando lo que tenían que haber hecho era cortar el brazo de raíz para que el cáncer no se convirtiera en metástasis”, dice un empresario, recordando que la pareja de socios ya había mostrado sus credenciales cuando adquirió por una peseta Aerolíneas Argentinas a la SEPI (sociedad estatal) y luego compró créditos a los acreedores con una posterior quita para quedarse con la compañía.
Ante esa situación, no extrañó que los procesos se fueran acumulando y que a los proveedores, bancos y clientes se les acabara la paciencia.
Algunos casos acabaron en la Audiencia Nacional: reclamación por apropiación indebida de 4,4 millones de euros correspondientes a billetes adquiridos por clientes; crédito impagado por valor de 35 millones a Caja Madrid y la querella por impago de 45 millones presentada por AC Hoteles, Meliá, Pullmantur y Orizoni. Otros están hibernados, como la deuda con el despacho de abogados Uría y Menéndez, que dejó de prestar servicios al grupo por impago de la minuta después de cuatro años de trabajo.
Con ese carácter afable y positivo que siempre le ha caracterizado, preparaba sus sablazos y a todos se mostraba convencido de que ganaría el pleito a Argentina en el conflicto de la expropiación de Aerolíneas Argentinas —debe decidir la Corte de Arbitraje Internacional—, lo que le retribuiría 900 millones de euros. De esa forma, devolvería el dinero y, aseguraba, comenzaría de nuevo la carrera empresarial.
Llegó a decir que un fondo buitre quería comprar el pleito para sacar tajada.
Seguramente, todo era pura ilusión de un hombre con los pies de cristal, que había montado con su socio, Gonzalo Pascual, un imperio turístico que resultó ser un castillo de papel creado a base de operaciones especulativas y que les llevó a auparse a la cúpula de la patronal sectorial, primero, a la de Madrid (CEIM), después, y finalmente a la gran patronal CEOE, en la que Pascual era vicepresidente.
Todo mientras la empresa hacía aguas.
Por el cepillo de El Tártaro, pasaron viejos amigos de esa etapa de ascenso vertiginoso, a los que en algún momento ayudó, como Arturo Fernández, José Antonio Segurado, Celso García, Jesús Núñez, Enrique Cerezo… Otros rechazaron participar. Díaz Ferrán les aseguraba que tenía que hacer frente a unos pagos urgentes o que estaba preparando su defensa y que eso le costaba un dinero que no tenía porque se lo habían embargado todo: su vivienda en la selecta urbanización de Conde Orgaz, la de veraneo en Mallorca, un yate, la finca en Toledo…. De hecho, vivía de alquiler en su propia casa y, según sus palabras, se lo pagaban sus hijos.
Pero, poco a poco, fue perdiendo relación con ellos.
Los amigos le fueron dando la espalda porque no cumplía las promesas de devolver los préstamos, ni hacía atisbos de intentarlo.
Además, cambió el número de móvil y se lo dio a muy pocos. Todo un síntoma.
Mientras tanto, veían que mantenía un ritmo de vida contrario a sus afirmaciones de vida austera “sin apenas salir de casa”.
Aunque con mucha menos asiduidad, asistía de vez en cuando a la ópera y a cacerías en los montes de Toledo, y hay quien dice que a algunas fuera de España.
No era como en los tiempos de esplendor, en los que era asiduo a safaris en África (a la caza del rinoceronte o del elefante en Botsuana), a la captura del oso en Rumanía o del rebeco en Ucrania, además de explotar la finca El Alamín —junto al río Alberche en Toledo, que fue cuartel de mando de Almanzor—, que había comprado al marqués de Comillas y donde montaba concentraciones de la élite madrileña, a las que llegó a asistir Esperanza Aguirre y, en alguna ocasión, el Rey.
Aunque reconocen la pérdida de relaciones, a todos les parece un hombre entrañable.
Cuando se ha conocido que supuestamente guardaba dinero en su casa, nadie quiere ahondar en la herida.
Posiblemente porque sabía que alguien le podía atosigar, desde después del verano bajó la frecuencia de visitas a El Tártaro y se reunía en su casa con personas de su nuevo entorno: los responsables de Possibilitum Business, la instrumental que adquirió Teinver (propietaria de Marsans, Air Comet y otras empresas del complicado entramado que montó en su grupo), y sus abogados.
Durante su mandato en la patronal —que hace medio año le retiró la seguridad y en la que no llegó a cristalizar el nombramiento de presidente de la Fundación CEOE al que se comprometió Juan Rosell—, hizo cosas feas.
Sus colaboradores de entonces subrayan que siempre trató de separar sus responsabilidades empresariales de las patronales; pero eso no es excusa para que cometiera errores de bulto para alguien que ocupa el sillón de patrón de patronos y que usó el cargo como trinchera defensiva: dejó en tierra a miles de clientes latinoamericanos de Air Comet en plena Navidad; no pagaba los créditos concedidos, uno de ellos de Caja Madrid, de donde, para más inri, era miembro del consejo de administración; realizó servicios en su agencia de viajes cuando la Asociación Internacional de Transporte Aéreo le había prohibido vender billetes por no pagar a proveedores; vació la caja y se quedó con dinero de los clientes; hizo cosas tan peregrinas como alistarse como empleado para entrar en la lista del paro, y, para remate, recurrió a la venta a Possibilitum en lo que todo el mundo vio como un alzamiento de bienes manifiesto.
Ha dicho (ahora y antes) que él no daba órdenes en el grupo, que recaía en su socio y los hijos de este.
“Era una forma de huir hacia adelante cuando lo que tenían que haber hecho era cortar el brazo de raíz para que el cáncer no se convirtiera en metástasis”, dice un empresario, recordando que la pareja de socios ya había mostrado sus credenciales cuando adquirió por una peseta Aerolíneas Argentinas a la SEPI (sociedad estatal) y luego compró créditos a los acreedores con una posterior quita para quedarse con la compañía.
Ante esa situación, no extrañó que los procesos se fueran acumulando y que a los proveedores, bancos y clientes se les acabara la paciencia.
Algunos casos acabaron en la Audiencia Nacional: reclamación por apropiación indebida de 4,4 millones de euros correspondientes a billetes adquiridos por clientes; crédito impagado por valor de 35 millones a Caja Madrid y la querella por impago de 45 millones presentada por AC Hoteles, Meliá, Pullmantur y Orizoni. Otros están hibernados, como la deuda con el despacho de abogados Uría y Menéndez, que dejó de prestar servicios al grupo por impago de la minuta después de cuatro años de trabajo.
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