Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

13 dic 2012

Diálogo entre el optimista y el pesimista

Diálogo entre el optimista y el pesimista

Por: | 13 de diciembre de 2012
Platón hubiera tomado notas, imagino; los que estábamos allí escuchamos cómo estos dos sabios de la Universidad y de la vida, Alejandro Nieto y Emilio Lledó, contemporáneos y catedráticos que coincidieron hace cuarenta años en la Universidad de La Laguna explicando uno Derecho Administrativo y el otro Fundamentos de Filosofía, usaban la bóveda moderna de la Fnac madrileña para debatir como si estuvieran en una cueva platónico.
 Fue un deabte entre el optimismo y el pesimismo, las razones de una y otra actitud, en qué debemos sustentar el entusiasmo y qué razones hay para desconfiar de la esperanza.
Uno, Lledó, era el idealista, el optimista que veía en el futuro la posibilidad de que el hombre fuera mejor, estudiando más, siendo más solidario y, como hubiera dicho su maestro Antonio Machado, siendo "más bueno".
 Enfrente, Nieto, descreído, desilusionado como el mundo entero, según él, sobre las segundas oportunidades que los hombres tienen sobre la tierra, enumeró las razones por las que las utopías de Lledó no son sino palabras que se llevará el viento.
 Según él, que ha escrito ya algunos libros sobre eso, la práctica de la ilusión conduce otra vez al descreímiento, porque estamos en un universo que no da demasiadas esperanzas en el hombre, ni en la política.
Estaban allí, el optimista y el pesimista, para hablar del libro de este último, Alejandro Nieto; lo ha publicado Ariel, va por la segunda edición y se titula El desgobierno de lo público.
  Un volumen en el que, atinadamente, con el estilete quijotesco metido hasta la yugular de la situación y de la realidad, descubre las flaquezas de la democracia, por las que se ha colado la corrupción como una de las más complejas excrecencias de la actividad colectiva de los seres humanos.
La política ha sido penetrada por lo multinacional, por lo global y por lo inasible, y el ciudadano de veras no tiene poder alguno ni para cambiar el signo de la política, ni para participar de veras en ella, ni, por supuesto, para cambiar la realidad
. Eso dice Nieto. Lledó, que iba a presentar esta segunda edición del agudo análisis de su amigo y colega, quiso integrar en la discusión algunas gotas de esperanza, en la democracia, en la educación; en el futuro, en suma.
Nieto es muy escéptico; ha pasado otras veces, volverá a pasar
. A su generación la ilusionó la República, luego la gente salió a la calle a vitorear la dictadura, luego vino la democracia, a la primero vitorearon y ahora vituperan, y la Monarquía que hace años también fue vitoreada y luego vituperada vuelve a ser un régimen que no se quiere... ¿Qué nos disgustará, qué nos gustará? ¿Cómo nos iremos cambiando de gustos?
Estábamos allí una docena de escuchantes, como si estuviéramos en efecto en una cueva oyendo a dos maestros.
 Se fueron uniendo personas, y fuimos teniendo la sensación, al menos yo la tuve, de que por un rato me pareció estar otra vez en las viejas aulas de mi universidad asistiendo feliz al pensamiento moviéndose. Cuando me fui la realidad se movía, la calle estaba llena de gente queriendo saber adónde iba. Yo mismo no sabía adónde iba.
Antes de marcharme, una universitaria que dio clases en Finlandia y descubrió allí la grandeza del respeto por lo público, me pidió un título de un libro con el que levantar el ánimo. Le dije que leyera Las voces bajas, de Manuel Rivas.
 Luego me di cuenta que también le debía haber aconsejado Entreguerras, el poema autobiográfico de Caballero Bonald.
Por mi parte, estoy leyendo, descreído, las memorias de Salman Rushdie.
 Un día hablaré de ellas.

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