No es una película de Clint Eastwood, pero parece un acto de amor a
su cine.
Un acto de amor sentido, esforzado y, en cierto sentido, también mediocre, porque apunta a su estilo, pero solo es un simulacro.
Tras más de veinte años de carrera, de producir las últimas diez películas de Eastwood, y de ser su ayudante de dirección, Robert Lorenz ha querido dar el salto a capitán de barco con su primera película como director, Golpe de efecto, en la que se incluye un papel protagonista escrito especialmente para el mito. Eastwood, claro, no ha podido negarse a interpretarlo.
Dos de los grandes temas de la filmografía de Eastwood permanecen en
este drama deportivo centrado en la sala de máquinas de los equipos
profesionales de béisbol
. Primero, el del héroe solitario que camina por un mundo que ya no le pertenece, que, a medio camino entre el reaccionario y el sabio clásico, se siente ajeno a la tontería contemporánea; un tema que, yendo un poco más lejos, ya era una de las esencias del cine de John Ford.
En segundo lugar, las eternas divergencias entre los personajes de Eastwood y sus hijos (casi siempre féminas, desde Million dollar baby a Poder absoluto pasando, cómo no, por Gran Torino), lo que suele abrir el panorama para la inevitable redención. Lorenz y su guionista, el novel Randy Brown, establecen el conflicto alrededor de los cambios surgidos en el deporte en los últimos años por culpa de (o gracias a, depende de dónde se alinee uno) las estadísticas.
Así, se establece el duelo entre la vieja guardia de los ojeadores de los equipos, y el nuevo rey del mundo: el imberbe armado de ordenador, programa informático y cálculo matemático que, sin embargo, es incapaz de analizar lo intangible.
En la línea de la extraordinaria Moneyball, pero sin la escritura de Aaron Sorkin.
La inmensa presencia de Clint y las interesantes teorías didáctico-deportivas, como ese especial gusto de los equipos por estrujar a sus diamantes desde demasiado jóvenes, juegan a favor de una película, a pesar de todo, entretenida
. Pero el resto suena a simulación, a esquemático, a añadido indolente, comenzando por esa noche de amor entre bailes country y baño en el lago que parece de otra película. Y, en fin, a que sin Eastwood nada hubiese sido lo mismo.
Un acto de amor sentido, esforzado y, en cierto sentido, también mediocre, porque apunta a su estilo, pero solo es un simulacro.
Tras más de veinte años de carrera, de producir las últimas diez películas de Eastwood, y de ser su ayudante de dirección, Robert Lorenz ha querido dar el salto a capitán de barco con su primera película como director, Golpe de efecto, en la que se incluye un papel protagonista escrito especialmente para el mito. Eastwood, claro, no ha podido negarse a interpretarlo.
GOLPE DE EFECTO
Dirección: Robert Lorenz.
Intérpretes: Clint Eastwood, Amy Adams, Justin Timberlake, John Goodman, Matthew Lillard.
Género: drama. EE UU, 2012.
Duración: 111 minutos.
Dirección: Robert Lorenz.
Intérpretes: Clint Eastwood, Amy Adams, Justin Timberlake, John Goodman, Matthew Lillard.
Género: drama. EE UU, 2012.
Duración: 111 minutos.
. Primero, el del héroe solitario que camina por un mundo que ya no le pertenece, que, a medio camino entre el reaccionario y el sabio clásico, se siente ajeno a la tontería contemporánea; un tema que, yendo un poco más lejos, ya era una de las esencias del cine de John Ford.
En segundo lugar, las eternas divergencias entre los personajes de Eastwood y sus hijos (casi siempre féminas, desde Million dollar baby a Poder absoluto pasando, cómo no, por Gran Torino), lo que suele abrir el panorama para la inevitable redención. Lorenz y su guionista, el novel Randy Brown, establecen el conflicto alrededor de los cambios surgidos en el deporte en los últimos años por culpa de (o gracias a, depende de dónde se alinee uno) las estadísticas.
Así, se establece el duelo entre la vieja guardia de los ojeadores de los equipos, y el nuevo rey del mundo: el imberbe armado de ordenador, programa informático y cálculo matemático que, sin embargo, es incapaz de analizar lo intangible.
En la línea de la extraordinaria Moneyball, pero sin la escritura de Aaron Sorkin.
La inmensa presencia de Clint y las interesantes teorías didáctico-deportivas, como ese especial gusto de los equipos por estrujar a sus diamantes desde demasiado jóvenes, juegan a favor de una película, a pesar de todo, entretenida
. Pero el resto suena a simulación, a esquemático, a añadido indolente, comenzando por esa noche de amor entre bailes country y baño en el lago que parece de otra película. Y, en fin, a que sin Eastwood nada hubiese sido lo mismo.
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