Un Blues

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5 nov 2012

Contra el olvido de María Blanchard

Contra el olvido de María Blanchard.

Retrato de María Blanchard, de Tora Vega Holmström / Galleri Claes Moser (Suecia)
"Permíteme estar celosa”, así se despide María Blanchard de su amigo, el pintor André Lhote en una carta que le escribe, en vísperas de un viaje que este último iba a realizar con el poeta Jules Supervielle a España. Siete años antes la artista había abandonado su país para no regresar nunca más.
 Al cobijo de la tradición de libertad moral e intelectual que ofrecía París, Blanchard añoraba su tierra, a pesar del recuerdo amargo de una España cruel, en la que las beatonas se santiguaban a su paso y los supersticiosos pasaban los boletos de lotería por su jorobada espalda, a pesar de esa España reaccionaria que siempre le negó la expresión de su pintura.
 “Tienes que ver bailar a los auténticos gitanos, son diferentes a los españoles. En Madrid vete al teatro a ver bailar a la Imperio, o cualquier otra cosa del mismo estilo
. La Imperio es la verdadera cantante española, la clásica. En Sevilla vete a ver a La Niña de los Peines si todavía existe…”, escribe en esa carta.
Mucho tiempo ha tenido que pasar desde su muerte en 1932, para que Blanchard obtuviera el reconocimiento que se merece dentro del mundo de la pintura.
 Estos días, el Museo Reina Sofía de Madrid rescata del olvido a esta extraordinaria pintora —que, entre otras cosas, fue la mujer más relevante del cubismo— con la más importante exposición dedicada a la totalidad de su obra.
A pesar de los esfuerzos realizados en los últimos años, la biografía de esta gran artista sigue estando cuajada de lagunas.
 La documentación inédita que se conserva de André Lhote, su amigo y protector, y que custodia una sobrina del pintor en París, ayuda a descubrir aspectos hasta ahora desconocidos de la vida de esta artista, nacida en Santander en 1881.
Nació jorobada.
 Hasta ahora, la mayoría de sus biógrafos atribuían esta desgracia a una caída de su madre estando embarazada. Hoy sabemos que la cifoescoliosis que sufría fue causada por una alteración cromosómica. Padeció la triste infancia y adolescencia de quien se sabe irremediablemente condenada por la naturaleza. Arropada bajo el espíritu romántico y emprendedor de su padre, quien la encarriló por el camino de la pintura, abandonó el muy ramplón panorama artístico santanderino y marchó a Madrid a formarse como pintora.
 Pero Madrid también se le quedó pequeño a esta diminuta mujer de grandes horizontes.
 Fue gracias a su éxito en la Exposición Nacional de Bellas Artes en 1908 por lo que consiguió una beca para marcharse a París.
 Fue allí, en la capital francesa, donde Blanchard comenzó a romper corsés estilísticos y adentrarse en el fauvismo
. De nuevo en Madrid, donde le sorprendió la Primera Guerra Mundial, participó en la exposición Los pintores íntegros, en la que la artista muestra por primera vez obras de un incipiente cubismo. Esta muestra fue vapuleada por crítica y público.
Fue en 1916 cuando María Blanchard abandonó definitivamente España, cambiando la seguridad de una cátedra de dibujo en la Escuela Normal de Salamanca y la protección de una familia bien situada por un frío y destartalado estudio en el cosmopolita barrio de Montparnasse.
 Desde allí pudo observar las amargas despedidas de cientos de soldados que partían al frente. Ella había vuelto a París también para combatir, pero en otra lucha.
Su combate estaba en las trincheras de la vanguardia artística.
 Ese mismo año comienza su colaboración con Léonce Rosenberg, director de la galería L’Effort Moderne, que acoge lo más destacado del movimiento cubista.
 Su obra también se verá colgada en el Salon d’Antin, junto a consagrados como Matisse y Derain y otros por consagrar como Modigliani o Léger. En esta exposición se pudo contemplar por primera vez el cuadro icono de la modernidad: Las señoritas de Avignon, de Picasso.
El primer encuentro entre la pintora y André Lhote debió de ocurrir por estas fechas
. Él practicaba también el cubismo y ejercía la crítica.
 La primera mención que aparece sobre la artista en el diario que minuciosamente redactaba Lhote data del 1 de abril de 1917, sobre el banquete celebrado en su honor en Montparnasse.
 A partir de entonces, Lhote se convertirá en una figura clave en la vida de la pintora.
 No solo será su fiel amigo, sino también su protector
. Su correspondencia deja ver una gran amistad llena de complicidad, pero también de turbulencias.
 “Eran dos personalidades muy temperamentales y coléricas, pero su amistad era sincera, recíproca y entusiasta”, dice Dominique Martin Berman, quien custodia el archivo del pintor.

 

 

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