Las protestas por el elevado coste de la boda moderan la pompa del enlace de Guillermo de Luxemburgo y Stéphanie de Lannoy.
Todo apuntaba a que la boda religiosa entre el príncipe Guillermo de
Luxemburgo y su prometida, la condesa Stéphanie de Lannoy, celebrada esa
mañana en la catedral de Notre Dame, sería una efeméride para recordar
pero no ha sido así
. Parece que las críticas por el elevado coste de la boda real, 350.000 de euros del que deberán responsabilizarse las arcas públicas luxemburguesas, han llegado a los oídos de los futuros herederos del Gran Ducado, que prefirieron moderar la pompa que suele rodear a este tipo de eventos.
La ceremonia ha sido de lo más sobria, ceñida perfectamente al protocolo.
Ni siquiera el público que se congregó en los alrededores del templo se mostraba entusiasmado por lo que momentos después iba a tener lugar en el interior de la basílica
. Unas pocas banderas luxemburguesas y belgas ondeaban en las vallas que separaban a los espectadores de la recepción oficial.
Los invitados fueron llegando puntuales.
Hicieron el habitual saludo protocolario a la bandera del Gran Ducado antes de hacer su entrada. Entre los asistentes, también se encontraron los príncipes de Asturias, Felipe y Letizia, que fueron el foco de atención de la prensa antes y durante el festejo
. Llegaron a las diez y media acompañados de un nutrido grupo de personalidades de la monarquía europea: los príncipes herederos de Noruega, Haakon y Mette-Marit, Victoria y Daniel de Suecia, Guillermo y Máxima de Holanda y finalmente Federico y Mary de Dinamarca. Carolina de Mónaco, Lalla Salma de Marruecos, Constantino y Ana María de Grecia o los duques de Essex fueron otros de los aristocráticos invitados.
La vista estaba puesta sobre el atuendo de la princesa Letizia.
Los expertos apuntaban que el estilo sería muy austero para no alentar las críticas de la sociedad española por los excesos de las casas reales en tiempos de crisis económica.
Y acertaron. Letizia se presentó con un modelo y complementos en tono nude del diseñador Felipe Varela, habitual en su armario, y un sombrero del mismo color de Pablo y Mayaya.
Las ovaciones del público recayeron sobre los cuatro hermanos del príncipe Guillermo, que llegó a la catedral poco antes de las once, acompañado de su madre, María Teresa Mestre, Gran Duquesa de Luxemburgo.
Allí fue recibido por el arzobispo Jean-Claude Hollerich, que ofició la boda.
Pocos minutos después, Stéphanie de Lannoy hizo despertar el júbilo del público saludando desde el coche que le llevó hasta la entrada de la basílica
. Las cámaras enfocaron a la nueva princesa luxemburguesa que lució un vestido de color marfil, creación del diseñador de alta costura Elie Saab, según un comunicado de Palacio. La larga cola y velo que portaba no impidieron que llegase al altar sin contratiempos.
En la cabeza lució una tiara y un sencillo recogido.
. Parece que las críticas por el elevado coste de la boda real, 350.000 de euros del que deberán responsabilizarse las arcas públicas luxemburguesas, han llegado a los oídos de los futuros herederos del Gran Ducado, que prefirieron moderar la pompa que suele rodear a este tipo de eventos.
La ceremonia ha sido de lo más sobria, ceñida perfectamente al protocolo.
Ni siquiera el público que se congregó en los alrededores del templo se mostraba entusiasmado por lo que momentos después iba a tener lugar en el interior de la basílica
. Unas pocas banderas luxemburguesas y belgas ondeaban en las vallas que separaban a los espectadores de la recepción oficial.
Los invitados fueron llegando puntuales.
Hicieron el habitual saludo protocolario a la bandera del Gran Ducado antes de hacer su entrada. Entre los asistentes, también se encontraron los príncipes de Asturias, Felipe y Letizia, que fueron el foco de atención de la prensa antes y durante el festejo
. Llegaron a las diez y media acompañados de un nutrido grupo de personalidades de la monarquía europea: los príncipes herederos de Noruega, Haakon y Mette-Marit, Victoria y Daniel de Suecia, Guillermo y Máxima de Holanda y finalmente Federico y Mary de Dinamarca. Carolina de Mónaco, Lalla Salma de Marruecos, Constantino y Ana María de Grecia o los duques de Essex fueron otros de los aristocráticos invitados.
La vista estaba puesta sobre el atuendo de la princesa Letizia.
Los expertos apuntaban que el estilo sería muy austero para no alentar las críticas de la sociedad española por los excesos de las casas reales en tiempos de crisis económica.
Y acertaron. Letizia se presentó con un modelo y complementos en tono nude del diseñador Felipe Varela, habitual en su armario, y un sombrero del mismo color de Pablo y Mayaya.
Las ovaciones del público recayeron sobre los cuatro hermanos del príncipe Guillermo, que llegó a la catedral poco antes de las once, acompañado de su madre, María Teresa Mestre, Gran Duquesa de Luxemburgo.
Allí fue recibido por el arzobispo Jean-Claude Hollerich, que ofició la boda.
Pocos minutos después, Stéphanie de Lannoy hizo despertar el júbilo del público saludando desde el coche que le llevó hasta la entrada de la basílica
. Las cámaras enfocaron a la nueva princesa luxemburguesa que lució un vestido de color marfil, creación del diseñador de alta costura Elie Saab, según un comunicado de Palacio. La larga cola y velo que portaba no impidieron que llegase al altar sin contratiempos.
En la cabeza lució una tiara y un sencillo recogido.
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