Es justo que se haya estrenado en el certamen donostiarra, porque fue allí donde el director de Torremolinos 73 tuvo una epifanía al ver en una proyección con música en directo el clásico del cine mudo Avaricia.
Desde entonces, le carcomió el gusanillo de repetir en otros espectadores las sensaciones que vivió aquella noche. Berger fue completando poco a poco su bilbainada: haría en blanco y negro y muda su propia versión del cuento de los hermanos Grimm, trasladando la acción a la España de finales de los años veinte, cargado de influencias del cine mudo europeo; de las fotos de Cristina García Rodero que le mostraron un fiel retrato de una España rural y de las cuadrillas de enanos que se ganaban la vida como toreros bomberos.
En Blancanieves todo encaja con la precisión del mecanismo
de reloj: las interpretaciones, el reflejo de un tiempo en el que
triunfaba el claroscuro, la música, las canciones de Silvia Pérez Cruz… Y
luego está Maribel Verdú, madrastra implacable, malvada feliz por ser
villana sin motivación, personaje lujurioso y contundente que queda en
manos de una actriz de bandera.
Desgraciadamente, a Berger se le han acumulado las comparaciones: en menos de un año le han precedido dos Blancanieves desde Hollywood, y el público recuerda maravillado las sensaciones provocadas por The artist, otra película en blanco y negro y muda, la comedia francesa que alcanzó la gloria en los últimos Oscar.No tienen nada que ver, pero hasta el mismo director español entiende que no ser el primero lastra su aventura: Berger aún recuerda sus improperios el día que un amigo productor le llamó desde Cannes para contarle que había visto The artist; justo cuando él estaba a punto de rodar.
Eso no debería desmerecer a esta Blancanieves, una película como nunca antes se ha visto. El francés François Ozon, ganador el sábado del Festival de San Sebastián, dijo:
“El mundo necesita más cine, y el mundo necesita más cine español”.
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