Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

23 oct 2012

LA FELICIDAD SEGÜN LANDERO

La felicidad según Landero

Por: | 23 de octubre de 2012
Luis Landero se llevó su último libro allí donde lo piensa y a veces lo escribe, uno de los lugares donde se hace su felicidad cotidiana, el Café Comercial de Madrid, que fue lugar, también, de otros colegas suyos como Galdós, Machado o Tomás Segovia.
Con mucha felicidad declaró Landero sobre su café: “Tiene tres meses más que el Café Gijón”.
            Y es que el libro, Absolución, publicado por Tusquets, como toda su obra, tiene que ver con la felicidad, ese instante (como decía Leonardo Sciascia y como dice él) en el que se concentra una alegría grande o chica que no dura nada y sin la cual no se podría vivir, ni podría vivir la literatura.
            Sin embargo, la felicidad no es una buena materia literaria; es justamente lo que hay antes o después de la felicidad lo que hace los grandes poemas, las grandes narraciones y las grandes películas. En Absolución Landero aborda aquel instante, pero sobre todo el abismo que hay después (o antes).
            Iba a presentar por la tarde la novela en la Librería Rafael Alberti, pero por la mañana, este lunes, su editor Juan Cerezo convocó a periodistas y libreros, en un desayuno de prensa en ese lugar en el Landero recibe y charla, de fútbol, de literatura o de lo que se le proponga, pues es un conversador paciente cuya paciencia es ya también leyenda literaria.
 Y cuya felicidad tiene su centro en este lugar que está al lado de donde escribe, su casa.
            La historia de Absolución es la de Lino, un adolescente que sueña, alcanza lo que parece ser el objeto de su deseo, hasta que, a los 32 años, la vida le da la respuesta del fracaso
. La búsqueda de la felicidad, cree Landero, es la posibilidad de la aventura, del amor, de la amistad; a lo largo de la existencia vamos tocando esas teclas que Lino toca, pero sabemos que en algún momento el teclado se interrumpe, se revuelve y envía su grito de pánico.
 Lino es un fugitivo que huye siempre de algo y que siempre está buscando algo. Y a él se le diluye la alegría cuando ya parece una piedra feliz.
            Landero es como Velázquez y Cervantes, decide siempre habitar en su propia obra, y en algún momento de la historia está su propia autobiografía, o la biografía de los suyos, esperándole; a veces es su padre (aquí también está), pero en esta ocasión domina la escena de su ficción la lejana historia de un tío suyo que parecía rico, aunque vivía en una pensión confortable de Madrid, y que decidió ser feliz en Nueva York. Lino, que es su trasunto, se va a Australia, a cumplir el sueño que, como parece natural, halla el hielo de la derrota en un momento determinado del decurso de su empecinamiento utópico.
            Ocurre con Landero que transmite la atmósfera de su libro también en la conversación sobre lo que ha escrito.
 A esta hora del desayuno en la que hablaba, el escritor extremeño, que nació en 1948 pero que sigue siendo el adolescente que le persigue, parecía que estaba contando que había descubierto la literatura el día anterior
. A él (como para García Hortelano, al que citó) lo que más le gusta y lo que más le cuesta es escribir, esa dedicación es un placer que no pospone, que busca para descubrirse a sí mismo, descubriendo las palabras. “Al calor de las palabras”, dice, “la imaginación da los mejores frutos”.
 Se nota en sus libros, se nota en él: está habitado por la literatura.
 El personaje, en la ficción, es fundamental, y si existe, si cobra cuerpo, el mismo personaje va a ir descubriéndote las palabras; él es pues, cuando ya es criatura de novela, el que te da el calor que te permite seguir escribiendo. “De un personaje sale todo; me ilumina el verbo”.
            Y ahí estaba, iluminado, Luis Landero contando la felicidad de escribir también la historia de un tipo que quiso ser feliz huyendo, y huyendo halló el fracaso, que es lo que hay en la puerta de enfrente de la alegría.
            Como ocurre en estos actos en los que aún los presentes (excepto algunos, entre ellos el periodista Félix Madero, que se conocía la obra casi como el autor, y que por eso preguntaba con mucho juicio), muchos de los asistentes aún no habíamos leído el libro; así que la conversación derivó sobre las generalidades de la literatura.
 Eso no es incómodo con Landero, pues es antes que un autor obligado por las circunstancias a volver sobre el libro que ya escribió un conversador minucioso y alegre con el que da gusto ser un periodista. En esa conversación que tenía ya que ver con lo que rodea a la literatura dijo algo el autor de Absolución que dejo aquí subrayado: “Al lector el autor lo mima demasiado, lo maleduca, para atraérselo. Al lector se lo minusvalora, como si solo pudiera leer aquello que se deglute deprisa.
 Estamos en una sociedad muy puerilizada a la que todo se le quiere dar ya deglutido”.
            Escribir, dijo Landero, es un ejercicio de concentración, del escritor, del lector. “Ahí, escribiendo, descubres la profundidad de las cosas…
No tenemos paciencia, ni concentración; hay que buscarla. Una palabra llama a la otra. Tirando del hilo descubres
. De pronto surge algo nuevo. Es el lenguaje el que escribe por uno. Escribiendo soy feliz, una novela hace que yo no esté a la intemperie. La literatura lo es todo”.
            Ahora, tras Absolución, Landero vuelve a mirar la piedra con la que ha de construir su cabaña de la literatura.
 Para ser feliz; y, como Sísifo, para regresar con la piedra y volver a subirla a la montaña en la que él, como Lino, cree que está la felicidad.
(ENTONCES LA FELICIDAD ERS UNA CARGA MUY PESADA)

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