La cantante ha charlado con S Moda de música, de ropa, de cultura, y de cómo su ideario de estilo se basa en grandes iconos de los 70.
13 de octubre de 2012
08:00 h..
«Si el equipaje de mano solo puede ser un bulto, siempre será la
guitarra», dice una radiante Eva Amaral refiriéndose al ajetreo de los
aeropuertos durante la gira. Toda una declaración de principios. La
cantante llega a Madrid para cerrar el tour español de su último disco, Hacia lo salvaje,
con dos conciertos en la capital, el 16 y 18 de octubre, y uno en
Barcelona, el 20. Y ya cuelga el cartel de entradas agotadas. Pero eso
no es nada nuevo para Amaral, quien con cuatro millones de discos
vendidos lleva en lo más alto de la música española desde su debut en
1998.Se deja vestir con naturalidad y recomienda poner el último disco de The Black Keys para ambientar la sesión de fotos. Es de esas personas que, aunque se confiese tímida, enseguida comienza a hacer bromas privadas para empatizar con la gente que la rodea. Un placer. Reconoce que le gusta la moda como expresión artística, «pero en estas sesiones me da miedo disfrazarme de algo con lo que no me identifico», afirma. No es el caso, pues toda la ropa que cuelga en el vestidor tiene como referencia a sus iconos del rock: The Rolling Stones, Lou Reed o Patti Smith y le van como un guante.
Nunca me ha gustado sentirme esclava de una estética determinada. Me apasionan las tiendas vintage y soy muy de rebuscar en ellas. Me suele gustar la ropa oscura, aunque hoy me siento feliz con tanto color encima.
¿Y en su manera de interpretar?
Al principio estaba muy perdida, pero salía al escenario y me poseía algo que me hacía tirar para adelante. Soy muy tímida y sentir cómo me transformaba en lo contrario me enganchó tanto que aquí sigo. Yo empecé cantando como un hombre. En las primeras maquetas que grabé imitaba mucho a Lou Reed, Jim Morrison y Patti Smith. Siempre ha sido mi diosa y es la única persona con la que he pedido hacerme una fotografía. En esta, Patti sale resplandeciente, refleja la luz de una manera distinta al resto del mundo, casi como un poltergeist. Es para enseñársela a Iker Jiménez [ríe].
¿Qué es para usted la moda?
Si lo pienso, lo primero que me viene a la cabeza son intantáneas de Twiggy en los 60. Me encanta ella en esa época. Creo que hay que quitar la frivolidad de la moda, quedarse con su creatividad y jugar. Me interesan y divierten los desfiles por su espectacularidad y como representación teatral. Pero ahora, por trabajo, acudo a pocos.
¿Y nunca le han tirado los tejos para desfilar o tocar en un desfile?
¡No! Pero sí he tenido contacto con diseñadores españoles e intento llevar cosas suyas cuando actúo en el extranjero. De hecho, en esta gira, todo el vestuario lo ha realizado Marcela Mansergas. Ha hecho unos trajes mezclando huesos, plumas y encajes vintage de piezas que ha ido encontrando en mercadillos. Pero en el escenario me tengo que olvidar de que esta mujer ha estado bordando durante horas, porque si no, no sería tan bruta como soy. Es una ropa con una energía especial porque sé que no se ha hecho en serie. Lo malo es que tengo a la pobre todo el día remendando los vestidos.
¿Qué le pide a la ropa?
Necesito que me transmita fuerza, pero he variado con los años. Antes me sentía poderosa con tacones de aguja en el escenario. Ahora me da seguridad ir plana para sentir la tierra que piso, así que llevo botines de tacón cubano. Además, con los stilettos no podría echar a correr. También te diría que nunca me pondría un chándal. Pero quién me dice que un día no me va a apetecer usar uno.
En una ocasión se me rompió por detrás el top. Una chica de la primera fila del público me tiró su camiseta y gracias a ella pude continuar el concierto sin hacer un número de cabaré. Después de esa aventura ya siempre llevo repuesto, por si acaso. Aunque en el Liceo, en un concierto benéfico, se me rajó el vestido de arriba abajo y tuve que decir que iba a actuar como Tricicle. Conseguí que los asistentes se rieran mientras me lo arreglaban con imperdibles.
Sus actuaciones suelen acabar con todo el público entregado. ¿Cómo se le queda el cuerpo después?
Me da mucha pena porque significa que termina la fiesta y, a veces, me dan ganas de llorar. El escenario engancha y no puedo estar mucho tiempo sin tocar. A Juan [el otro miembro de Amaral] le pasa igual, por eso un día podemos estar en un macroconcierto y a la semana siguiente en una sala pequeña. Pero en esta ocasión tengo mucha ilusión de terminar en España porque después nos vamos a tocar fuera. [No recuerda las ciudades, pero serán La Habana, Buenos Aires, Lima y México D. F.].
¿Es de las de baúl de la Piquer a la hora de viajar?
Procuro que no, y más ahora, por como se han puesto de estrictos en los aeropuertos… Si el equipaje de mano solo puede ser un bulto, será siempre la guitarra.
¿Podría decir, como un futbolista, el número de conciertos que lleva?
¡Puf! ¡Ni idea! Sé que en una gira hicimos 250. Se me han pasado los años volando.
Al verse en las fotos, comentaba que se veía mayor.
¡Es que soy mayor! Dejadme que me sienta así [ríe]. Acabo de cumplir 40 y me siento con mucha más seguridad y fuerza que hace 20 años. No me asusta el paso del tiempo, lo importante es tener vitalidad.
Pero se cuida bastante, ¿verdad?
Siempre me ha gustado hacer deporte, no por lo estético, sino porque me sienta bien y me divierte. Me hago recopilatorios de música para correr y he encontrado la canción perfecta, Teardrop de Massive Attack, porque tiene el ritmo del corazón y parece que estás en el videoclip.
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