El Volcán en lo alto, por encima de las nubes previsibles, como siempre, deslumbrado, el aire casi desierto en su entorno, y, junto a mí, las olas verdiblancas, o verdinegras de basalto y distancia, olas que se sueltan de la Isla, olas que se van con su estruendo hacia el horizonte; fuera del sol, las olas.
Aquel es el lugar en que se fotografió mi madre, los roquedales al fondo, los tarajales, con polvo y maresía y leves floraciones lilas, y la sombra eterna que legó su sonrisa a medias.
Siguen marchándose de la Isla las olas. Sigue casi ciego el Volcán, el cielo de azul de fuego, de un fuego que a mí no me da calor.
Pobre imagen la de mi madre, desde entonces en los vaivenes de las mareas; de las algas secas que el tiempo amontona por fuera de los charcos.
No tengo más sangre para morir, madre.
© José Carlos Cataño
No hay comentarios:
Publicar un comentario