Paul Anka (Ottawa, 1941) muestra un entusiasmo fuera de lo normal al hablar de su concierto de esta noche en Marbella, dentro del Starlite Festival: “conozco la Costa del Sol y sé que allí están acostumbrados a la calidad. Voy dispuesto a matar, como un toreador”.
¿Es posible mantener el entusiasmo después de medio siglo de conciertos? “Sí, he ido renovando mi público y eso me da energía
. Cuando me puse a cantar temas de Oasis o Nirvana, lo hice muy en serio, nada de bromas: grandes arreglos, grandes músicos, respeto por la canción”.
No hay edad para la jubilación, explica. “Nunca te cansas de recibir aplausos.
Si amas este oficio, no hay mejor lugar que un escenario con una orquesta detrás.
Recuerda que Sinatra se retiró y volvió en cinco ocasiones. Y en las últimas reapariciones no buscaba dinero: Frank era extremadamente generoso, puedo testificarlo”.
Frank le debía su éxito definitorio, My way, una canción francesa que Paul tradujo al inglés, adaptándola a la mitología de Sinatra. “Al principio, le incomodaba, le sonaba a autoglorificación. Pero My way era más grande que todo eso.
Retrataba un sentimiento universal, el deseo de ser libre de condicionamientos. Las canciones se nos escapan de las manos: todavía me sorprende que My way suene en tantos funerales”.
Conviene recordar que Anka debutó en Las Vegas en 1958. Es una fuente inagotable de anécdotas vividas en primera persona
. Y acaba de concluir su autobiografía, con lo que eso supone de exploración de viejas historias. “¿Contarlo todo? No, siempre he creído en mantener algo de misterio en mi vida. Aparte, soy un caballero al hablar de mujeres. No me parece correcto usar un libro para arreglar cuentas pendientes. Lo que he buscado es profundizar, más que ofrecer grandes revelaciones”.
Nada de intimidades de Michael Jackson, por ejemplo. “Cuando se publicó su tema postumo —This is it— muchos se asombraron de que hubiéramos colaborado
. En realidad, yo le conocía desde niño, de cuando los Jackson five.
A principios de los ochenta, vino a mi casa californiana y allí nos sentamos en el piano. Tenía unas creencias algo raras pero resulta que éramos profesionalmente compatibles”.
En general, explica, le gusta mezclarse con otros creadores: “hace poco, grabé Diana con Adriano Celentano y fue divertido.
Pero no dejo de pensar qué canciones habrían salido si hubiéramos podido escaparnos unos días, sin gente alrededor”.
Anka se trabajó el mercado italiano desde 1960 y todavía lo considera una de las grandes experiencias de su vida, “por la pasión con que allí viven la música, con aquellos festivales tipo Sanremo”.
También intentó hacerse un hueco en los países hispanoparlantes, con un disco titulado Amigos (1996). “Vistas las tendencias demográficas, debí insistir mucho más.
Pero allí estaban otros profesionales que ofrecían algo parecido a lo mío: Julio Iglesias, El Puma, Juan Gabriel, incluso Roberto Carlos”.
Si ese lenguaje empresarial les suena chocante, Anka ofrece coartadas interesantes: “Andy Warhol me ratificó en mi intuición de que el artista también debe ser un hombre de negocios
. Cuando me hizo la portada para The painter (1976), yo intenté que me vendiera otros cuadros a precio de amigo. De repente, ya no era el Andy afable y social; se encerraba en si mismo y te quedabas incómodo, pensando que le habías ofendido. Pero era simplemente una táctica de negociación.
De repente, te pedía royalties del disco y todo el mundo se escandalizaba. Aunque tenía sentido: al sumar su portada, Andy pensaba que aquello era una joint venture”.
Como tantos artistas, Paul Anka se ha quedado al margen de las grandes discográficas; su último lanzamiento es Duets, una colección autoeditada que vende por Internet y en giras.
“No me quejo, siempre he sabido alternar los proyectos discográficos con los conciertos.
Cuando me di a conocer con Diana, no sabía si aquello era el principio de una carrera o una carambola con fecha de caducidad.
Y lo mismo ocurría con Elvis Presley. Hoy suena absurdo pero muchos pensaban que Elvis no volvería a levantar cabeza cuando se fue al servicio militar”.
A Paul Anka le salvó su ética del trabajo y, asegura, una repugnancia instintiva hacía las drogas.
“En los comienzos, solía actuar con Frankie Lymon, el de los Teenagers, que cantaba Why do the fools fall in love. Tomaba heroína y eso me quitó cualquier tentación de explorar las substancias prohibidas.
Cada vez que me ofrecían algo, me acordaba del final de Frankie”.
Padrino de artistas como Michael Bublé, Anka ofrece otros consejos para los novatos. “Lo primero, que no tiren por lo fácil: lo meramente bueno te impide llegar a lo realmente genial.
Luego, no firmar nada sin leer la letra pequeña. Es lo mismo en todos los ordenes de la vida: ama a tú país, pero nunca te fíes de los líderes que votas”.
¿Es posible mantener el entusiasmo después de medio siglo de conciertos? “Sí, he ido renovando mi público y eso me da energía
. Cuando me puse a cantar temas de Oasis o Nirvana, lo hice muy en serio, nada de bromas: grandes arreglos, grandes músicos, respeto por la canción”.
No hay edad para la jubilación, explica. “Nunca te cansas de recibir aplausos.
Si amas este oficio, no hay mejor lugar que un escenario con una orquesta detrás.
Recuerda que Sinatra se retiró y volvió en cinco ocasiones. Y en las últimas reapariciones no buscaba dinero: Frank era extremadamente generoso, puedo testificarlo”.
Frank le debía su éxito definitorio, My way, una canción francesa que Paul tradujo al inglés, adaptándola a la mitología de Sinatra. “Al principio, le incomodaba, le sonaba a autoglorificación. Pero My way era más grande que todo eso.
Retrataba un sentimiento universal, el deseo de ser libre de condicionamientos. Las canciones se nos escapan de las manos: todavía me sorprende que My way suene en tantos funerales”.
Conviene recordar que Anka debutó en Las Vegas en 1958. Es una fuente inagotable de anécdotas vividas en primera persona
. Y acaba de concluir su autobiografía, con lo que eso supone de exploración de viejas historias. “¿Contarlo todo? No, siempre he creído en mantener algo de misterio en mi vida. Aparte, soy un caballero al hablar de mujeres. No me parece correcto usar un libro para arreglar cuentas pendientes. Lo que he buscado es profundizar, más que ofrecer grandes revelaciones”.
Nada de intimidades de Michael Jackson, por ejemplo. “Cuando se publicó su tema postumo —This is it— muchos se asombraron de que hubiéramos colaborado
. En realidad, yo le conocía desde niño, de cuando los Jackson five.
A principios de los ochenta, vino a mi casa californiana y allí nos sentamos en el piano. Tenía unas creencias algo raras pero resulta que éramos profesionalmente compatibles”.
En general, explica, le gusta mezclarse con otros creadores: “hace poco, grabé Diana con Adriano Celentano y fue divertido.
Pero no dejo de pensar qué canciones habrían salido si hubiéramos podido escaparnos unos días, sin gente alrededor”.
Anka se trabajó el mercado italiano desde 1960 y todavía lo considera una de las grandes experiencias de su vida, “por la pasión con que allí viven la música, con aquellos festivales tipo Sanremo”.
También intentó hacerse un hueco en los países hispanoparlantes, con un disco titulado Amigos (1996). “Vistas las tendencias demográficas, debí insistir mucho más.
Pero allí estaban otros profesionales que ofrecían algo parecido a lo mío: Julio Iglesias, El Puma, Juan Gabriel, incluso Roberto Carlos”.
Si ese lenguaje empresarial les suena chocante, Anka ofrece coartadas interesantes: “Andy Warhol me ratificó en mi intuición de que el artista también debe ser un hombre de negocios
. Cuando me hizo la portada para The painter (1976), yo intenté que me vendiera otros cuadros a precio de amigo. De repente, ya no era el Andy afable y social; se encerraba en si mismo y te quedabas incómodo, pensando que le habías ofendido. Pero era simplemente una táctica de negociación.
De repente, te pedía royalties del disco y todo el mundo se escandalizaba. Aunque tenía sentido: al sumar su portada, Andy pensaba que aquello era una joint venture”.
Como tantos artistas, Paul Anka se ha quedado al margen de las grandes discográficas; su último lanzamiento es Duets, una colección autoeditada que vende por Internet y en giras.
“No me quejo, siempre he sabido alternar los proyectos discográficos con los conciertos.
Cuando me di a conocer con Diana, no sabía si aquello era el principio de una carrera o una carambola con fecha de caducidad.
Y lo mismo ocurría con Elvis Presley. Hoy suena absurdo pero muchos pensaban que Elvis no volvería a levantar cabeza cuando se fue al servicio militar”.
A Paul Anka le salvó su ética del trabajo y, asegura, una repugnancia instintiva hacía las drogas.
“En los comienzos, solía actuar con Frankie Lymon, el de los Teenagers, que cantaba Why do the fools fall in love. Tomaba heroína y eso me quitó cualquier tentación de explorar las substancias prohibidas.
Cada vez que me ofrecían algo, me acordaba del final de Frankie”.
Padrino de artistas como Michael Bublé, Anka ofrece otros consejos para los novatos. “Lo primero, que no tiren por lo fácil: lo meramente bueno te impide llegar a lo realmente genial.
Luego, no firmar nada sin leer la letra pequeña. Es lo mismo en todos los ordenes de la vida: ama a tú país, pero nunca te fíes de los líderes que votas”.
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