veranos literarios / 1
La campiña del destino fatal de 'Madame Bovary'
Por: Winston Manrique Sabogal18/07/2012
Isabelle Huppert en la adaptación cinematográfica de Madame Bovary, de Claude Chabrol.
"-No es nada -dijo con tranquilidad Monsieur Boulanger, mientras cogía a Justin en sus brazos, sentándole sobre la mesa y apoyándole la espalda en la pared.
Madame Bovary le quitó la corbata. Tenía los cordones de la camisa anudados, por lo que estuvo unos segundos maniobrando con los dedos por el cuello del joven. (...) El lugareño recobró el conocimiento; no así Justin, cuyas pupilas desaparecían en su pálida esclerótica, como dos flores azules en sendos tazones de leche.
-Convendría que no viera esto -dijo Charles.
Madame Bovary cogió la jofaina y la colocó bajo la mesa; al inclinarse para hacerlo, su vestido (un vestido veraniego de cuatro faralaes, de color amarillo, bajo de cintura, amplio de vuelo) se ensanchó en torno a ella, sobre los ladrillos del pavimento; y, dado que se hallaba inclinada, vaciló al alargar los brazos, con lo que el abombamiento de la tela rompiose aquí y allá, según las inflexiones del corpiño."
(...)
Entre tanto, Boulanger despidió a su sirviente, diciéndole que se fuera tranquilo, pues ya había satisfecho su deseo.
-Deseo que me ha proporcionado el placer de conocerles -añadió.
Pronunció la frase mirando fijamente a Emma".
El amor en Madame Bovary ya está ahí, lo lleva dentro, ha empezado a anidar en secreto sin que ella se percate. Ella, que soñaba y no cesaba de esperar la llegada del amor acertó en unas cosas de pleno y en otras no: Acertó en que lo haría de improviso; pero no acertó en la forma, aquí corriente, vulgar; tal vez, mientras esperaba que un día fuera "con grandes estallidos y fulguraciones"; pero acertaría, a su pesar, en el resultado del amor "como una tempestad celeste que se desencadena sobre la vida y la trastorna, y desgaja como hojas secas las voluntades y arrastran el corazón hacia el abismo".
Era su idea de ese sentimiento tan anhelado producto de sus lecturas, sueños, inquietudes e inconformidades. Así la creó Gustave Flaubert en 1857, basado en un hecho real, el suicidio de la mujer infiel de un médico, y desde entonces está con nosotros.
Emma Bovary, nacida de una mujer real cuya existencia e idea del amor es un espejismo en medio de la descripción de una burguesía decimonónica que empieza a desmoronarse, que se adentra en la rutina y el tedio para ella; de un cambio de paradigma en el que las apariencias obtienen cada vez más importancia y Emma misma es objeto de esto por parte de su marido.
Emma, al escapar de todo aquello de la mano de su frivolidad cae en su propia trampa al empeñarse en hacer cumplir su propia teoría de lo que consideraba la vía de escape ideal, el amor.
Y a pesar de que ya había tenido un amante, es en aquel verano en que ayuda a su marido donde encaminará sus pasos hacia el destino fatal.
Porque tras esa tempestad que esperaba que desatara su verdadero amor, ella no sabía que "la lluvia formaba charcos en las azoteas de las casas cuando los canalones están obstruidos, y se hubiera considerado a salvo si no hubiera descubierto súbitamente una grieta en la pared".
Tras aquel cumplido que Rodolphe Boulander le hizo por haberla conocido, él se marchó. Para quedarse...
"Pronto se halló en la otra orilla del río. Era el camino que debía recorrer para regresar a La Huchette. Emma le vio en el prado; le vio avanzar bajo los álamos, deteniéndose de vez en cuando como si reflexionara. (...)
Monsieur Rodolphe Boulanger contaba a la sazón treinta y cuatro años; era hombre de temperamento brutal y despejada inteligencia; había frecuentado el trato de mujeres, por lo que las conocía perfectamente.
Emma le había parecido bella; pensaba, pues, en ella y su marido. (...)
La campiña estaba desierta. Rodolphe no oía en torno suyo sino el acompasado crujir de la hierba quebrada por sus botas y el chirriar de los grillos ocultos entre la avena. Veía a Emma en la sala, vestida tal como la había contemplado, y en su imaginación la desnudaba.
-¡Oh! ¡Será mía! -exclamó, deshaciendo de un bastonazo un pequeño montículo de tierra que encontró al paso".
Y así fue. A partir de ahí, Flaubert ahonda con maestría en el análisis psicológico de sus personajes y en la filosofía que envuelve la época, el Romanticismo que lo impregna casi todo, en la vida cotidiana de esa burguesía francesa que ha empezado su declive sin saberlo. A Emma y Rodolphe los espera, ya mismo, la feria de Argueil, la del encuentro definitivo cubierto de una felicidad que lleva dentro el destino gfatal para ella... Pero antes, y tras el verano de resurrección para Emma y de la pirotecnia de sentimientos y emociones, Emma vivirá lo que creía y quería, acercarse al abismo que empuja el amor.
Tiempo después en otro verano, y en otra feria de Argueil, Charles, el marido de Emma, ya fallecida, se encontrará con Rodolphe:
"Ambos palidecieron al verse. Rodolphe, que se había limitado a enviar su tarjeta cuando el óbito de Emma, comenzó a balbucear algunas excusas; luego, cobrando ánimos, llevó su aplomo (hacía mucho calor, se hallaban en el mes de agosto) hasta el punto de invitarle a tomar una botella de cerveza en la taberna. (...)
- No le odio -murmuro Charles.
-La culpa fue de la fatalidad", contestó Rodolphe.
Y aún le queda media página a Gustave Flaubert (1821-1881) para cerrar su obra maestra. Vidas de contrastes, retrato de realidades, espejo de verdades, Madame Bovary también guarda en uno de sus veranos la clave de su existencia.
Con esta novela empiezo la serie Veranos literarios 2012 en la que ustedes tienen un papel importante con sus sugerencias del lunes pasado al hablar de sus veranos literarios favoritos y proponer libros. El de Flaubert lo recomendó la escritora Clara Usón: "El capítulo de los 'comicios' en Madame Bovary. Rodolfo seduce a Emma en la sala de juntas del Ayuntamiento de Yonville, mientras debajo de ellos, y en contrapunto, se desarrolla la ceremonia. 'También yo guardaré su recuerdo', confiesa Emma Bovary, tímida. 'Por un morueco merino…', atruena el orador desde la plaza del pueblo. '¡Oh, no!, ¿verdad que seré algo en su pensamiento, en su vida?', implora Emma. 'Raza porcina, premio ex aequo: a monsieur Lehérissé y a monsieur Cullembourg, ¡setenta francos!', proclama triunfal el presidente…
El clímax llega cuando Emma y Rodolfo unen sus manos, mirándose a los ojos, mientras el presidente concede a voz en grito la medalla de plata del premio de veinticinco francos a una campesina, por cincuenta y cuatro años de servicio en la misma granja. La galardonada no se entera de su fortuna porque es sorda; cuando al fin sube al estrado y recibe su premio, masculla: 'Se la daré al cura del pueblo para que me diga misas'. Es una escena de amor magistral y divertidísima".
El viernes iremos a un libro que parece la casa del verano, sus maravillosas historias transcurren en el periodo estival.
* Madame Bovary, de Gustave Flaubert. Traducción de Juan Ruiz Vila. Editorial Andrés Bello.
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