Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

14 jul 2012

Los nombres del Amor

'Los nombres del amor', en la cama de los fachas.

Los nombres del amor
Mañana se estrena ‘Los nombres del amor’ (‘Le nom des gens’, 2010), de Michel Leclerc. En ella, un biólogo serio y cuadriculado está siendo entrevistado en una radio para informar sobre los posibles peligros de la gripe aviar. En ese momento, irrumpe en el estudio una alocada joven que, dejando ver su ropa interior, le increpa por alarmar a la población sin necesidad. A la salida de la emisora, ella le espera para disculparse, aunque dice que ya ha pagado su precio, pues ha sido despedida. Le ofrece sexo, pero él está ocupado: ha de hacer una necropsia a unas ocas. Ella se lamenta de que ya nunca podrá ser porque asegura que uno de sus principios es acostarse la primera noche.

El mayor hallazgo del film es Bahia, quien nos remite a un canon de personaje femenino de las comedias románticas en el que se basan, no hace demasiado, títulos como ‘My Sassy Girl’ y retrotrayéndonos algo más, nada menos que ‘La fiera de mi niña’, pasando por ‘¿Qué me pasa, doctor?’. Una mujer alocada, que desquicia al hombre y que lo pone en ridículo para sacarlo de su adocenamiento. Desinhibida, olvidadiza, radical en sus ideas políticas… es un retrato grandioso. Como contrapartida, aunque él esté bien dibujado y haya empatía con su punto de vista, lo que no consigo percibir en es una conexión entre los dos, ni el más mínimo atisbo de química común, ni siquiera por verlos como opuestos.
Como bien corresponde a una película francesa, contiene muchos más diálogos y voz en off de lo que sería necesario. Lejos de ir en su contra, este aspecto le da el aire de cine europeo, intelectual, que la diferencia de comedias románticas trilladas. El semi-autobiográfico guion, ganador de un importante premio, cuenta con los elementos clásicos del género, como es el enfado y ruptura cercanos al final –segundo punto de inflexión—. No obstante, con las explicaciones autobiográficas, la inclusión de los protagonistas como adolescentes y las visiones, se da una pátina de distinción.
Los nombres del amor
Apenas existe conflicto para que la relación salga adelante, por lo que la película se va dejando ver al concatenar momentos curiosos y agradables, como hacen algunas de Woody Allen. Este tono distendido está muy bien llevado en la dirección de actores y en las interpretaciones de Sara Forestier y Jacques Gamblin, así como en un montaje muy calculado, pero que deja una impresión de ligereza. La mezcla de formatos, los saltos temporales y otra serie de juegos fílmicos aderezan el relato de forma que siempre surge algo nuevo y sorprendente para llevarte hasta el final sin que te des casi cuenta.

Política, tomada con humor

Políticamente, ‘Los nombres del amor’ toca los dos temas que suponen una vergüenza para Francia: las matanzas de argelinos y el colaboracionismo con los nazis. Como Romeo y Julieta, cada uno de ellos proviene de un bando enfrentado. Es un film valiente, ya que estos tabús no se suelen sacar a la luz en el cine francés. Incluye, asimismo, un repaso a las cuestiones políticas del país en los años en los que transcurre: desde las fatídicas elecciones de 2002, donde solo pasaron a la segunda ronda partidos de derechas, hasta la victoria de Sarkozy en 2007. Pero incluso este fuerte posicionamiento ideológico se hace con humor y las escenas de las votaciones son algunos de los momentos más graciosos del metraje.
‘En la cama de los fachas’ es el título del libro que escribe la protagonista. La idea es tan genial que, personalmente, la habría convertido en punto de partida de la película, presentándola a ella en acción al inicio. Incluso lo situaría a él como uno de sus objetivos, para que hubiese un mayor conflicto de arranque en la relación o incluso una mayor química que surgiera de la discusión. La guionista, Baya Kasmi –que coescribe, junto al director—, elige contarlo de pasada, en un diálogo, lo que le resta importancia. Sin embargo, el concepto es tan fuerte que no se pierde por contarlo en lugar de mostrarlo –ya he apuntado que el uso excesivo de palabra no resulta mal en este caso—.

 

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