Entre todas las miradas del cine recuerdo la de Alfredo Landa en El rey del río, de Gutiérrez Aragón. El hijo llega, el padre (Landa) tiene la cara enjabonada, sólo se ven sus ojos, pero en esos ojos están todos los afectos, y todos los efectos, desde la extrañeza a la ternura, pasando por el efecto más huidizo, el del desconcierto.
Anoche vi, multiplicada por todos los gestos del desconcierto, una mirada tan poderosa como aquella, en la célebre serie Mad Men, de Canal +. Draper, el creativo más destacado de la agencia publicitaria de Madison Street, está sentado, irrumpe en su sosiego triunfal (acaba de cerrar una cuenta con Jaguar) Peggy Olson, una de sus creativas más valiosas. Ésta había sido maltratada por él, que la desdeñó reiteradamente en los últimos tiempos; harta de ese ninguneo,
Peggy ha entrado en el despacho de Draper para presentarle su dimisión, para decirle que se larga. Draper no se lo cree, y en ese periodo que transita desde que sabe lo que desconocía hasta que se da cuenta de que, en efecto, se ha pasado en su desprecio de aquella profesional que se le va, su cara va diciendo, sin palabras, todos los sentimientos que sólo precisan un instante para modelar un rostro. Y ese rostro es de una desolación patética, como si lo hubiera abofeteado la vida.
Esta mañana, leyendo la excelente (y oportuna) entrevista que Sol Gallego le hace a Felipe González en EL PAÍS, recordé esa mirada de Draper, su cara entera gesticulando hacia adentro y hacia afuera, tratando de entender con el rostro lo que no entiende con el cerebro.
Porque he asociado esa cara a la cara del Gobierno, acosado desde dentro y desde fuera (desde su propio partido también) por una exigencia que Felipe González ha verbalizado con una precisión que, en este caso, no se pierde en circunloquios. El Gobierno de Rajoy debe escuchar el sonido de la calle, ha de escuchar también a la oposición, y ha de procurar un consenso nacional que le procure fuerza para abordar su relación con Europa. Ha de dejar de creer que acierta siempre porque hace lo que tiene que hacer, como si lo que se tiene que hacer no tenga siempre una alternativa.
Corren el riesgo el presidente y sus ministros, como lo corrió Draper, de creer que la mayoría absoluta de la que disponen en el Parlamento es también la mayoría absoluta en la calle, lo que les daría motivos para tratar a la oposición (al Psoe y a los otros, que ya están cercanos frente al Gobierno) como el ejecutivo publicitario más famoso del momento trataba a la creativa que lo dejó plantado. Esa cara de Draper debe hacerle pensar a Rajoy tanto como la propuesta de Felipe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario