En un sistema tupidamente entrelazado como la moda, el movimiento de cualquier pieza provoca efectos imprevisibles en las demás.
La segunda jornada de la semana de la alta costura de París empezaba con una cita temprana y llamada a ser espectacular. En el desfile de Chanel, a las diez de la mañana, una siempre espera encontrar algún artefacto apabullante
. Esta vez, en cambio, no había icebergs, ni granjas de Maria Antonieta, ni planetas humeantes. Una sala menor del Grand Palais —con frescos que parecían hechos a lápiz e ideados para la ocasión— se había decorado como si fuera un jardín. Sillas y mesitas blancas rodeadas de arbustos prendidos con 6.500 camelias de tela.
Una puesta en escena que, en el caso de Chanel, equivale a una declaración de humildad. ¿Guarda alguna relación esa actitud con el incontestable protagonismo del estreno de Raf Simons en Dior esta temporada? Quién sabe.
Lo que sí parece evidente es que la llegada de un nuevo costurero —más joven y vanguardista— a este reducido club, ha provocado que los más veteranos reflexionen sobre la vigencia del oficio y cavilen sobre su relevancia en el siglo XXI.
Dos septuagenarios, Karl Lagerfeld y Giorgio Armani, apostaron ayer por una alta costura que mira más hacia adelante que hacia atrás. Con menos fuegos artificiales y más realismo, con menos viajes en el tiempo y más atención al presente.
En Chanel, Lagerfeld acuñó el término de New vintage (nuevo antiguo) para bautizar su colección. “Todo el mundo está obsesionado con el pasado”, afirmaba. “¿Pero qué es el pasado? ¿Cuándo el presente se convierte en pasado? He querido imaginar qué será viejo mañana”.
Una críptica premisa que se traduce en una colección anodina dominada por el gris y el rosa en la que se mezcla la lana con brillos metálicos.
Curiosamente, cuando la alta costura se cuestiona su propia identidad y se plantea cómo perder la pátina obsoleta suele terminar poniéndose pantalones.
Los de Dior son negros y ajustados; los de Chanel altos y bordados; los de Armani, generosos como un pijama. El diseñador italiano evoca los cambios en la luz de una jornada frente al Mediterráneo
. Su ropa oscila entre el azul intenso y la noche estrellada, pasando por el atardecer teñido de rosa.
La colección también resulta poco memorable y lo más significativo es su obvia vocación pragmática. “Momentos mágicos de belleza cotidiana inspiran una colección intensa y templada”, aseguran las notas.
Finalmente, la modernidad —pertenecer a este tiempo y no a otro— no es un asunto de faldas o pantalones. Es cuestión de sintonía. Riccardo Tisci retrata en sus diseños para Givenchy los deseos y anhelos de una generación en este momento preciso.
La de otoño/invierno 2012 está lejos de ser la mejor colección que ha presentado en un formato que se auto impuso en 2011.
Como en las cuatro temporadas anteriores, el diseñador italiano se limita a diez diseños de alta costura que presenta en un mismo espacio y a través de una fotografía estática.
También aquí parte de dos conceptos alejados: los años sesenta y la tradición gitana.
El modelo de colección empieza a mostrar síntomas de agotamiento, pero aún así logra algunas piezas dignas de recordar.
El encuentro de los flecos y los trenzados de piel con el futurismo aséptico crea momentos originales.
La mejor pieza es una capa de terciopelo cubierta de cristales rojos formando un arabesco que se reproduce también en largos flecos de cuentas.
Cubre completamente el cuerpo, pero al retirarse descubre un mono negro.
Una sola prenda, bella y profunda, que va desde las botas hasta el cuello y está exquisitamente bordada en negro sobre negro.
La llegada de Raf Simons a Dior y la de Hedi Slimane a Yves Saint Laurent —donde se estrenará en septiembre— son generalmente interpretadas como el inicio de una nueva era para la moda. Mucho se ha hablado de cómo será su rivalidad (o la falta de ella).
Pero lo que esta semana ya ha evidenciado es que tan interesante como lo que ellos hagan resultarán los movimientos de los demás.
De momento, el cambio ya ha provocado que la alta costura se obligue a buscar nuevas formas de relacionarse con su tiempo. Y esto solo acaba de empezar.
La segunda jornada de la semana de la alta costura de París empezaba con una cita temprana y llamada a ser espectacular. En el desfile de Chanel, a las diez de la mañana, una siempre espera encontrar algún artefacto apabullante
. Esta vez, en cambio, no había icebergs, ni granjas de Maria Antonieta, ni planetas humeantes. Una sala menor del Grand Palais —con frescos que parecían hechos a lápiz e ideados para la ocasión— se había decorado como si fuera un jardín. Sillas y mesitas blancas rodeadas de arbustos prendidos con 6.500 camelias de tela.
Una puesta en escena que, en el caso de Chanel, equivale a una declaración de humildad. ¿Guarda alguna relación esa actitud con el incontestable protagonismo del estreno de Raf Simons en Dior esta temporada? Quién sabe.
Lo que sí parece evidente es que la llegada de un nuevo costurero —más joven y vanguardista— a este reducido club, ha provocado que los más veteranos reflexionen sobre la vigencia del oficio y cavilen sobre su relevancia en el siglo XXI.
Dos septuagenarios, Karl Lagerfeld y Giorgio Armani, apostaron ayer por una alta costura que mira más hacia adelante que hacia atrás. Con menos fuegos artificiales y más realismo, con menos viajes en el tiempo y más atención al presente.
En Chanel, Lagerfeld acuñó el término de New vintage (nuevo antiguo) para bautizar su colección. “Todo el mundo está obsesionado con el pasado”, afirmaba. “¿Pero qué es el pasado? ¿Cuándo el presente se convierte en pasado? He querido imaginar qué será viejo mañana”.
Una críptica premisa que se traduce en una colección anodina dominada por el gris y el rosa en la que se mezcla la lana con brillos metálicos.
Curiosamente, cuando la alta costura se cuestiona su propia identidad y se plantea cómo perder la pátina obsoleta suele terminar poniéndose pantalones.
Los de Dior son negros y ajustados; los de Chanel altos y bordados; los de Armani, generosos como un pijama. El diseñador italiano evoca los cambios en la luz de una jornada frente al Mediterráneo
. Su ropa oscila entre el azul intenso y la noche estrellada, pasando por el atardecer teñido de rosa.
La colección también resulta poco memorable y lo más significativo es su obvia vocación pragmática. “Momentos mágicos de belleza cotidiana inspiran una colección intensa y templada”, aseguran las notas.
Finalmente, la modernidad —pertenecer a este tiempo y no a otro— no es un asunto de faldas o pantalones. Es cuestión de sintonía. Riccardo Tisci retrata en sus diseños para Givenchy los deseos y anhelos de una generación en este momento preciso.
La de otoño/invierno 2012 está lejos de ser la mejor colección que ha presentado en un formato que se auto impuso en 2011.
Como en las cuatro temporadas anteriores, el diseñador italiano se limita a diez diseños de alta costura que presenta en un mismo espacio y a través de una fotografía estática.
También aquí parte de dos conceptos alejados: los años sesenta y la tradición gitana.
El modelo de colección empieza a mostrar síntomas de agotamiento, pero aún así logra algunas piezas dignas de recordar.
El encuentro de los flecos y los trenzados de piel con el futurismo aséptico crea momentos originales.
La mejor pieza es una capa de terciopelo cubierta de cristales rojos formando un arabesco que se reproduce también en largos flecos de cuentas.
Cubre completamente el cuerpo, pero al retirarse descubre un mono negro.
Una sola prenda, bella y profunda, que va desde las botas hasta el cuello y está exquisitamente bordada en negro sobre negro.
La llegada de Raf Simons a Dior y la de Hedi Slimane a Yves Saint Laurent —donde se estrenará en septiembre— son generalmente interpretadas como el inicio de una nueva era para la moda. Mucho se ha hablado de cómo será su rivalidad (o la falta de ella).
Pero lo que esta semana ya ha evidenciado es que tan interesante como lo que ellos hagan resultarán los movimientos de los demás.
De momento, el cambio ya ha provocado que la alta costura se obligue a buscar nuevas formas de relacionarse con su tiempo. Y esto solo acaba de empezar.
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