Eran tiempos inocentes cuando salía un desnudo con toda espontaneidad,
sin que la diva del momento estuviera pensando en cobrar millonadas por
lucir sus divinas carnes y hasta contratara seguros para salvaguardar el
trasero, las tetas, la manos o las partes del cuerpo que se aseguran
los famosos cuando les da por esas extravagancias. Hoy día un desnudo en
películas de ámbito comercial es tan exorbitantemente caro (y no es que
sean desnudos integrales siquiera) que uno tendría que darse por
eternamente agradecido y afortunado porque el semidiós o la semidiosa de
la pantalla se digna mostrar su olímpico palmito para inaudito disfrute
de los ordinarios mortales.
El cine que tira más a lo suyo, que no se gasta unos dinerales de
campeonato y que no se preocupa tanto por los resultados en taquilla
tiende a ser más humilde, así como los intérpretes que por módicos
precios a veces se avienen a aparecer con toda naturalidad como los
trajeron al mundo, sin montar un revuelo por ello.
Por eso se echan de menos aquellos tiempos en que Hedy Lamarr salía completamente ligera de ropa sin los menores remilgos ni con tanta pamplina de sobresueldos y demás.
Era la inocencia del cine, parecido a los desnudos en las pinturas de
Miguel Ángel. Mientras otros de mirada sucia sólo veían perdición
carnal, el artista concebía sus obras como tributos místcos a un Dios
que creó algo tan fascinante como la figura humana.
También se podría aludir a la falta de vergüenza de la infancia, la que en la Biblia portaban Adán y Eva, felices en su desnudez hasta que aprendieron lo que era el pecado.
En este largometraje de incipiente inmersión en la técnica sonora, Hedy
se solaza en el éxtasis de la juventud tras el fracaso de su matrimonio
con un hombre mayor frío y soso, y abandonándolo se deja llevar por su
cuerpo que le pide acción, que para eso se nos ha concedido.
Tal audacia de desafiar la moralidad que asfixia los impulsos naturales le costó a la pobre Hedy en su vida real ser vendida por sus padres como una yegua a un magnate obsesionado con ella que la mantuvo encerrada y la celó como un cancerbero, persiguiendo las copias de “Éxtasis” para impedir que otros viesen desnuda a su prisionera. Hasta que con suerte y ardides ella pudo escapar del degenerado fantoche.
Aquel cine de antaño oscilaba entre aquella plasticidad turgente de
erotismo naïve y la sutileza de las elipsis. La representación panteísta
de la naturaleza subrayaba la lujuria que preside el proceder de
millones de especies, la búsqueda entre seres que precisan del contacto
sexual para reproducirse, en el caso de los animales, o para
experimentar el goce de la unión, en el caso humano, esté de por medio o
no el objetivo de la perpetuación. Con esta imponente base visual
(heredera del expresionismo alemán) se desarma cualquier pretensión de
artero morbo, presentando la atracción, el enamoramiento y la pasión
como comportamientos perfectamente normales y necesarios, opuestos a la
represión y la tibieza. El matrimonio de la chica con el cónyuge
equivocado es una esclavitud para sus sentimientos y sus sentidos. Hay
algún paralelismo con el cautiverio forzoso al que la actriz fue
sometida por el marido indeseado. Se trata en ambos casos de maridos
amargados, egocéntricos y enfermizos, incapaces de amar a una mujer en
un plano de igualdad y expansión.
Notable film checoslovaco amenazado sin éxito por un loco pronazi que
quiso convertir en su pelele a una estrella, un trozo de celuloide de
una era que conviene evocar, con una heroína que destacó por su belleza,
su inteligencia, su labor contra los nazis, su contribución a la
ciencia (sí, nuestra era de las telecomunicaciones le debe una parte a
ella), al cine y cuya aventurera vida fue digna de ser considerada como
una película por derecho propio.
PUBLICADO EN LA SECCION DE HISTORIA DEL BLOG DEL CINE "AS TIME GOES BY"
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