Jarvis Cocker, el Charles Dickens del 'britpop', edita en España el libro 'Madre, hermano, amante', en el que comenta sus mejores temas.
Hay tantas letras de canciones legendarias escritas minutos antes de grabarlas como rimas antológicas fruto de decisiones más estéticas que literarias.
En la obra de Jarvis Cocker, cantante y letrista de Pulp, los términos más recurrentes son mother, brother, lover. Una rima-comodín con la que este carismático dandi de clase obrera ha explorado el donjuanismo de extrarradio -"Oh, dama sofisticada, quiero ser tu amante, no tu hermano ni tu madre" (Sheffield: sex city)- y el morbo sexual -
"El problema de tu madre es que se acuesta con tu hermano" (Razzmatazz)- que tanto han ayudado a definir la idiosincrasia de la banda y de su propia figura, y que hoy un libro revela que quizá se debieran a la casualidad, a la mera necesidad o incluso a las prisas.
La prestigiosa editorial de T. S. Eliot o Harold Pinter, Faber and Faber, además de ficharle como editor, publicó el año pasado un libro con sus mejores letras comentadas por el propio autor, Madre, hermano, amante, que Mondadori presenta este jueves en España en versión bilingüe.
No está mal para alguien que considera que ponerle palabras a la música es algo tedioso, "una obligación contractual, un mal necesario". Para Cocker, la elección del título de su antología responde a uno de sus máximas: convierte tus defectos en un gancho comercial. No los ocultes, magnifícalos hasta el punto de que pasen inadvertidos.
Nadie en el pop comercial ha explicado la esencia británica de finales del siglo XX mejor que Cocker.
Desde las afrentas del thatcherismo (The last days of the miners' strike) a los desmanes de la izquierda caviar de Blair (Cocaine socialism, "el paso lógico después de socialismo de champán", aclara ahora el autor). Aunque pocas bandas lo admitirían nunca, fue durante el regreso a la Cool Britannia que preconizó en los noventa el nuevo laborismo cuando lo más granado de la escena independiente de Reino Unido, el llamado britpop, abrazó con fervor patriótico la excepción británica.
A veces, disfrazada de parodia (Blur); otras, en clave romántica y psicoactiva (Suede), y otras, desde la más indisimulada memez (Oasis). En medio de todos brilló Pulp, el grupo que generó mayor consenso, cómplice de los incomprendidos, rastreador del glamour de polígono industrial y demás bellezas ocultas en la clase de miserias que hasta una superpotencia es incapaz de maquillar
. Una amalgama de las más distintas sensibilidades progresistas, desde la obrera a la de los burgueses bohemios que van a votar en bicicleta después del brunch.
Quizá el mejor servicio que el libro pueda hacerle a un fan sea el de comprobar cómo se redimensionan los textos de Cocker liberados de deliciosos y pegadizos fraseos de teclado, violín y guitarra.
Constatar cómo la divertida chulería gangsteril de Joyriders es en realidad tan cruda como Funny games, la película de Michael Haneke:
"¿No le gustaría ver cómo unos vándalos destrozan la casa de alguien? Oiga, señor, solo queremos su coche porque vamos a llevar a una chica al embalse". Cómo una bonita balada como Little girl with blue eyes se construye sobre un estribillo demoledor: "Pequeña de ojos azules, tienes un agujero en el corazón y otro entre las piernas. Nunca has tenido que preguntarte cuál de los dos va a llenar él".
O cómo la purgante parodia de los pijos fascinados con la pobreza que es su mayor himno, Common people, está en el fondo desprovista de toda ironía:
"Ríete con la gente corriente, ríete aunque se estén riendo de ti y de las estupideces que haces porque crees que lo pobre mola (...)
Pero aun así no te saldría bien porque cuando estuvieras tumbada en la cama contemplando cómo las cucarachas trepan por las paredes, si llamaras a tu padre, él pondría fin a todo esto".
En la obra de Jarvis Cocker, cantante y letrista de Pulp, los términos más recurrentes son mother, brother, lover. Una rima-comodín con la que este carismático dandi de clase obrera ha explorado el donjuanismo de extrarradio -"Oh, dama sofisticada, quiero ser tu amante, no tu hermano ni tu madre" (Sheffield: sex city)- y el morbo sexual -
"El problema de tu madre es que se acuesta con tu hermano" (Razzmatazz)- que tanto han ayudado a definir la idiosincrasia de la banda y de su propia figura, y que hoy un libro revela que quizá se debieran a la casualidad, a la mera necesidad o incluso a las prisas.
La prestigiosa editorial de T. S. Eliot o Harold Pinter, Faber and Faber, además de ficharle como editor, publicó el año pasado un libro con sus mejores letras comentadas por el propio autor, Madre, hermano, amante, que Mondadori presenta este jueves en España en versión bilingüe.
No está mal para alguien que considera que ponerle palabras a la música es algo tedioso, "una obligación contractual, un mal necesario". Para Cocker, la elección del título de su antología responde a uno de sus máximas: convierte tus defectos en un gancho comercial. No los ocultes, magnifícalos hasta el punto de que pasen inadvertidos.
Nadie en el pop comercial ha explicado la esencia británica de finales del siglo XX mejor que Cocker.
Desde las afrentas del thatcherismo (The last days of the miners' strike) a los desmanes de la izquierda caviar de Blair (Cocaine socialism, "el paso lógico después de socialismo de champán", aclara ahora el autor). Aunque pocas bandas lo admitirían nunca, fue durante el regreso a la Cool Britannia que preconizó en los noventa el nuevo laborismo cuando lo más granado de la escena independiente de Reino Unido, el llamado britpop, abrazó con fervor patriótico la excepción británica.
A veces, disfrazada de parodia (Blur); otras, en clave romántica y psicoactiva (Suede), y otras, desde la más indisimulada memez (Oasis). En medio de todos brilló Pulp, el grupo que generó mayor consenso, cómplice de los incomprendidos, rastreador del glamour de polígono industrial y demás bellezas ocultas en la clase de miserias que hasta una superpotencia es incapaz de maquillar
. Una amalgama de las más distintas sensibilidades progresistas, desde la obrera a la de los burgueses bohemios que van a votar en bicicleta después del brunch.
Quizá el mejor servicio que el libro pueda hacerle a un fan sea el de comprobar cómo se redimensionan los textos de Cocker liberados de deliciosos y pegadizos fraseos de teclado, violín y guitarra.
Constatar cómo la divertida chulería gangsteril de Joyriders es en realidad tan cruda como Funny games, la película de Michael Haneke:
"¿No le gustaría ver cómo unos vándalos destrozan la casa de alguien? Oiga, señor, solo queremos su coche porque vamos a llevar a una chica al embalse". Cómo una bonita balada como Little girl with blue eyes se construye sobre un estribillo demoledor: "Pequeña de ojos azules, tienes un agujero en el corazón y otro entre las piernas. Nunca has tenido que preguntarte cuál de los dos va a llenar él".
O cómo la purgante parodia de los pijos fascinados con la pobreza que es su mayor himno, Common people, está en el fondo desprovista de toda ironía:
"Ríete con la gente corriente, ríete aunque se estén riendo de ti y de las estupideces que haces porque crees que lo pobre mola (...)
Pero aun así no te saldría bien porque cuando estuvieras tumbada en la cama contemplando cómo las cucarachas trepan por las paredes, si llamaras a tu padre, él pondría fin a todo esto".
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