1. El infierno tan temido. John Steinbeck hizo en De ratones y hombres una excursión arriesgada al infierno que anida en nosotros. Ese encierro que en Sartre (y en el existencialismo) es La Náusea, en este ensayo de ingreso en la caverna infernal convierte al hombre en enemigo de sí mismo, en el infierno mismo, en el fuego que lo devora hasta el final.
La obra lleva ya algunas semanas en el Teatro Español, dirigida por Miguel del Arco y actuada magistralmente por Fernando Cayo, Roberto Álamo, Antonio Canal, Rafael Martín, Josean Bengoechea, Irene Escolar y un grupo de actores que convierten la obra, desde la cruz a la fecha, en un espectáculo perturbador que desasosiega como la propia existencia del infierno. Uno de los grandes cuentos de Juan Carlos Onetti es El infierno tan temido, en el que los celos y la venganza sólida, pétrea, rebuscada, son la esencia misma del averno, que habita en los hombres y que surge cuando éstos se hallan frente al muro. En De ratones y hombres Steinbeck construye ese infierno con parecidos materiales, a los que se juntan los propios del mundo que describe el autor norteamericano: el racismo, la dominación violenta del hombre sobre los otros hombres. Y, sobre todo, la animalización del hombre en su relación con la mujer. Irene Escolar, la única mujer en la escena, representa el contrapunto, la belleza asaltada, el oscuro objeto del deseo que ella misma propicia, aunque lo que ella quiere en la vida es hablar, acercarse a los otros para sentirse libre o amparada por la palabra. Hace esta joven actriz un personaje de enorme complejidad en el que confluye en algún momento toda la fuerza increíble de la pieza.
Y al final ella es metáfora del incendio que el hombre lleva dentro, hasta que la violencia que late convierte este descenso a los infiernos en la llegada a un muro del que no se puede salir. Admirable pieza teatral en la que la armonía del espacio alcanzado por el director recibe una respuesta memorable de actores que en ningún momento dejan de ser elementos esenciales de la intención de Steinbeck: romper las conciencias dormidas, intranquilizarlas.
Como dice Del Arco, el director: "Duele, pero ilumina" la luz de este infierno.
2. A puerta cerrada. Fui a ver Madrid 1987, el arriesgado viaje de David Trueba al infierno encerrado en un cuarto de baño. Cuenta Trueba la peripecia cómica y dramática que viven un reconocido columnista del Madrid de los 80 y una muchacha universitaria que se le ha acercado para convertir la vida del famoso escritor en un trabajo de fin de curso.
Al encuentro y a la entrevista sucede la seducción; en aquel verano, en medio de un largo puente, el escritor dispone de un piso que le proporciona un pintor amigo suyo. Un accidente sin importancia los abandona solos en el cuarto de baño estrecho de aquella vivienda provisional. La puerta se ha cerrado, no hay manera de abrirla, y aunque gritan desde el ventanuco pidiendo auxilio, aquel Madrid canicular no escucha a nadie, y la pareja accidental vive, desnuda, el largo fin de semana, hasta que un drogota que pasaba por allí oye los gritos y accede a llamar al dueño del piso, que acude en auxilio de las víctimas del extraño secuestro. Ese tiempo, dos días con sus noches, dan para mucho: en primer lugar para poner de manifiesto el infierno en que vive todo ego reconcentrado.
El escritor alterna momentos de sublimación de su propia personalidad con instantes en que se descubre, desnudo, como un animal sin importancia. La chica asiste a esa autodemolición a veces con ternura pero siempre en guardia, tratando de extraer de aquella confesión más materiales para su propio trabajo académico. Trueba consigue, como el Sartre de A puerta cerrada o de La Náusea, un retrato de lo que puede el infierno con un hombre solo aunque esté en compañía de otros (o de otra).
La atmósfera que crea, dentro de ese cuarto de baño al que entra una rendija de luz en el infierno del verano madrileño, es de absoluta asfixia, que en distintos momentos afecta por igual a los encerrados. La literatura (la que crea el escritor acuciado, la que propicia la ingenuidad bellísima de la chica) van salvando el infierno a fuerza de fantasía. Pero el infierno está ahí. Cuando al fin se abre la puerta, la chica huye hacia el mundo de cielos azules y el escritor se queda allí, consultando los recortes que la chica ha dejado atrás y que, cómo no, siguen alimentando el ego del que acaba de salir del infierno...
María Valverde, la chica, y José Sacristán, el escritor, le devuelven a Trueba el esfuerzo de su imaginación en forma de hermoso retrato del alma cuando ésta no encuentra salida a su viaje al fondo del ego.
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