Por pura comodidad usamos el término de crisis para referirnos a una multitud de procesos distintos, porque diversas son las causas que en diferentes países han culminado con una quiebra nacional.
No por las mismas razones se han hundido en la miseria Islandia, Grecia o Irlanda. Distinguirlo es importante si uno desea saber lo cerca que está España de cometer los mismos errores.
Que los haya cometido o esté por cometerlos puede conducirnos al tercer mundo, que es donde están ahora los tres países antes mencionados.
No lo digo yo, lo dice un especialista en investigación económica del New York Times y de Vanity Fair, Michael Lewis, cuyo esclarecedor Boomerang ha sido traducido por Deusto. Lewis, modelo de estudioso que entrevista a los protagonistas reales, tanto si son directores de bancos alemanes como si se trata de pérfidos especuladores de Goldman Sachs, aclara algunos puntos clave que permiten valorar el grado de incompetencia de los dirigentes de los tres países mencionados, así como la ciega codicia de sus poblaciones.
Islandia es el caso más triste.
Una sociedad dirigida por un puñado de patrones de pesca sin la menor idea de economía, metidos a financieros y persuadidos de haberse convertido en ases de las finanzas, mientras las corporaciones americanas les vendían por toneladas los fondos más tóxicos.
Es el único país de Europa en el que una sociedad enfurecida ha intentado meter en la cárcel a los dirigentes que les han llevado a la ruina.
Por supuesto sin tener en cuenta la responsabilidad que esa misma sociedad ha tenido en el disparate. Islandia ilustra sobre lo peligroso que es depender de un gobierno de inútiles.
Para nuestro regocijo la salida del agujero se la plantean de un modo original: cambiando todos los dirigentes machos por dirigentes hembra, comenzando por la presidenta.
Las razones, perfectamente sensatas, hay que leerlas en el libro.
La ruina de Irlanda es asunto por completo distinto. Juega aquí también la torpeza de la clase dirigente y de la clase política, pero impulsada no sólo por la ignorancia, sino también por la petulancia. Los irlandeses, que jamás habían destacado por su talento económico, se encontraron de repente con unos crecimientos exponenciales y en lugar de sospechar que algo no casaba, lo atribuyeron al genio nacional. El virus identitario cegó por completo a los dirigentes irlandeses. El primer ministro, Bertie Ahern (famoso por haber dicho aquello de que “Lehman’s es un pulpo internacional que tiene testículos por todas partes”), es la cabeza de turco de una sociedad que se lanzó a comprar y vender su propio país de manera enloquecida sin dudar ni un momento en la inspiración financiera que les iluminaba en gaélico. Como dice Lewis, nunca rumiaron que de ser muy pobres habían pasado a ser muy ricos sin haber sido nunca normales. A los escasos críticos que osaban preguntar por esta anomalía se les acusaba de odiar a la nación. Hoy el riesgo de inversión en Irlanda es similar al de Irak.
Lo de los griegos es sensacional. ¿Cómo pudieron las autoridades europeas tomar en serio los datos que les daban unos dirigentes que sin excepción eran fanáticos de la mentira, el fraude, la estafa y el robo? Y eran así porque la población entera les había elegido como sus modelos. Algunos ejemplos. La jubilación de los empleos considerados “peligrosos” es a los cincuenta y cinco, pero hay seiscientos trabajos considerados peligrosos, entre ellos la peluquería. El déficit declarado por el gobierno en 2009 era del 3,7%, hoy sabemos que era del 14%. En Grecia nadie paga impuestos. No hay castigo. Los pocos casos que llegan a los tribunales tardan quince años en resolverse. La inmensa mayoría de los inspectores de hacienda aceptan sobornos. Si alguien los denuncia tardan ocho años en ser juzgados. Para entonces ya ha cambiado el gobierno y hay una amnistía encubierta.
Los griegos se han lanzado a incendiar la calle furiosos contra los bancos, pero también los banqueros podrían salir a la calle furiosos contra los griegos, piensa Lewis. “La epidemia de mentiras y estafas hace que la vida civil sea imposible; el colapso de la vida civil lleva a más mentiras, estafas y robos. Al carecer de toda confianza entre ellos, los ciudadanos se refugian en la familia o en sí mismos”. ¿Les suena?
Antes, me decía Miquel Agulló, las mejores carreras universitarias acababan en el servicio al estado.
Hoy lo hacen en cualquier enorme máquina de estacazo financiero.
A la política sólo se dedican quienes no han podido entrar en esas máquinas atroces.
La ruina del estado, que es la nuestra, está en manos de los mediocres.
Por falta de espacio no comento los dos últimos capítulos.
Uno, magnífico, sobre las razones que han dado todo el poder a Alemania (y menos mal que así ha sido) y otro sobre California como modelo “irlandés” en los E EUU. La entrevista con Schwarzenegger es fabulosa y uno se pregunta cómo es posible que las entrevistas de altos dirigentes en este país sean tan sosas, fofas, desinformadas y aduladoras.
Bueno, quizás sea por la altivez de nuestra clase dirigente, que conoce de sobra su impunidad. ¿No será eso lo que nos empuja lentamente hacia el abismo de nuestros arruinados vecinos?
No por las mismas razones se han hundido en la miseria Islandia, Grecia o Irlanda. Distinguirlo es importante si uno desea saber lo cerca que está España de cometer los mismos errores.
Que los haya cometido o esté por cometerlos puede conducirnos al tercer mundo, que es donde están ahora los tres países antes mencionados.
No lo digo yo, lo dice un especialista en investigación económica del New York Times y de Vanity Fair, Michael Lewis, cuyo esclarecedor Boomerang ha sido traducido por Deusto. Lewis, modelo de estudioso que entrevista a los protagonistas reales, tanto si son directores de bancos alemanes como si se trata de pérfidos especuladores de Goldman Sachs, aclara algunos puntos clave que permiten valorar el grado de incompetencia de los dirigentes de los tres países mencionados, así como la ciega codicia de sus poblaciones.
Islandia es el caso más triste.
Una sociedad dirigida por un puñado de patrones de pesca sin la menor idea de economía, metidos a financieros y persuadidos de haberse convertido en ases de las finanzas, mientras las corporaciones americanas les vendían por toneladas los fondos más tóxicos.
Es el único país de Europa en el que una sociedad enfurecida ha intentado meter en la cárcel a los dirigentes que les han llevado a la ruina.
Por supuesto sin tener en cuenta la responsabilidad que esa misma sociedad ha tenido en el disparate. Islandia ilustra sobre lo peligroso que es depender de un gobierno de inútiles.
Para nuestro regocijo la salida del agujero se la plantean de un modo original: cambiando todos los dirigentes machos por dirigentes hembra, comenzando por la presidenta.
Las razones, perfectamente sensatas, hay que leerlas en el libro.
La ruina de Irlanda es asunto por completo distinto. Juega aquí también la torpeza de la clase dirigente y de la clase política, pero impulsada no sólo por la ignorancia, sino también por la petulancia. Los irlandeses, que jamás habían destacado por su talento económico, se encontraron de repente con unos crecimientos exponenciales y en lugar de sospechar que algo no casaba, lo atribuyeron al genio nacional. El virus identitario cegó por completo a los dirigentes irlandeses. El primer ministro, Bertie Ahern (famoso por haber dicho aquello de que “Lehman’s es un pulpo internacional que tiene testículos por todas partes”), es la cabeza de turco de una sociedad que se lanzó a comprar y vender su propio país de manera enloquecida sin dudar ni un momento en la inspiración financiera que les iluminaba en gaélico. Como dice Lewis, nunca rumiaron que de ser muy pobres habían pasado a ser muy ricos sin haber sido nunca normales. A los escasos críticos que osaban preguntar por esta anomalía se les acusaba de odiar a la nación. Hoy el riesgo de inversión en Irlanda es similar al de Irak.
Lo de los griegos es sensacional. ¿Cómo pudieron las autoridades europeas tomar en serio los datos que les daban unos dirigentes que sin excepción eran fanáticos de la mentira, el fraude, la estafa y el robo? Y eran así porque la población entera les había elegido como sus modelos. Algunos ejemplos. La jubilación de los empleos considerados “peligrosos” es a los cincuenta y cinco, pero hay seiscientos trabajos considerados peligrosos, entre ellos la peluquería. El déficit declarado por el gobierno en 2009 era del 3,7%, hoy sabemos que era del 14%. En Grecia nadie paga impuestos. No hay castigo. Los pocos casos que llegan a los tribunales tardan quince años en resolverse. La inmensa mayoría de los inspectores de hacienda aceptan sobornos. Si alguien los denuncia tardan ocho años en ser juzgados. Para entonces ya ha cambiado el gobierno y hay una amnistía encubierta.
Los griegos se han lanzado a incendiar la calle furiosos contra los bancos, pero también los banqueros podrían salir a la calle furiosos contra los griegos, piensa Lewis. “La epidemia de mentiras y estafas hace que la vida civil sea imposible; el colapso de la vida civil lleva a más mentiras, estafas y robos. Al carecer de toda confianza entre ellos, los ciudadanos se refugian en la familia o en sí mismos”. ¿Les suena?
Antes, me decía Miquel Agulló, las mejores carreras universitarias acababan en el servicio al estado.
Hoy lo hacen en cualquier enorme máquina de estacazo financiero.
A la política sólo se dedican quienes no han podido entrar en esas máquinas atroces.
La ruina del estado, que es la nuestra, está en manos de los mediocres.
Por falta de espacio no comento los dos últimos capítulos.
Uno, magnífico, sobre las razones que han dado todo el poder a Alemania (y menos mal que así ha sido) y otro sobre California como modelo “irlandés” en los E EUU. La entrevista con Schwarzenegger es fabulosa y uno se pregunta cómo es posible que las entrevistas de altos dirigentes en este país sean tan sosas, fofas, desinformadas y aduladoras.
Bueno, quizás sea por la altivez de nuestra clase dirigente, que conoce de sobra su impunidad. ¿No será eso lo que nos empuja lentamente hacia el abismo de nuestros arruinados vecinos?
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