Hay una inteligencia natural en esta actriz a la que el gran Josep Maria de Sagarra saludó, al escucharla declamar: "Aquesta nena té uns collons...!"
Esa inteligencia la llevó al teatro, cuando era esa nena de la que hablaba el legendario dramaturgo catalán, y ahí la dejó, mirando; actúa, cómo no, y es una de las mejores actrices del mundo, versátil y profunda, aérea y aposentada en el genio que ya tenía antes de aprender a decirlo, pero su gran valor es la mirada, cómo se fija, cómo se posa sobre los asuntos, los temas, las palabras ajenas.
En la excelente síntesis que de su teatro, ahora tan legendario como Sagarra, hizo ayer en Babelia Marcos Ordóñez, acaso su mejor exégeta, esa carrera teatral se pone en evidencia como la continuidad de unos descubrimientos.
Como Picasso decía del arte, al creador la inspiración ha de hallarlo trabajando, y en esa sucesión de montajes que el crítico va mostrando lo que resulta obvio es que Nuria no ha dejado nunca de mirar: qué se está haciendo, qué se está diseñando, qué se está escribiendo, cómo se está actuando.
Hay un momento en que eso empieza a ser así de un modo muy profesional: fue cuando Arrabal los puso a ella y a Armando Moreno, su marido inolvidable, en la pista de Víctor García. Desde entonces ha sucedido en España el milagro que Nuria Espert le proporcionó a la cultura de su país; su mirada abierta hizo este país menos pacato y menos retrógrado, y en el ámbito del teatro nuestro modo de ver se hizo universal y atento.
Fue la mirada de Nuria, que venía de lejos, la que nos puso en una carretera que ella ha prolongado siempre, y que ahora trae al Centro Dramático Nacional (con Gerardo Vera) el precipitado de un aprendizaje para el cual en aquel entonces, como decía Josep María de Sagarra, hacía falta tener muchos collons...
Esa inteligencia la llevó al teatro, cuando era esa nena de la que hablaba el legendario dramaturgo catalán, y ahí la dejó, mirando; actúa, cómo no, y es una de las mejores actrices del mundo, versátil y profunda, aérea y aposentada en el genio que ya tenía antes de aprender a decirlo, pero su gran valor es la mirada, cómo se fija, cómo se posa sobre los asuntos, los temas, las palabras ajenas.
En la excelente síntesis que de su teatro, ahora tan legendario como Sagarra, hizo ayer en Babelia Marcos Ordóñez, acaso su mejor exégeta, esa carrera teatral se pone en evidencia como la continuidad de unos descubrimientos.
Como Picasso decía del arte, al creador la inspiración ha de hallarlo trabajando, y en esa sucesión de montajes que el crítico va mostrando lo que resulta obvio es que Nuria no ha dejado nunca de mirar: qué se está haciendo, qué se está diseñando, qué se está escribiendo, cómo se está actuando.
Hay un momento en que eso empieza a ser así de un modo muy profesional: fue cuando Arrabal los puso a ella y a Armando Moreno, su marido inolvidable, en la pista de Víctor García. Desde entonces ha sucedido en España el milagro que Nuria Espert le proporcionó a la cultura de su país; su mirada abierta hizo este país menos pacato y menos retrógrado, y en el ámbito del teatro nuestro modo de ver se hizo universal y atento.
Fue la mirada de Nuria, que venía de lejos, la que nos puso en una carretera que ella ha prolongado siempre, y que ahora trae al Centro Dramático Nacional (con Gerardo Vera) el precipitado de un aprendizaje para el cual en aquel entonces, como decía Josep María de Sagarra, hacía falta tener muchos collons...
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