Tzvetan Todorov, el autor de Gramática del Decamerón, lingüista de un enorme prestigio, lleva años haciéndose preguntas sobre el desajuste del mundo, desde una libertad de pensamiento que rompe cualquier frontera ideológica para situarse "como un centrista marginal" que mira hacia todos los lados y hacia todos los lados dirige una atención que se parece a la del niño que descubre que el Rey está desnudo cuando alrededor todos aplauden la vestimenta del Rey.
Su último libro (Los enemigos íntimos de la democracia, que acaba de publicar en español Galaxia Gutenberg) recoge un buen número de preguntas que sonrojan por la pureza con la que están hechas, como para hendir en la yugular del mundo la curiosidad de un intelectual al que nadie puede acusar de demagógico o de banal.
Con respecto a la manía invasora que mantiene el imperio restante (el que quedó después de la caída del Muro de Berlín), el ensayista de origen búlgaro que lleva desde los 24 años en Francia, regresa a la decisión de Bush (con Blair y con Aznar) de invadir Irak para imponer allí su manía policial, acentuada por la muy terrible agresión de Al Qaeda el 11S. Invasiones como esas se han producido luego, hasta llegar a la que finalmente derribó al dictador libio Gadafi.
Lo que se pregunta Todorov es por qué el primer mundo decide utilizar la fuerza invadiendo otros países para imponer, en las circunstancias que ya se conocen,incluso con la tortura, su idea de lo que es la libertad o la democracia.
Con ese estandarte de la libertad como una idea incontrovertible, ya ensayó Estados Unidos en Vietnam, en Oriente Medio, en África, con resultados que son notorios
. La democracia ha generado a lo largo de la historia sus enemigos interiores o íntimos, a los que se refiere Todorov en sus preguntas, que también tienen que ver con el dominio económico que los mercados arbitran. ¿Y si el mercado estuviera equivocado, si las exigencias que plantean fueran el principio de la ruina de las naciones y también la ruina de la democracia?
El libro es, me parece, un imprescindible instrumento para que no nos duerman con cuentos, como decía León Felipe.
Lo recomiendo porque no es sólo un manifiesto; es un golpe a la conciencia tranquila de los que creen que ante lo que parece obvio no hay seguir haciéndose preguntas que sonrojen a los marcan las líneas rojas a partir de las cuales ya nadie puede cuestionar nada.
Su último libro (Los enemigos íntimos de la democracia, que acaba de publicar en español Galaxia Gutenberg) recoge un buen número de preguntas que sonrojan por la pureza con la que están hechas, como para hendir en la yugular del mundo la curiosidad de un intelectual al que nadie puede acusar de demagógico o de banal.
Con respecto a la manía invasora que mantiene el imperio restante (el que quedó después de la caída del Muro de Berlín), el ensayista de origen búlgaro que lleva desde los 24 años en Francia, regresa a la decisión de Bush (con Blair y con Aznar) de invadir Irak para imponer allí su manía policial, acentuada por la muy terrible agresión de Al Qaeda el 11S. Invasiones como esas se han producido luego, hasta llegar a la que finalmente derribó al dictador libio Gadafi.
Lo que se pregunta Todorov es por qué el primer mundo decide utilizar la fuerza invadiendo otros países para imponer, en las circunstancias que ya se conocen,incluso con la tortura, su idea de lo que es la libertad o la democracia.
Con ese estandarte de la libertad como una idea incontrovertible, ya ensayó Estados Unidos en Vietnam, en Oriente Medio, en África, con resultados que son notorios
. La democracia ha generado a lo largo de la historia sus enemigos interiores o íntimos, a los que se refiere Todorov en sus preguntas, que también tienen que ver con el dominio económico que los mercados arbitran. ¿Y si el mercado estuviera equivocado, si las exigencias que plantean fueran el principio de la ruina de las naciones y también la ruina de la democracia?
El libro es, me parece, un imprescindible instrumento para que no nos duerman con cuentos, como decía León Felipe.
Lo recomiendo porque no es sólo un manifiesto; es un golpe a la conciencia tranquila de los que creen que ante lo que parece obvio no hay seguir haciéndose preguntas que sonrojen a los marcan las líneas rojas a partir de las cuales ya nadie puede cuestionar nada.
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