La monumental obra de uno de los gigantes de la literatura universal ha sido por fin compilada y comprimida en su versión en castellano para caber en un espacio reducido de la estantería. La editorial Mondadori, a través de su catálogo DeBolsillo, publica las obras completas de William Shakespeare en cinco volúmenes que recogen, además, “algunas de las mejores traducciones hechas en la segunda mitad del siglo XX, a ambos lados del Atlántico”, según explica Andreu Jaume, editor de Random House Mondadori y el responsable de la selección de textos en español, de varias decenas de autores diferentes, latinoamericanos y españoles.
Otra demostración de que el catálogo de Shakespeare vive en la permanente ebullición solo reservada a los clásicos llega de la mano de Libros del Zorro Rojo, editorial que presenta una nueva versión de Macbeth. Con la traducción de Ángel-Luis Pujante, en ella se recupera un prólogo de Jorge Luis Borges.
El texto luce además las ilustraciones del italiano Ferenc Pintér.
“El proyecto surge de la trayectoria de sellos históricos de la casa: a pesar de tener a muchos escritores clásicos, jamás habíamos hecho nada de Shakespeare, algo que es imperdonable en una colección así”, cuenta Jaume Bonfill, editor de Mondadori, sobre la iniciativa de bolsillo.
De proyecto, la colección de los escritos del cisne de Avon ha pasado en menos de un año a edición “solvente y asequible”, añade Andreu Jaume.
A un precio de 19,95 euros, el primer volumen, dedicado a las comedias, verá la luz en España y América Latina en abril; el segundo, de las tragedias, lo hará en junio; los dramas históricos, en septiembre; los romances, en noviembre y, finalmente, la poesía en 2013.
La división de los textos en cinco grandes apartados proviene, según explica Jaume, de la tradición surgida a finales del siglo XIX: “En la Edición príncipe del siglo XVII la recopilación era de comedias, tragedias y dramas históricos.
A partir del siglo XIX se añaden los romances, que son la obra final de Shakespeare y que no son ni comedias, ni tragedias ni tragicomedias: son una especie de alegorías.
A eso se añade un quinto volumen con la poesía”. Ese tomo final -la única edición bilingüe de la colección-, contiene además algunos poemas que hasta ahora no habían sido traducidos.
Traducción literaria, que no literal
Aunque ya se había intentado agrupar la obra de Shakespeare en castellano, esta es la primera vez que se presenta con traducciones en las que se traslada el verso de los originales, a diferencia de versiones históricas y de referencia como las de Guillermo McPherson o Luis Astrana Marín, realizadas en los siglos XIX y principios del XX respectivamente. “En otras lenguas hay costumbre de traducir respetando la prosa y el verso, pero aquí no. La idea matriz es realizar una edición para el siglo XXI”, indica Andreu.
A la imaginable dificultad de traspasar el inglés del XVI al castellano contemporáneo, se suma en la empresa de traducir a Shakespeare la problemática de captar y plasmar sus cualidades literarias, plenas de detalles, ambigüedades y juegos. “Si traducir a un clásico es un reto, hacerlo en verso lo es más aún”, apunta el escritor Victor Obiols, que mudó al castellano la comedia The taming of the shrew, popularmente conocida como La fierecilla domada, aunque titulada en su versión La doma de la fiera. “Quise cambiar el título porque la traducción permite una variedad de interpretaciones, y además, quería huir del título comercial de la película de Franco Zeffirelli de 1966”, asegura.
Si ocuparse del título es de por sí una tarea ingente, ¿cómo se afronta la traducción de una obra completa? “Además de conocer el inglés, el traductor de Shakespeare debe tener oído poético y, además, osadía”, señala el escritor Vicente Molina, de quien se incluyen tres traducciones en la colección: las de Hamlet, El mercader de Venecia y El Rey Lear.
“Yo me pasé un año entero leyendo a Shakespeare”, relata sobre sus tiempos como profesor en la Universidad de Oxford. “Y si ya leer a Shakespeare da la medida de su grandeza como autor, traducir su obra es algo privilegiado”.
Por norma general, en las partes versificadas, Shakespeare se valió del pentámetro yámbico o verso blanco en inglés, esto es, un verso sin rima. “En español yo lo traduje por alejandrinos, heptasílabos…” cuenta Obiols. A ese esfuerzo creativo por preservar el ritmo y la musicalidad, se añade el deber de mantenerse fiel al sentido primero pretendido por el autor. “A veces la fidelidad se entiende como literalidad, pero la literalidad a veces traiciona: en ocasiones, el sentido descansa en el sonido más que en la literalidad”, apuntilla Jaume.
En la práctica, señala Obiols, “al traducir en verso o recortas o amplías.
Hay que tener imaginación y capacidad para crear efectos análogos, y yo traté de reflejar eso en el verso”. En el caso de Molina, la traslación ocurrió de manera similar: “En la rima no sigo la medida, sino que hago verso libre”, detalla. “Aunque algunas traducciones anteriores en prosa, como las de Astrana Marín, fueron realizadas con altura, en cierta manera renunciaban al espíritu de una época que ya ha pasado: había que modernizar las traducciones de Shakespeare, y para ello había que darles una sonoridad tan impactante como la del original”.
Otra demostración de que el catálogo de Shakespeare vive en la permanente ebullición solo reservada a los clásicos llega de la mano de Libros del Zorro Rojo, editorial que presenta una nueva versión de Macbeth. Con la traducción de Ángel-Luis Pujante, en ella se recupera un prólogo de Jorge Luis Borges.
El texto luce además las ilustraciones del italiano Ferenc Pintér.
“El proyecto surge de la trayectoria de sellos históricos de la casa: a pesar de tener a muchos escritores clásicos, jamás habíamos hecho nada de Shakespeare, algo que es imperdonable en una colección así”, cuenta Jaume Bonfill, editor de Mondadori, sobre la iniciativa de bolsillo.
De proyecto, la colección de los escritos del cisne de Avon ha pasado en menos de un año a edición “solvente y asequible”, añade Andreu Jaume.
A un precio de 19,95 euros, el primer volumen, dedicado a las comedias, verá la luz en España y América Latina en abril; el segundo, de las tragedias, lo hará en junio; los dramas históricos, en septiembre; los romances, en noviembre y, finalmente, la poesía en 2013.
La división de los textos en cinco grandes apartados proviene, según explica Jaume, de la tradición surgida a finales del siglo XIX: “En la Edición príncipe del siglo XVII la recopilación era de comedias, tragedias y dramas históricos.
A partir del siglo XIX se añaden los romances, que son la obra final de Shakespeare y que no son ni comedias, ni tragedias ni tragicomedias: son una especie de alegorías.
A eso se añade un quinto volumen con la poesía”. Ese tomo final -la única edición bilingüe de la colección-, contiene además algunos poemas que hasta ahora no habían sido traducidos.
Traducción literaria, que no literal
Aunque ya se había intentado agrupar la obra de Shakespeare en castellano, esta es la primera vez que se presenta con traducciones en las que se traslada el verso de los originales, a diferencia de versiones históricas y de referencia como las de Guillermo McPherson o Luis Astrana Marín, realizadas en los siglos XIX y principios del XX respectivamente. “En otras lenguas hay costumbre de traducir respetando la prosa y el verso, pero aquí no. La idea matriz es realizar una edición para el siglo XXI”, indica Andreu.
A la imaginable dificultad de traspasar el inglés del XVI al castellano contemporáneo, se suma en la empresa de traducir a Shakespeare la problemática de captar y plasmar sus cualidades literarias, plenas de detalles, ambigüedades y juegos. “Si traducir a un clásico es un reto, hacerlo en verso lo es más aún”, apunta el escritor Victor Obiols, que mudó al castellano la comedia The taming of the shrew, popularmente conocida como La fierecilla domada, aunque titulada en su versión La doma de la fiera. “Quise cambiar el título porque la traducción permite una variedad de interpretaciones, y además, quería huir del título comercial de la película de Franco Zeffirelli de 1966”, asegura.
Si ocuparse del título es de por sí una tarea ingente, ¿cómo se afronta la traducción de una obra completa? “Además de conocer el inglés, el traductor de Shakespeare debe tener oído poético y, además, osadía”, señala el escritor Vicente Molina, de quien se incluyen tres traducciones en la colección: las de Hamlet, El mercader de Venecia y El Rey Lear.
“Yo me pasé un año entero leyendo a Shakespeare”, relata sobre sus tiempos como profesor en la Universidad de Oxford. “Y si ya leer a Shakespeare da la medida de su grandeza como autor, traducir su obra es algo privilegiado”.
Por norma general, en las partes versificadas, Shakespeare se valió del pentámetro yámbico o verso blanco en inglés, esto es, un verso sin rima. “En español yo lo traduje por alejandrinos, heptasílabos…” cuenta Obiols. A ese esfuerzo creativo por preservar el ritmo y la musicalidad, se añade el deber de mantenerse fiel al sentido primero pretendido por el autor. “A veces la fidelidad se entiende como literalidad, pero la literalidad a veces traiciona: en ocasiones, el sentido descansa en el sonido más que en la literalidad”, apuntilla Jaume.
En la práctica, señala Obiols, “al traducir en verso o recortas o amplías.
Hay que tener imaginación y capacidad para crear efectos análogos, y yo traté de reflejar eso en el verso”. En el caso de Molina, la traslación ocurrió de manera similar: “En la rima no sigo la medida, sino que hago verso libre”, detalla. “Aunque algunas traducciones anteriores en prosa, como las de Astrana Marín, fueron realizadas con altura, en cierta manera renunciaban al espíritu de una época que ya ha pasado: había que modernizar las traducciones de Shakespeare, y para ello había que darles una sonoridad tan impactante como la del original”.
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