No es un error. Madame Bovary, en la edición que publicará Alba, será La señora Bovary. “Es la traducción correcta”, zanja su traductora, María Teresa Gallego Urrutia. “Al principio no me atrevía a cambiar los títulos, pero está superado.
Se trata de buscar el rigor”, dice Luis Magrinyà, director de la colección de clásicos de la editorial.
Aunque en su departamento de marketing le arruguen la nariz y los lectores se despisten y/o resistan a utilizar el título modificado. “Yo traduje Juicio y sentimiento de Jane Austen y todos los años hay señoras en la Feria del Libro que dicen ‘ay, este no lo tengo’, a lo que les respondo: ¿tienen Sentido y sensibilidad? Pues es el mismo, pero bien traducido”.
Enrique de Hériz ya está retirado de la labor editorial, pero recuerda haberse encontrado en una situación similar con La dama de blanco, de Wilkie Collins.
“En realidad es La chica de blanco. Lo debatí con el traductor, le dimos muchas vueltas, y al final decidí mantenerlo por razones industriales”
. Por su parte, Ramón Buenaventura ha optado por Meaulnes el Grande, en lugar del tradicional El gran Meaulnes, para la Biblioteca de traductores que acaba de lanzar Alianza. Su solución, dice en el prólogo de la obra de Alain-Fournier, recoge mejor la polisemia del original: aunque parece referirse a la importancia del personaje, se refiere a su tamaño.
¿Calarán títulos como La transformación de Kafka, La señora Bovary de Flaubert o Los falsificadores de moneda de Gide? Magrinyà, que no dudó en fulminar el título “tradicional” de este último, Los monederos falsos, confiesa que se sigue refiriendo a él así. “Ese poder de penetración de la tradición… O lo desenmascaras en el momento, o luego es muy difícil hacerlo.
Cuando cambias el título a un libro es como si fuera otro”.
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