Cristina Guallar, de 28 años, llamó a sus amigos hace unas semanas para contarles una gran noticia: le habían hecho un contrato indefinido en su empresa. Lo celebró porque se sintió afortunada: se acabaron los contratos temporales.
El sueldo, sin embargo, será el mismo: unos 780 euros al mes.
Es auxiliar de clínica y trabaja cuidando ancianos en un centro de día de Valencia. No se siente especialmente desgraciada si mira a su alrededor.
“Es el sueldo que marca el convenio”, dice resignada. Eso, apunta su compañera Cristina Vadillo, de 30 años, es lo más duro: cobran poco porque es a lo que cotiza su trabajo hoy en día y es, posiblemente, poco menos de lo que valdrá en 10 o 20 años si no cambian las cosas.
El cuidado de ancianos entra dentro de la categoría de trabajo con mayoría de mano de obra femenina, y dichos empleos (atención de personas, hostelería, comercio...) tienen tradicionalmente remuneraciones más bajas. En general las españolas cobran por hora, de media, un 16% menos que los hombres según datos de Eurostat y un 22% menos si se acuden a las cifras del Instituto Nacional de Estadística.
Los salarios más bajos en ciertos sectores y la permanencia de algunos roles tradicionales (que hacen que persista la idea de que, por ejemplo, las labores del hogar son cosas de mujeres) no ayudan a que la brecha laboral se cierre. En los grupos de mayor edad, de hecho, se dilata más y más. Si en un momento de la vida es necesario que un miembro de una pareja renuncie a parte de su jornada o al puesto de trabajo, ¿quién lo hará? Más allá de las decisiones personales, quien cobre menos o tenga menos posibilidades de progresar en su carrera tendrá más puntos.
“En teoría, dos personas que ocupan el mismo puesto, cobran igual. Sin embargo, en conjunto hombres y mujeres no cobran lo mismo
. Ellas acumulan más pausas en su vida laboral, y eso pesa”, explica Angels Valls, profesora del departamento de Dirección de Personas y Organización de Esade. Si son madres, quizá necesiten una pausa.
Y al regresar al mercado laboral habrán perdido antigüedad. Peor aún: habrán perdido continuidad en el desarrollo de su carrera. El hecho de que el cuidado de los hijos siga recayendo fundamentalmente en la mujer hace que al regreso muchas necesiten un horario que les permita conciliar trabajo y hogar. Y los puestos de responsabilidad pasarán de largo.
O quizá nunca vivan ni la primera ni la segunda situación, pero sus jefes piensen que algún día lo harán, y ello hará que elijan a un hombre para el puesto, con el fin de ahorrarse inconvenientes futuros.
“Con los menores de 25 años ya se van apuntando los mismos problemas en el futuro”, señala Valls. En la Encuesta de Población Activa se pregunta a personas que no están trabajando el motivo por el cual están inactivas. Para los menores de 20, tanto hombres como mujeres, la causa mayoritaria para no buscar empleo (93% de los inactivos) son los estudios. A partir de los 30 años, entre las mujeres desciende la tasa de actividad y queda 10 puntos por debajo de la de los varones, en el 84% ¿El motivo? El 57% de las mujeres que no buscan ningún empleo están ene sa situación por cuidar niños, ancianos o “otras responsabilidades familiares”. Solo el 5% de los hombres alegan esos motivos.
En el caso de los empleos a tiempo parcial, el motivo principal es siempre, para hombres y mujeres, no haber encontrado un empleo a tiempo completo. Pero la segunda causa cambia por edad y por sexo: en las primeras etapas hombres y mujeres recurren a este tipo de empleo para compaginarlo con los estudios. A partir de los 30 años, el 27% de las mujeres explican que es por cuidar de niños o personas dependientes, frente al 0,8% de los hombres. Las mujeres, por tanto, cuando superan el lastre del paro juventud (los grupos de edad que soportan la mayor desempleo) siguen en una carrera de obstáculos marcada por el sexo.
Cristina Vadillo se pudo emancipar. “Porque mi pareja sí tiene un sueldo mejor”, aclara. Entre dos, es más fácil. Las facturas pesan un poco menos.
Pero no siempre es sencillo sobrellevar el hecho de depender económicamente de la pareja. Es lo que le pasa también a Leticia Sarabia. Tiene 29 años y es licenciada en Psicología. “Pero nunca he encontrado nada de lo mío”, aclara. Tampoco ha estado nunca quieta. Actualmente trabaja en una empresa de animación infantil
. Organizan fiestas o actividades en colegios, bodas, centros comerciales y lo que salga. Solo conforman la empresa su jefa y ella, así que carga con buena parte del trabajo.
“Es muy absorbente”, asegura. Cobra 900 euros al mes. Paga 900 euros al mes de alquiler, en una casa cerca de Madrid. Los números, por tanto, nunca le saldrían si no fuera porque son dos. “Me resulta muy incómodo depender de mi pareja. Siempre me educaron con la idea de que nunca debía depender de nadie. Pero no me queda otra. ¿Si me quedara sin pareja? Seguramente tendría que volver a casa de mis padres”, reconoce. De entre sus amigos, asegura, con los mismos estudios a ellos les está yendo mejor que a ellas.
“El objetivo es que las mujeres jóvenes no se encuentren en el futuro los problemas que se arrastran desde hace tiempo”, dice Carmen Plaza, directora general del Instituto de la Mujer, que depende del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad.
“Para llegar a ese objetivo es fundamental la educar en la igualdad desde la escuela”, señala. Almudena Fontecha, secretaria de Igualdad de UGT, no lo ve tan claro: para las mujeres jóvenes la llegada al mercado laboral, en cualquier sector, supone un shock. “Esta generación se ha formado muy bien. Incluso mejor que sus compañeros: las mujeres son mayoría en la universidad, sacan mejores notas... Les dijeron que la formación era la puerta para superar la desigualdad. Pero les han mentido”, dice rotunda.
“Cuando llegan al mercado laboral, las mujeres se chocan contra la discriminación. Sus compañeros, con los que estudiaron como iguales, avanzan mejor. Es un problema grave, porque vamos a tener a una generación de mujeres frustradas”, asegura la sindicalista.
La igualdad, dice, no es un lujo para los momentos de bonanza. Es “una necesidad para construir un Estado de bienestar”, zanja.
La mayor espinita que tiene Leticia es no poder permitirse ser madre. “Me encantan los niños. Y siempre pensé que, pasara lo que pasara, sería madre antes de los 30. Tengo 29 y ya lo he descartado. Es imposible. Me frustra pensar que quizá nunca esté en una situación suficientemente buena como para ser madre”, lamenta.
Leticia no es la única que retrasa el momento de la maternidad.
En España la edad media de la maternidad se sitúa en los 31,3 años. En 1981 era de 28,2 años. Angels Valls, de Esade, cree que la nueva reforma laboral tendrá un impacto negativo en la ya complicada situación de la mujer a la hora de conciliar el trabajo con la vida familiar.
En especial el punto en el que se permite un despido más fácil si el trabajador no acepta cambios de horario de ciudad.
“No tenemos una bola de cristal, y no sabemos el impacto exacto. Pero el doble rol de la mujer [en el trabajo y en casa] está enquistado. La flexibilidad que le va a exigir la empresa choca con la necesidad de flexibilidad que necesita la persona. Y en la reforma laboral las herramientas son para la empresa”, advierte.
Plaza, directora del Instituto de la Mujer, niega que las políticas de empleo vayan a afectar a las de conciliación. “Hay herramientas y políticas para fomentar la conciliación, tanto de hombres como de mujeres. Es fundamental romper los roles. Esa es la clave. Hay mucho por hacer, pero las empresas son conscientes de que la conciliación les favorece”, apunta optimista.
“En términos generales los salarios de sectores feminizados tienden a ser menores.
Porque son labores muy ligadas al rol privado de la mujer, y esto hace que parezca que ese oficio es solo una prolongación de sus labores habituales”, apunta Fontecha de UGT.
Para todos, dice, la familia, la sanidad y la educación son conceptos importantes, pero a la hora de pagarlos, la cosa cambia.
Paula Felipe, de 25 años, también auxiliar de clínica, estudió un ciclo superior de atención socio-sanitaria. “Mi madre me dijo que en las personas mayores estaba el futuro, que ahí había trabajo”, cuenta. Tras acabar ese ciclo, hizo otro, también superior, de integración social. Hoy atiende ancianos: duchas, comedor, actividades, recogerlos y llevarlos a casa en furgoneta. En total, 33,5 horas a la semana. Le gusta su trabajo. Su única pega: es un empleo mal pagado
. Vive con sus padres y no sabe cuándo podrá independizarse. ¿Cuánto creen que deberían ganar para sentirse bien retribuidas? 1.200 euros, contesta. “Pero es lo que indica el convenio colectivo de este sector. Parece que este trabajo lo pueda hacer cualquiera. No es así. Hace falta sacrificio, paciencia, sensibilidad...”, dice.
“Es difícil pensar en un futuro de 700 euros al mes”, zanja.
El sueldo, sin embargo, será el mismo: unos 780 euros al mes.
Es auxiliar de clínica y trabaja cuidando ancianos en un centro de día de Valencia. No se siente especialmente desgraciada si mira a su alrededor.
“Es el sueldo que marca el convenio”, dice resignada. Eso, apunta su compañera Cristina Vadillo, de 30 años, es lo más duro: cobran poco porque es a lo que cotiza su trabajo hoy en día y es, posiblemente, poco menos de lo que valdrá en 10 o 20 años si no cambian las cosas.
El cuidado de ancianos entra dentro de la categoría de trabajo con mayoría de mano de obra femenina, y dichos empleos (atención de personas, hostelería, comercio...) tienen tradicionalmente remuneraciones más bajas. En general las españolas cobran por hora, de media, un 16% menos que los hombres según datos de Eurostat y un 22% menos si se acuden a las cifras del Instituto Nacional de Estadística.
Los salarios más bajos en ciertos sectores y la permanencia de algunos roles tradicionales (que hacen que persista la idea de que, por ejemplo, las labores del hogar son cosas de mujeres) no ayudan a que la brecha laboral se cierre. En los grupos de mayor edad, de hecho, se dilata más y más. Si en un momento de la vida es necesario que un miembro de una pareja renuncie a parte de su jornada o al puesto de trabajo, ¿quién lo hará? Más allá de las decisiones personales, quien cobre menos o tenga menos posibilidades de progresar en su carrera tendrá más puntos.
“En teoría, dos personas que ocupan el mismo puesto, cobran igual. Sin embargo, en conjunto hombres y mujeres no cobran lo mismo
. Ellas acumulan más pausas en su vida laboral, y eso pesa”, explica Angels Valls, profesora del departamento de Dirección de Personas y Organización de Esade. Si son madres, quizá necesiten una pausa.
Y al regresar al mercado laboral habrán perdido antigüedad. Peor aún: habrán perdido continuidad en el desarrollo de su carrera. El hecho de que el cuidado de los hijos siga recayendo fundamentalmente en la mujer hace que al regreso muchas necesiten un horario que les permita conciliar trabajo y hogar. Y los puestos de responsabilidad pasarán de largo.
O quizá nunca vivan ni la primera ni la segunda situación, pero sus jefes piensen que algún día lo harán, y ello hará que elijan a un hombre para el puesto, con el fin de ahorrarse inconvenientes futuros.
“Con los menores de 25 años ya se van apuntando los mismos problemas en el futuro”, señala Valls. En la Encuesta de Población Activa se pregunta a personas que no están trabajando el motivo por el cual están inactivas. Para los menores de 20, tanto hombres como mujeres, la causa mayoritaria para no buscar empleo (93% de los inactivos) son los estudios. A partir de los 30 años, entre las mujeres desciende la tasa de actividad y queda 10 puntos por debajo de la de los varones, en el 84% ¿El motivo? El 57% de las mujeres que no buscan ningún empleo están ene sa situación por cuidar niños, ancianos o “otras responsabilidades familiares”. Solo el 5% de los hombres alegan esos motivos.
En el caso de los empleos a tiempo parcial, el motivo principal es siempre, para hombres y mujeres, no haber encontrado un empleo a tiempo completo. Pero la segunda causa cambia por edad y por sexo: en las primeras etapas hombres y mujeres recurren a este tipo de empleo para compaginarlo con los estudios. A partir de los 30 años, el 27% de las mujeres explican que es por cuidar de niños o personas dependientes, frente al 0,8% de los hombres. Las mujeres, por tanto, cuando superan el lastre del paro juventud (los grupos de edad que soportan la mayor desempleo) siguen en una carrera de obstáculos marcada por el sexo.
Cristina Vadillo se pudo emancipar. “Porque mi pareja sí tiene un sueldo mejor”, aclara. Entre dos, es más fácil. Las facturas pesan un poco menos.
Pero no siempre es sencillo sobrellevar el hecho de depender económicamente de la pareja. Es lo que le pasa también a Leticia Sarabia. Tiene 29 años y es licenciada en Psicología. “Pero nunca he encontrado nada de lo mío”, aclara. Tampoco ha estado nunca quieta. Actualmente trabaja en una empresa de animación infantil
. Organizan fiestas o actividades en colegios, bodas, centros comerciales y lo que salga. Solo conforman la empresa su jefa y ella, así que carga con buena parte del trabajo.
“Es muy absorbente”, asegura. Cobra 900 euros al mes. Paga 900 euros al mes de alquiler, en una casa cerca de Madrid. Los números, por tanto, nunca le saldrían si no fuera porque son dos. “Me resulta muy incómodo depender de mi pareja. Siempre me educaron con la idea de que nunca debía depender de nadie. Pero no me queda otra. ¿Si me quedara sin pareja? Seguramente tendría que volver a casa de mis padres”, reconoce. De entre sus amigos, asegura, con los mismos estudios a ellos les está yendo mejor que a ellas.
“El objetivo es que las mujeres jóvenes no se encuentren en el futuro los problemas que se arrastran desde hace tiempo”, dice Carmen Plaza, directora general del Instituto de la Mujer, que depende del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad.
“Para llegar a ese objetivo es fundamental la educar en la igualdad desde la escuela”, señala. Almudena Fontecha, secretaria de Igualdad de UGT, no lo ve tan claro: para las mujeres jóvenes la llegada al mercado laboral, en cualquier sector, supone un shock. “Esta generación se ha formado muy bien. Incluso mejor que sus compañeros: las mujeres son mayoría en la universidad, sacan mejores notas... Les dijeron que la formación era la puerta para superar la desigualdad. Pero les han mentido”, dice rotunda.
“Cuando llegan al mercado laboral, las mujeres se chocan contra la discriminación. Sus compañeros, con los que estudiaron como iguales, avanzan mejor. Es un problema grave, porque vamos a tener a una generación de mujeres frustradas”, asegura la sindicalista.
La igualdad, dice, no es un lujo para los momentos de bonanza. Es “una necesidad para construir un Estado de bienestar”, zanja.
La mayor espinita que tiene Leticia es no poder permitirse ser madre. “Me encantan los niños. Y siempre pensé que, pasara lo que pasara, sería madre antes de los 30. Tengo 29 y ya lo he descartado. Es imposible. Me frustra pensar que quizá nunca esté en una situación suficientemente buena como para ser madre”, lamenta.
Leticia no es la única que retrasa el momento de la maternidad.
En España la edad media de la maternidad se sitúa en los 31,3 años. En 1981 era de 28,2 años. Angels Valls, de Esade, cree que la nueva reforma laboral tendrá un impacto negativo en la ya complicada situación de la mujer a la hora de conciliar el trabajo con la vida familiar.
En especial el punto en el que se permite un despido más fácil si el trabajador no acepta cambios de horario de ciudad.
“No tenemos una bola de cristal, y no sabemos el impacto exacto. Pero el doble rol de la mujer [en el trabajo y en casa] está enquistado. La flexibilidad que le va a exigir la empresa choca con la necesidad de flexibilidad que necesita la persona. Y en la reforma laboral las herramientas son para la empresa”, advierte.
Plaza, directora del Instituto de la Mujer, niega que las políticas de empleo vayan a afectar a las de conciliación. “Hay herramientas y políticas para fomentar la conciliación, tanto de hombres como de mujeres. Es fundamental romper los roles. Esa es la clave. Hay mucho por hacer, pero las empresas son conscientes de que la conciliación les favorece”, apunta optimista.
“En términos generales los salarios de sectores feminizados tienden a ser menores.
Porque son labores muy ligadas al rol privado de la mujer, y esto hace que parezca que ese oficio es solo una prolongación de sus labores habituales”, apunta Fontecha de UGT.
Para todos, dice, la familia, la sanidad y la educación son conceptos importantes, pero a la hora de pagarlos, la cosa cambia.
Paula Felipe, de 25 años, también auxiliar de clínica, estudió un ciclo superior de atención socio-sanitaria. “Mi madre me dijo que en las personas mayores estaba el futuro, que ahí había trabajo”, cuenta. Tras acabar ese ciclo, hizo otro, también superior, de integración social. Hoy atiende ancianos: duchas, comedor, actividades, recogerlos y llevarlos a casa en furgoneta. En total, 33,5 horas a la semana. Le gusta su trabajo. Su única pega: es un empleo mal pagado
. Vive con sus padres y no sabe cuándo podrá independizarse. ¿Cuánto creen que deberían ganar para sentirse bien retribuidas? 1.200 euros, contesta. “Pero es lo que indica el convenio colectivo de este sector. Parece que este trabajo lo pueda hacer cualquiera. No es así. Hace falta sacrificio, paciencia, sensibilidad...”, dice.
“Es difícil pensar en un futuro de 700 euros al mes”, zanja.
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