EL LENGUAJE PLÁSTICO DE UN VISIONARIO DISIDENTE
En una conversación con el escritor canario Víctor Ramírez, en la que surgió el tema de la mezquindad e imbecilidad a que podía llegar el ser humano, éste, en un momento de la misma afirmó tajante: "Por lo menos nos queda el arte, el arte como respuesta del hombre a la miseria de la vida".
Hacía Víctor esta especial y contundente declaración de principios, después de mucho reflexionar, después de mucho disfrutar y aprender con el hecho creativo y después de darse cuenta de que mientras el hombre sea capaz de crear arte y existan personas que aprendan y disfruten con ese arte, habrá un motivo para la esperanza.
Pues bien, Alberto Manrique es uno de estos hombres que tienen el maravilloso don de crear arte -pictórico es el suyo.
Un don alimentado con las muchas horas de taller y soledad, de trabajo y estudio, imprescindible esfuerzo "placentero" para poder ofrecernos esas obras capaces de producir en el privilegiado espectador, un sutil placer estético o una forma distinta de reflexionar.
Un don alimentado con las muchas horas de taller y soledad, de trabajo y estudio, imprescindible esfuerzo "placentero" para poder ofrecernos esas obras capaces de producir en el privilegiado espectador, un sutil placer estético o una forma distinta de reflexionar.
Esta nueva exposición de Alberto Manrique continúa ahondando y, por lo tanto, sigue siendo fiel a su línea creativa más personal: aquella en la que el autor bucea mas en su interior en un supremo intento por descubrir que o quien sea él y poder así, compartir el hallazgo con los demás; es entonces cuando con especiales colores: es entonces cuando intenta materializar -en el espacio y el tiempo particular del cuadro-, los sueños, los duendes, los fantasmas que conviven con él, que forman parte de él, que acaso sean él.
Unos cuadros, donde Alberto Manrique -partiendo del supuesto insobornable de que la obra de arte debe ser un territorio para expresarse con total, con absoluta libertad- nos entrelaza historias, visiónes, ideas, sentimientos, recuerdos, fantasías.... que muy bien pudiéramos hacer nuestras.
Aunque Alberto Manrique le imprime a todos y cada uno de los cuadros de esta serie una atmósfera mágica, extraña, subrreal, casi me atrevería a decir que fantasmal, al introducir en ellos elementos, objetos en su mayoría cotidianos, logra crear en el espectador -en mí lo produjo- una especie de atento desconcierto, una cierta inquietud que se traduce en un tenue estremecimiento: desde ese momento quedas irremediablemente atrapado en el ámbito del cuadro, pudiendo ocurrir que te sientas parte del mismo.
Creo que fue Jorge Luis Borges quién dijo que la literatura era como una especie de sueño dirigido. Después de contemplar las creaciones pictóricas de Alberto Manrique no se hace difícil llegar a concluir, al modo de Borges, que su pintura -cada obra, cada cuadro-, es la materialización de un sueño, pero de un sueño consciente que el autor ordena y define, relaciona y le otorga vida propia. Aunque muchas veces da la sensación de libre albedrío, cada pincelada, cada tono, cada colorido, es el resultado de una profunda reflexión, de una muy pensada composición.
Lo aparentemente soñado por Alberto Manrique y que vierte sobre el papel, dé entrad a
nos produce una emoción estética (siempre placentera sí coincidimos con los gustos del autor), luego, como suele ocurrir con los "sueños reales", uno va relacionando, entrelazando e interpretando los elementos que configuran el aunque sólo sea o sirva para uno. Estoy con aquellos que creen que la obra de arte, ya sea un poema, una escultura, una novela, una composición musical o un cuadro, pueden tener una lectura o interpretación distinta a la que le quiso imprimir su autor.
nos produce una emoción estética (siempre placentera sí coincidimos con los gustos del autor), luego, como suele ocurrir con los "sueños reales", uno va relacionando, entrelazando e interpretando los elementos que configuran el aunque sólo sea o sirva para uno. Estoy con aquellos que creen que la obra de arte, ya sea un poema, una escultura, una novela, una composición musical o un cuadro, pueden tener una lectura o interpretación distinta a la que le quiso imprimir su autor.
En lo que no caben hacer interpretaciones, según mi opinión, es en el hecho cierto de que el autor siente una atracción muy especial por el placer de las asociaciones indistintas, por la estética del misterio, de lo indeterminado, que muy bien se podría traducir por un intento de romper todos los hábitos mentales que continuamente están condicionando nuestra mirada sobre la realidad visible o la firme creencia de que la única forma posible de entender y distanciarse de la realidad es adentrándose en su nebulosa incongruencia..
En cada creación, es decir, en cada cuadro, Alberto Manrique reinventa y enriquece su mundo particular -con sus recuerdos, sus sueños, sus ilusiones-, utilizando formas y colores únicos con absoluta maestría.
Una diferencia esencial de esta nueva serie con las anteriores, es la clara luminosidad que le imprime a sus últimas creaciones. Si tenemos en cuenta que la mayoría de los cuadros de esta nueva serie se desarrollan en interiores, es decir, en espacios cerrados, el optar por colores y tonos más vivos, le imprime un carácter más vital, más vivifícante, menos sombrío.
Por otro lado, un elemento que permanece sin modificar en todas sus entregas hasta el momento, es el especial cuidado en el tratamiento del espacio en cada creación pictórica.
Un espacio particular en el que el autor va distribuyendo los elementos que configuran cada cuadro, logrando como resultado una perfecta composición, Estos espacios junto a la movilidad y el ritmo que le confiere a los objetos, las formas y los personajes, me llevan -en un audaz atrevimiento interpretativo-, a decir que están inspirados en las composiciones musicales, por las que tanta pasión siente el autor.
Por todo esto, Alberto Manrique viene a formar parte de esa especial raza de los visionarios disidentes", que en todos los tiempos han ofrecido sus obras artísticas a la humanidad como aportación personal de sus espíritus creativos y sensibles.
Albert France decía que los niños imaginan con facilidad las cosas que desean y no tienen. Cuando en su madurez conservan esa facultad maravillosa, se dice de ellos que son poetas o locos.
Alberto Manrique es, ni más ni menos, que un feliz poeta pictórico.
JOSÉ ALMEIDA
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