Uno no está toda la vida malo o estudiando
Ahora que los estudiantes están en la calle (en Valencia, en Madrid) y hay, desde medios alevosos, diatribas que los ponen como si fueran los hijos de Marx y Engels y no los de Ortega y Gasset, me viene a la cabeza una anécdota fantástica que contaba el extraordinario escritor cubano Eliseo Alberto, muerto el año pasado antes de que tuviera tiempo de escribir todo lo que marcaban los genes de su genio.
Resulta que un marinero cubano, fletado en uno de esos barcos que recogían medicinas y adeptos en las islas Canarias, recaló una vez en Las Palmas con sus compañeros de tripulación. Y al ver la posibilidad, una rendija, de quedarse allí, pidió asilo, y discretamente lo obtuvo. Pasó, quiso pasar, a la oscuridad del exilio tranquilo, pero lo descubrieron desde Miami, y como locos los periodistas cubanos instalados allí lo asaltaron a preguntas ante las cuales él mantuvo un mutismo que también se parece al mutismo de los canarios, isleño-cubanos al fin y al cabo.
Pero al fin una emisora de radio consiguió ponerlo ante el micrófono. Las preguntas eran las de siempre: por qué se fue, qué sintió al dejar la tierra, esas rememoraciones que el exilio convierte en tremendas restauraciones melancólicas del espacio perdido. Pero entre las preguntas le deslizaron algunos juicios de valor: no debe ser muy buena la educación allá, tanto que dicen... "¡No me toque usted la educación! ¡La educación en Cuba es lo mejor del mundo!" Bueno, pues la sanidad... "¡La sanidad ni me la toque! ¡La sanidad en Cuba es lo mejor del mundo!"
Irreductible, el exiliado se resistió a despotricar de los pilares de la tierra. Y por eso le dijo el periodista al cubano que ya vivía en Las Palmas:
--Entonces, si todo eso es bueno, ¿por qué se exilia?
A lo que respondió el avispado marinero:
--Porque uno no está siempre malo o estudiando.
Y eso pensé, viendo a los chicos en la calle: tenían frío, y no iban a estar siempre estudiando, helados, y salieron a calle, a decir que tenían frío. Uno no está siempre estudiando y helado, la alternativa es decirlo. Hoy algunos periódicos los ponen como si fueran revolucionarios moscovitas. Por no estarse quietos, helados de frío.
Resulta que un marinero cubano, fletado en uno de esos barcos que recogían medicinas y adeptos en las islas Canarias, recaló una vez en Las Palmas con sus compañeros de tripulación. Y al ver la posibilidad, una rendija, de quedarse allí, pidió asilo, y discretamente lo obtuvo. Pasó, quiso pasar, a la oscuridad del exilio tranquilo, pero lo descubrieron desde Miami, y como locos los periodistas cubanos instalados allí lo asaltaron a preguntas ante las cuales él mantuvo un mutismo que también se parece al mutismo de los canarios, isleño-cubanos al fin y al cabo.
Pero al fin una emisora de radio consiguió ponerlo ante el micrófono. Las preguntas eran las de siempre: por qué se fue, qué sintió al dejar la tierra, esas rememoraciones que el exilio convierte en tremendas restauraciones melancólicas del espacio perdido. Pero entre las preguntas le deslizaron algunos juicios de valor: no debe ser muy buena la educación allá, tanto que dicen... "¡No me toque usted la educación! ¡La educación en Cuba es lo mejor del mundo!" Bueno, pues la sanidad... "¡La sanidad ni me la toque! ¡La sanidad en Cuba es lo mejor del mundo!"
Irreductible, el exiliado se resistió a despotricar de los pilares de la tierra. Y por eso le dijo el periodista al cubano que ya vivía en Las Palmas:
--Entonces, si todo eso es bueno, ¿por qué se exilia?
A lo que respondió el avispado marinero:
--Porque uno no está siempre malo o estudiando.
Y eso pensé, viendo a los chicos en la calle: tenían frío, y no iban a estar siempre estudiando, helados, y salieron a calle, a decir que tenían frío. Uno no está siempre estudiando y helado, la alternativa es decirlo. Hoy algunos periódicos los ponen como si fueran revolucionarios moscovitas. Por no estarse quietos, helados de frío.
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