Buscadamente estrafalario y un poco caprichoso y provocador como es, Álvaro Pombo (Santander, 1939) creía hace unos meses que a su dilatada y reconocida trayectoria le faltaba un galardón.
Y eso que en el lejano 1977, como poeta, obtenía ya el premio El Bardo con Variaciones y que estrenó el Herralde de novela en 1983 (El héroe de las mansardas de Mansard), que hacía presagiar el éxito de El metro de platino iridiado (Premio Nacional de la Crítica, 1990) que, a su vez, Con donde las mujeres (1996, Nacional de Narrativa) y La cuadratura del circo (1999, premio Fastenrath de la Real Academia) conforman el friso de su mejor prosa, según la crítica…
Pues no, no tenía suficiente, ¿Qué buscaba Pombo? ¿Acaso el Planeta (que obtuvo en 2006 por La fortuna de Matilda Turpin)? No, claro, fuera de la dotación. Su obsesión era el premio Nadal, el más antiguo hoy de las letras castellanas.
Y lo anhelaba desde sus 17 años cuando, convencido ya en su foro interno de que sería escritor, leyó Nada, de Carmen Laforet, que en 1944 estrenaba el certamen.
Tanto le impactó que, en una de sus primeras visitas a Barcelona, el escritor se fue de cabeza a la calle Aribau de Barcelona donde se ubicaba el piso de Andrea, la joven ahogada baumaniana (àvant la lettre) en la España ya gris y líquida de posguerra.
“Me hacía ilusión desde entonces; me tomo este premio como la coronación de mi carrera literaria”, no se cansa de repetir desde hace unos días el autor de mentón pujante y nariz aguileña.
Para no traicionar sus sueños, Pombo debía presentarse al Nadal con una obra coherente con el resto de su cosmovisión literaria y personal. Y El temblor del héroe (que llegará a librerías el 2 de febrero) lo es.
Para ello, escarba en la figura de Román, profesor de filosofía recién jubilado que añora los días en los que deslumbraba a sus alumnos, pero que ahora parece haber perdido todo ánimo para nada, indiferente hacia él mismo y hacia los demás.
En esa ciénaga, el viejo profesor ve cómo se le acerca Héctor, joven periodista que demuestra una atención especial hacia su trayectoria. Román le dejará entrar en su vida y será lo peor porque ni ante el complejo y torturado y dramático pasado y presente del joven el profesor siquiera reaccionará.
La incomodidad que siente Román por las faltas de uno ante el mundo, esa especie de parálisis intelectual, moral y casi física, es una constante en los protagonistas y las tramas de la obra de Pombo, hasta el extremo que él mismo ha llegado a calificar su prosa como “psicología-ficción”.
La modernidad temática es rabiosa. En El temblor del héroe, dice, lo ha condensado.
Pura psicología-ficción de Pombo. PPP, pues, liofilizado.
Y eso que en el lejano 1977, como poeta, obtenía ya el premio El Bardo con Variaciones y que estrenó el Herralde de novela en 1983 (El héroe de las mansardas de Mansard), que hacía presagiar el éxito de El metro de platino iridiado (Premio Nacional de la Crítica, 1990) que, a su vez, Con donde las mujeres (1996, Nacional de Narrativa) y La cuadratura del circo (1999, premio Fastenrath de la Real Academia) conforman el friso de su mejor prosa, según la crítica…
Pues no, no tenía suficiente, ¿Qué buscaba Pombo? ¿Acaso el Planeta (que obtuvo en 2006 por La fortuna de Matilda Turpin)? No, claro, fuera de la dotación. Su obsesión era el premio Nadal, el más antiguo hoy de las letras castellanas.
Y lo anhelaba desde sus 17 años cuando, convencido ya en su foro interno de que sería escritor, leyó Nada, de Carmen Laforet, que en 1944 estrenaba el certamen.
Tanto le impactó que, en una de sus primeras visitas a Barcelona, el escritor se fue de cabeza a la calle Aribau de Barcelona donde se ubicaba el piso de Andrea, la joven ahogada baumaniana (àvant la lettre) en la España ya gris y líquida de posguerra.
“Me hacía ilusión desde entonces; me tomo este premio como la coronación de mi carrera literaria”, no se cansa de repetir desde hace unos días el autor de mentón pujante y nariz aguileña.
Para no traicionar sus sueños, Pombo debía presentarse al Nadal con una obra coherente con el resto de su cosmovisión literaria y personal. Y El temblor del héroe (que llegará a librerías el 2 de febrero) lo es.
Para ello, escarba en la figura de Román, profesor de filosofía recién jubilado que añora los días en los que deslumbraba a sus alumnos, pero que ahora parece haber perdido todo ánimo para nada, indiferente hacia él mismo y hacia los demás.
En esa ciénaga, el viejo profesor ve cómo se le acerca Héctor, joven periodista que demuestra una atención especial hacia su trayectoria. Román le dejará entrar en su vida y será lo peor porque ni ante el complejo y torturado y dramático pasado y presente del joven el profesor siquiera reaccionará.
La incomodidad que siente Román por las faltas de uno ante el mundo, esa especie de parálisis intelectual, moral y casi física, es una constante en los protagonistas y las tramas de la obra de Pombo, hasta el extremo que él mismo ha llegado a calificar su prosa como “psicología-ficción”.
La modernidad temática es rabiosa. En El temblor del héroe, dice, lo ha condensado.
Pura psicología-ficción de Pombo. PPP, pues, liofilizado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario