La sencilla aritmética del salvajismo
Al inicio de Vida y destino se expresa el carácter inhumano de la barbarie nazi con la descripción de la llegada de un tren a un campo de concentración en cuyo diseño reina el orden y la lógica fabril. Dos son las aportaciones personales de Grossman a El libro negro, ‘El asesinato de los judíos de Berdíchev’ y ‘Treblinka’, y en ambas reitera el mismo mensaje: lo sucedido no fue consecuencia de un rapto de odio o locura contagiosa.Es errónea, afirma nada más acabar la guerra, la percepción de que fue un caos irracional el que propició la destrucción de vidas y el paisaje como el “más terrible de los huracanes”.
Hubo un corpus teórico, un aliento medido, una planificación consensuada y fue necesaria la orden que accionase toda la maquinaria, bien afinada y dispuesta.
La industria de la muerte no permitía improvisaciones.
Empotrado en el Ejército Rojo, escribió lo que se consideran las primeras páginas del genocidio. “Todo un pueblo ha sido brutalmente exterminado”, dice en Ucrania sin judíos.
Cuando regresa a Berdíchev, su ciudad natal, conocida entre los antisemitas como “la capital de los judíos” y, por tanto, objetivo prioritario de los nazis, ve la fosa al lado del aeropuerto donde arrojaron a su madre.
La visión de ese lugar, incluido en la última carta que Anna Strum dirige a su hijo en Vida y destino, supone una brusca sacudida en todo su ser. El Holocausto, que empieza en Berdíchev el 15 de septiembre de 1941, se convierte desde ese momento, junto con el totalitarismo, en el pilar de su obra literaria.
Grossman fue el primero en entrevistar a los supervivientes de Treblinka. Aun consciente de que sólo las víctimas pueden describir el auténtico horror, acometió la difícil tarea de hablar por aquellos que reposan bajo tierra.
Con todo el oficio narrativo que le granjeó el periodismo de guerra, sin faltar a la verdad del dato ni al deber del recuerdo, diseccionó el operativo del campo de exterminio. Grossman, notario del siglo de los perros lobo, incluyó estos dos informes para que no permaneciéramos nunca indiferentes ante los demás ni indulgentes con nosotros mismos.
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