Entre estas cuatro paredes forradas de tapices y recuerdos del ducado hereditario más antiguo de España, concedido en 1445, reina una mujer de su misma edad, Liliane Dahlmann, nacida en Alemania y criada en Barcelona, que compartió con la anterior señora de la casa, Luisa Isabel Álvarez de Toledo y Maura (Estoril, 1936; Sanlúcar, 2008), los últimos años de su vida. La Duquesa Roja, como era conocida por su juventud tumultuosa de luchadora antifranquista, se casó con ella in articulo mortis 11 horas antes de expirar
. Un matrimonio celebrado en secreto, que sellaba una relación enigmática y aseguraba de cara a los hijos de Isabel la posición de Dahlmann como duquesa viuda de Medina Sidonia y nueva presidenta de la Fundación Casa de Medina Sidonia, creada en 1990
La boda, celebrada horas antes de morir, aseguraba la posiciÓn de Liliane
En 2011, El Ministerio de Cultura subvencionó con 165.000 euros a la fundación
Las instituciones se inclinan por la continuidad de la viuda al frente del archivo
de su antepasado Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, héroe de la defensa de Tarifa, en el siglo XIII. Empezando por el palacio de Sanlúcar, declarado monumento histórico artístico en 1978.
Y siguiendo con todo su contenido: el mobiliario, tapices, colecciones de arte, algunas de valor incalculable, y, sobre todo, el fabuloso archivo de la casa ducal, integrado por seis millones de documentos, el más antiguo de 1228.
Uno de los archivos más importantes de Europa.
Luisa Isabel lo donó todo a la fundación, creada en noviembre de 1990, que se convertía así en su legado al mundo, una especie de monumento personal. Pero la fundación, de la que el nuevo duque forma parte como simple vocal del patronato, se ha convertido en un campo de batalla.
Los hijos reclaman una parte de ella, la que les corresponde como herencia legítima, aseguran (en total, más del 50%, porque el hijo mayor fue mejorado), y están dispuestos a dar una batalla legal que se anuncia larga y costosa.
A la Duquesa Roja no le habría asustado la pelea. Menuda de cuerpo, de aspecto masculino y frágil, Luisa Isabel era todo un carácter. Y su vida tuvo muchos capítulos. Pasó por una fase de aristócrata al uso, en la que se casó, ya embarazada, con un guapo jinete, Leoncio González de Gregorio y Martí, de la nobleza castellana. El matrimonio duró poco. La boda se celebró en 1955 y para cuando nació el tercer hijo, Gabriel, en 1958, ya estaban separados.
La duquesa se lanzó entonces a la lucha antifranquista.
Y probó la cárcel y el exilio. A su regreso, gracias a varias amnistías, tras la muerte de Franco, encontró una nueva pasión: el archivo histórico de Medina Sidonia, arrumbado en un guardamuebles de Madrid. Ella lo trasladó al palacio de los Guzmanes, lo catalogó y se convirtió en su guardiana.
En aquella época, la relación con sus tres hijos, Leoncio, Pilar y Gabriel, era todavía buena, aunque distante. La duquesa no tenía instinto maternal, y los años de exilio habían terminado por alejarlos. Aun así, la boda del primogénito con una joven de la aristocracia catalana se celebró en Sanlúcar en diciembre de 1982. Allí se conocieron la duquesa y Liliane Dahlmann, testigo de la novia. Allí surgió una relación que había de tener consecuencias devastadoras para los hijos de Isabel.
Liliane pasó a ser la nueva presidenta, gracias al cambio de estatutos de la fundación, en 2005. Para entonces, la institución recibía ya ayuda pública para subsistir.
Ayudas que sigue recibiendo. Consciente de la importancia del archivo, la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas otorgó el año pasado 165.000 euros "para la conservación y difusión del patrimonio documental del archivo". La Junta de Andalucía le concederá este año 120.000 euros. En el patronato figuran también el Ayuntamiento de Sanlúcar y la Diputación de Cádiz.
Las instituciones públicas ven con distancia la batalla judicial que se acerca. Después de todo, el archivo de Medina Sidonia es testigo de miles de peleas históricas similares. Padres contra hijos, hermanos contra hermanos, en la batalla por un título, un territorio, un cargo. Pero desde el principio se han alineado, comprensiblemente, del lado de Liliane Dahlmann. Prefieren continuidad a la incertidumbre de un cambio de mando. "Estamos muy satisfechos con el funcionamiento del archivo, que es de enorme importancia. Está gestionado con esmero casi profesional aunque Liliane Dahlmann no es archivera", dice Julio Neira, director general del Libro, Archivos y Bibliotecas de la Consejería de Cultura del Gobierno andaluz, institución a la que representa en la fundación.
Pese a las muchas diferencias que mantienen, los tres herederos de la Casa de Medina Sidonia están de acuerdo en el agravio que representa para ellos la herencia materna. Y aunque el Código Civil no especifica plazos máximos para reclamar lo que técnicamente se conoce como la reducción de las donaciones inoficiosas hechas por su madre en vida que lesionan sus intereses de herederos, expertos en la materia consultados por este periódico consideran arriesgado superar los cuatro años desde el fallecimiento de la persona testante, que en el caso de la duquesa de Medina Sidonia se cumplen en marzo.
Los hijos no revelan cuál será su estrategia, aunque Gabriel, el que peores relaciones mantenía con su madre, no se engaña sobre las dificultades del caso. "Mi madre era una mala persona", dice al teléfono. "Es un pleito que debería ganarse, pero es muy costoso", explica después por correo electrónico. "Además, una cosa es ganar un derecho y otra es ejecutarlo. Es decir, puede que no podamos ejecutarlo. Pero desde luego que el pleito se pondrá", razona, escarmentado por su experiencia personal. Gabriel González de Gregorio, ingeniero de montes, de 53 años, es el único de los hermanos que no tiene título nobiliario. Toda una anomalía en la Casa de Medina Sidonia. De melena rizada y rasgos que recuerdan a su madre, Gabriel habla como un torrente y es difícil hacer luz en la catarata de quejas que salen de su boca cuando habla de su familia. Por ejemplo, de la herencia escamoteada de su bisabuela, Julia Herrera, condesa de Mortera, descendiente de una acaudalada familia cántabra. La dama había criado a la propia duquesa, huérfana de madre a los 10 años, a la que había dejado en usufructo su herencia con la condición de que entregara a sus tres hijos la mitad al cumplir la mayoría de edad. Gabriel y su hermana Pilar, duquesa de Fernandina, llevaron a su madre a los tribunales y, tras un largo proceso, ganaron la causa.
En el testamento de la duquesa, Gabriel figura como heredero y acreedor. "Como heredero, la testamentaría me asigna unos 130.000 euros, sin contar el impuesto de sucesiones".
Migajas comparadas con los bienes de la casa ducal incorporados a la fundación. Aunque el nuevo duque de Medina Sidonia no ha respondido a las preguntas de este diario, en una carta que envió en mayo de 2010 dejaba claro que los hijos exigían una reformulación de la fundación, para que el apellido de la familia figurara vinculado inequívocamente a ella, y hablaba también de una "compensación".
Gabriel, más explícito, ha comentado en alguna ocasión que el porcentaje para cada hijo sería de un 11,3%, que en el caso del mayor alcanzaría el 33,9%.
Pero ¿cómo disgregar una fundación cuyos estatutos prohíben taxativamente las particiones? "Lo que los hijos quieren es dinero. Nada más", apunta una fuente próxima a Dahlmann. Y los interesados no lo ocultan. "No quieren despedazar ese legado. Lo que quieren es que se les compense económicamente por él", explican fuentes próximas a la duquesa de Fernandina.
Y razones les asisten. Ana y Urquiola de Palacio, albaceas de Luisa Isabel Álvarez de Toledo, reconocen en el cuaderno particional que la herencia dejada a los hijos es muy inferior a la legítima que les correspondería si su madre no hubiera hecho donación de la mayor parte de sus bienes a la fundación.
En estos años se han hecho algunos intentos de llegar a un acuerdo amistoso, que hasta el momento no han fructificado. ¿Por qué? Liliane Dahlmann no responde.
Desde el principio ha optado por mantener un hermetismo total sobre la polémica con los hijos de su fallecida esposa. Vive refugiada en el palacio de Sanlúcar, rodeada por un reducido grupo de colaboradoras que mantienen a raya a los periodistas.
"Liliane no tiene ni un euro. Mantener la fundación cuesta mucho dinero. Si los hijos quieren reclamar, que vayan a los tribunales", dice una persona próxima a Dahlmann.
Gabriel siempre ha pensado que su madre dilapidó su herencia.
El testamento dejó claro que no había huella de sus fincas cerca de Madrid, ni en Hasparren, en el País Vasco francés.
"Los bienes que mi madre tenía fuera de la fundación desaparecieron durante sus últimos años, mediante ventas (en algunos casos simuladas) y mediante otorgamiento de créditos a personas jurídicas insolventes.
Esa es la ingeniería financiera de la que presumió mi madre", dice. Sería el caso de unas parcelas en Atlanterra, cerca de Tarifa, la plaza que defendió su antepasado Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, a la que estaba muy ligada. Hasta el punto de plantearse ceder su archivo a ese municipio.
La idea no cuajó.
La duquesa lo dejó en su palacio, que había abierto a visitas turísticas. También acondicionó un sector como hospedería con nueve habitaciones. Firmó además acuerdos de colaboración con un par de universidades, hasta que encontró el apoyo definitivo del Ministerio de Cultura y la Junta de Andalucía.
Una colaboración que está a punto de dar nuevos frutos.
Las instituciones presentes en la fundación y su presidenta han firmado un protocolo de acuerdo para crear un consorcio que gestione el archivo de Medina Sidonia profesionalmente.
Una forma de descargar a la viuda de la enorme responsabilidad que representan esos papeles. Aunque la fundación quedaría tal cual, custodiando el palacio y las joyas que atesora.
Algo que indigna a los descendientes de la duquesa, convencidos de que lo que su madre donó no le pertenecía del todo. "Si hubiera sido una fortuna que ella misma hubiera creado, la cosa no sería tan grave, pero es que el legado viene de los antepasados de la casa", sostienen.
Aunque la Duquesa Roja nunca lo vio así. El archivo era su criatura.
Ella lo había rescatado del olvido. Y solo ella tenía derecho a decidir sobre su futuro.
En cuanto a sus hijos, que se conformaran con visitarlo.
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