En la terminología teatral, meterse en un jardín alude al lío que ocasiona un actor cuando pierde el hilo de su papel y trata de recuperarlo inventándose frases, de tal manera que llega a comprometer el texto del resto de los interpretes enredando por completo la situación. La frase está en desuso; ya no hay, apenas, jardines laberínticos. En política, también en la eclesiástica, todo suele ser doctrina estable o protocolo. Los partidos lo llaman argumentario, al que un cargo responsable debe atenerse si no quiere líos. Pero, en ocasiones, casi siempre sin querer (eso suelen decir los protagonistas), surge la frase del sobresalto, y se desata la polémica. Es lo que les ha ocurrido estos días a los arzobispos de Valladolid, Ricardo Blázquez, y de Tarragona, Jaume Pujol, y al obispo de Córdoba, Demetrio Fernández.
Por partes. El arzobispo Blázquez está en la picota por decir en un almuerzo con periodistas que la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, no es la persona adecuada para pronunciar el pregón de Semana Santa de Valladolid. El acontecimiento se producirá en la catedral y resulta que la vicepresidenta, madre reciente, no está casada como Dios manda, según la Iglesia católica, sino solo por lo civil. Además, el arzobispo no fue consultado sobre esa designación.
La situación se complica porque la poderosa vicepresidenta lo es de un Gobierno de derechas, plagado de católicos militantes y apoyado por un partido, el PP, democristiano de origen. Las palabras del arzobispo Blázquez, por tanto, sugieren un encontronazo entre supuestos correligionarios. También desvelan el alejamiento de la jerarquía del catolicismo respecto al sentir mayoritario de la sociedad, incluso la más conservadora. Hace años que en España se celebran más matrimonios solo civiles que eclesiásticos. En 2009 hubo 175.167 bodas, de las que el 64,3% no necesitó cura ni altar, es decir, fueron uniones civiles. Fue la primera vez que esa opción superó a las bodas por el rito católico (80.174). Hubo apenas otras 785 uniones de otras religiones.
La tendencia a la baja de los matrimonios católicos, más las peticiones de nulidad sobre los ya celebrados y el aluvión de divorcios también entre sus fieles, tiene alarmado al Vaticano. Los obispos, además, sufren la presión de fieles católicos que, pese a tener que divorciarse, les reclaman volver a casarse y seguir en comunión con sus parroquias.
Blázquez se ha quejado, además, de que la observación del prelado sobre Sáenz de Santamaría fue inducida por un periodista y transmitida incorrectamente. El asunto se complica porque el prelado se expresó ante los periodistas convencido de que hablaba off the record. Así lo ha explicado su gabinete de comunicación. Hablar off the record (fuera de registro) supone que una declaración se hace con un pacto: para que sepan los periodistas, no para que lo publiquen.
Esta es la versión arzobispal, muy resumida: “Durante la sobremesa, los periodistas se interesaron por el pregón, sobre todo, por la pregonera. Periodista: “¿Qué opinión le merece que doña Soraya Sáenz de Santamaría, casada civilmente, sea la pregonera?” Blázquez: “Primero, yo no sabía cuál es la situación matrimonial de ella. Y segundo, esta forma de proceder en la designación del pregonero viene de hace 16 o 17 años. Yo tengo que reconocer, por eso puedo hablar con mayor libertad (da a entender que está en un encuentro off de record), que siendo el pregón en la catedral, comprendiendo también que no es una homilía, sino un género literario con elementos de historia, de cultura, etc., se puede tener una amplitud mayor. Pero, siendo en la catedral y estando presente el obispo...”
Inducida o no, robada o no por un off the record no respetado, la opinión del arzobispo está en la calle y ha disgustado a tirios y troyanos. Se subraya sobre todo la incongruencia de que sea un alcalde quien designe a quien da el pregón de Semana Santa, fiesta católica por excelencia, y en la catedral, sede del obispo. Se trata de un rescoldo más del viejo nacionalcatolicismo franquista, cuando las cuestiones de moral y buenas costumbres las dictaban por igual el altar y el dictador. Los obispos todavía imponen el crucifijo y la Biblia en las tomas de posesión de los ministros, y muchos políticos se creen con derecho a subirse a los púlpitos en busca del aplauso popular. Es como si un arzobispo pretendiera elegir quién debe encabezar un mitin electoral en las sedes del PP o del PSOE.
Dice Ramón Teja, presidente de honor de la Sociedad Española de Ciencias de las Religiones y catedrático de Historia Antigua en la Universidad de Cantabria: “Al margen de otras consideraciones sobre la actitud de la Iglesia católica respecto a los divorcios, las uniones civiles y otros temas de moral matrimonial, el conflicto es una muestra más de la mezcla e interferencia entre lo civil y lo religioso. Resulta totalmente anacrónico que sea el alcalde quien designe a la persona que debe pronunciar el pregón de la Semana Santa en la catedral. Si se trata de un acto de carácter religioso, debería ser el obispo quien lo designase; si es de carácter civil y literario, el lugar adecuado es el Ayuntamiento o cualquier espacio urbano. Mi sorpresa es mayor al saber que es una costumbre iniciada hace solo quince años, cuando España contaba ya con una Constitución que sanciona el carácter aconfesional del Estado. La clara separación y delimitación de las funciones civiles y las religiosas es la mejor manera de evitar conflictos como el presente, es decir, dando a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César: el Ayuntamiento para el alcalde, la catedral para el obispo”.
En el Movimiento hacia un Estado Laico (Mhuel) el desacuerdo es “disgusto”. Dice: “Queremos dejar patente nuestro total disgusto por la elección de la vicepresidenta del Gobierno como pregonera de la Semana Santa. Un cargo institucional no puede ni debe en calidad de cargo público y representativo del Estado ser portavoz de un acto de marcado signo confesional, vulnerando el principio de aconfesionalidad recogido en el artículo 16.3 de la Constitución. La polémica sobre la idoneidad o no de la vicepresidenta por su matrimonio civil es la muestra palmaria de nuestras justas reclamaciones. El mundo de las creencias es privado, el Estado no”.
Otro cantar es la irrupción del arzobispo de Tarragona, Jaume Pujol Balcells, en el jardín de la polémica. Miembro del Opus Dei, este prelado arremetió contra los homosexuales con la idea de que “su comportamiento no es adecuado ni para ellos ni para la sociedad”. Lo dijo en una entrevista en el programa Els matins, en la catalana TV3. También opinó el arzobispo sobre las mujeres y el matrimonio. “A las mujeres de mi iglesia siempre les digo lo mismo: A quien tienes que cuidar más es a tu marido, él es el hijo más pequeño de la casa. Una mujer no puede oficiar porque cada uno tenemos nuestra función. Yo tampoco puedo hacer algunas funciones que hacen las mujeres. No puedo traer hijos al mundo”.
Más tarde, el arzobispo pidió perdón “si alguien se ha sentido ofendido”. Preguntado por si no teme que sus palabras contribuyan a aumentar el desapego hacia la Iglesia católica, respondió: “Confío en que no. Una cosa es la dignidad de las personas, y otra su comportamiento: puede estar bien o estar mal y la Iglesia siempre ha dicho que está mal. Me preguntaron y contesté”.
Disculpas aparte, las declaraciones del prelado de Tarragona —por lo demás, es la doctrina de todos los obispos, hablen o callen— “describen una sociedad en la que a los individuos se les asigna un rol en función de su género”. Lo dice la teóloga Margarita Pintos de Cea-Naharro, presidenta de la Asociación para el Diálogo Interreligioso de Madrid (ADIM). “Las mujeres deben parir y cuidar hijos, los hombres desempeñar tareas relacionadas con el poder, como el presidir las celebraciones litúrgicas. En cuanto al cuidado, hace al marido menor de edad. Es una manera de hacer responsables a las mujeres de los comportamientos de los hombres. Resuenan aquellas palabras de "si el hombre no encuentra en casa lo que quiere, lo buscará fuera", que ha sido el piso sustentador de la violencia de género en el ámbito doméstico. No se plantea cuáles son las aspiraciones de las mujeres. Sigue siendo un modelo de relación de pareja entre desiguales y, por lo tanto, patriarcal”.
Sobre la segunda función que el arzobispo adjudica a las mujeres (parir hijos), Pintos cree que se rebaja a las mujeres a hembras valoradas en tanto en cuanto tienen descendencia. “No son consideradas personas con derechos sexuales y reproductivos, que libremente deciden sobre la maternidad. Una sociedad plural e igualitaria está basada en las cualidades personales y no en los roles. Son los carismas, como decía Pablo de Tarso, los que deben regir la comunidad cristiana y no los géneros”.
La médica, teóloga y monja de clausura Teresa Forcales, que acaba de publicar La teología feminista en la historia (editorial Fragmenta), sostiene que la situación de marginación de la mujer en la Iglesia es “un escandalo”, pero que “ningún Papa se ha atrevido a prohibir ex cathedra el sacerdocio femenino”. El debate es tan antiguo como el cristianismo romano, y Forcades lo ilustra con nombres femeninos muy sobresalientes. Pese a todo, es como si, a veces, el tiempo no pasase por Roma. El cardenal Antonio Cañizares, cuando era primado de Toledo afeó que la secretaria general del PP, Dolores de Cospedal, tuviese un hijo de soltera, mediante una fecundación in vitro, un método también execrado por los obispos. Cañizares es hoy uno de los ministros del Papa.
Volviendo a las declaraciones del arzobispo Pujol, los cristianos homosexuales agrupados en Crismhom (acrónimo de Cristianas y cristianos de Madrid Homosexuales) creen que “son producto del poco conocimiento de la realidad de las personas homosexuales”.
Dicen: “Como homosexuales cristianos, vivimos de forma integrada nuestra orientación sexual con todos los demás aspectos de la realidad personal.
Separar lo que somos como personas de lo que hacemos no es lo más acertado para hablar de la realidad de la homosexualidad.
El comportamiento homosexual no es una realidad moral (como tampoco lo es el heterosexual), sino un reflejo de lo que una persona es, de lo que vive, piensa y siente.
Se pueden juzgar moralmente comportamientos concretos o prácticas concretas pero no al comportamiento general de una persona por su orientación sexual.
Concluye Crismhom: “Este tipo de manifestaciones no ayuda a la normalización y no discriminación del colectivo LGTB (lesbianas, gays, transexuales y bisexuales).
Aunque pedir disculpas siempre se agradece, es más adecuado no expresar opiniones fundadas en estereotipos o apegadas a una tradición que no siempre se ha distinguido por la defensa de la dignidad humana.
Todo esto refleja la necesidad de un acercamiento, conocimiento personal de la realidad y de diálogo fluido y fraterno que la jerarquía de la Iglesia debe hacer con las personas homosexuales, pues no es suficiente decir que son hijos de Dios, sino que tienen que sentirse como tales. Invitamos a monseñor Pujol a que se acerque y comparta con cristianos homosexuales su vivencia, y descubrirá que en ellos también se realiza la obra de Dios y dan testimonio de ello con su fe y comportamientos”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario