Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

6 dic 2011

LA HECHICERA DE NOVELAS......Miguel Mora.

Dicen que es una mujer difícil a la que no le gusta hablar de su trabajo. Pero la sensación dura solo un momento. Basta citar el nombre de Cesare Battisti y Fred Vargas se convierte en un torrente.
Lleva años apoyando la causa de este exmilitante de la extrema izquierda italiana, que se fugó a Francia y luego a Brasil y que hace unos meses se libró de ser extraditado a Italia gracias al expresidente Lula da Silva.
"El 80% de las cosas que suceden en mis libros son imprevistas"
"Cuando acabé, lloré de lo mala que era. Los diálogos eran horribles"
Durante media hora, esta novelista de arrollador éxito mundial -seis millones de libros vendidos en 20 idiomas- cuenta cómo renunció a su vida y su rutina familiar para defender a Battisti, sus continuos viajes a Brasil, sus gestiones con abogados y políticos, su enfado con los medios que a su juicio tomaron partido contra el exterrorista, condenado en rebeldía por cuatro asesinatos en los años de plomo que siempre negó haber cometido.
Una vez zanjado el asunto -"ahora Battisti está mejor, se va a mudar a Río y publicará su libro en febrero"-, Vargas, de 54 años, sonrisa dulce y cara de niña, está lista para hablar de su último libro, El ejército furioso (Siruela), un nuevo caso que sitúa a su comisario, el ecologista y desgarbado Adamsberg, en medio de una leyenda medieval que amenaza a los habitantes de Ordebec, un pueblo ficticio situado en Calvados (Normandía), la zona donde la autora vivió de niña.
Es el último enigma urdido por Vargas, una arqueóloga especializada en zoología que se llama en realidad Frédérique Audoin-Rouzeau.
El seudónimo se lo copió a su hermana gemela, Jo, que lo tomó de María Vargas (La condesa descalza) y que además de pintora es la correctora de sus novelas. "Tenemos una relación especial, como todos los gemelos. Nuestra identidad no está completa sin la otra. Juntas formamos un ocho. Yo corrijo sus cuadros, ella mis libros. Jo conoce mejor la música de mis diálogos que yo misma. Sabe lo que funciona y lo que no.
Y hasta que ella no cambia las disonancias, la novela no está terminada".
La acción de El ejército furioso arranca en un París muy caluroso, con un crimen insólito -un anciano asfixia a su mujer con migas de pan- y una imagen: una paloma con las patas atadas por un alambre. Adamsberg resuelve el primer crimen en cinco minutos, pero enseguida se ve metido en una vorágine de superstición, altas finanzas y asesinatos en serie: cadáveres vivientes vuelven de la Edad Media, y los viejos fantasmas infantiles determinan el presente.
"Oí hablar de la armada furiosa en los libros y me gustó el sonido", explica Vargas. "Pero, como siempre, la novela empezó con una imagen. En este caso vi a una anciana tumbada en un camino, cruzada como un tronco de árbol. Me puse a escribir sin saber quién era.
'Mierda, ¿quién es? Ah, una condesa. No, es imposible porque es pobre como una rata...'. Ese hilo me sirvió para relacionar la aristocracia del lugar con los financieros, y me fue llevando... Al empezar tampoco sabía quién era el asesino
. El 80% de las cosas que suceden en mis libros son imprevistas. No tengo mucha imaginación, pero una palabra me lleva a una imagen, y esa imagen a otras palabras... Las imágenes van pasando ante mí mientras escribo, como en el cine. Y es siempre un lío controlarlas. Por eso tengo que escribir muy deprisa, porque me da miedo olvidar las cosas que veo...".
Como por arte de magia, esa insensata mezcla de apariciones, mitos, realidad y espectros va haciéndose tangible ante el lector, a medida que lo atrapa.
Ayudan unos diálogos magníficos, unos personajes dibujados con chispazos de genio, la relación entre la historia central y los enigmas colaterales... Hasta que, de repente, lo increíble se torna creíble, impepinable... Y todo encaja.
¿Cómo se las arregla para cerrar todas las historias al final? "¡Sufro lo mío! A mitad me suelo parar y me hago un mapa que me ayuda a orientarme
. De pronto recupero a un personaje de un libro anterior, o escribo a un amigo pidiendo ayuda... Lo que más me cuesta es encontrar los móviles del asesino, eso es lo más difícil. Racionalizo poco, si lo hiciera no me pondría a hacer una historia de muertos vivientes.
Y soy incapaz de programar un guion, porque de pronto me viene algo real que se mete en la intriga a la fuerza. El palomo con las patas atadas, por ejemplo, lo vi realmente un día desde un café mientras hablaba con una periodista. Me afectó mucho ese sadismo absoluto, tan gratuito.
Ella lo recogió y lo curó en casa. Luego lo soltó, y un día volvió y tocó en su ventana con el pico...".
Estamos al lado del cementerio de Montparnasse. Las ventanas de la casa de Fred Vargas dan sobre las tumbas.
La luz de París agoniza, y el fotógrafo Daniel Mordzinski sugiere dar un paseo entre los muertos. La foto parece estar hecha en Normandía. Son los misterios de Fred Vargas, que tiene cara de hada pero escribe como una hechicera.
Como las anteriores, esta novela fue terminada en 21 días.
Ni uno más ni uno menos, asegura: "Me fui a Normandía con una mesa y un ordenador.
Y todo el tiempo escribí con la misma intensidad. No es escritura automática, para que el arte parezca verdad y no un folletón hay que trabajar mucho.
Cuando acabé, 21 días justos después, lloré de lo mala que era. Los diálogos eran horribles y había salido larguísima. Por suerte, Jo me ayudó a cortar y a corregir la melodía".

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