Arturo Pérez-Reverte cumplió en noviembre 60 años, al tiempo que aparecía en las librerías la última entrega de su serie ´El capitán Alatriste`. Ésta ocurre en Venecia, y por lo que le escuché decir esta noche en el Teatro Español, en una conversación que mantuvo con mi compañero Jacinto Antón, ya está Arturo en ese punto de madurez, personal, literaria, también imaginativa, que apuntaba en uno de sus libros que más quiero, ´El pintor de batallas`
. Aunque él le atribuía a Jacinto, por sus preguntas, ese aire sentimental o melancólico que se siente leyendo ´El puente de los asesinos`, que es el título de su nueva entrega de Alatriste, lo cierto es que en muchas de las escenas de aquella novela y en muchísimas de esta novela de aventuras hay como un filamento nuevo que aleja a Arturo de las novelas más físicas, de mayor acción, y aunque aquí se intercambien batallas y se luzcan los flecos terribles de la venganza y la muerte, hay una mayor densidad melancólica, como si él mismo fuera madurando con su escritura, con sus personas, sus pesadillas y sus sueños
. Sostengo desde hace tiempo que Arturo manifiesta su desdén por el sentimentalismo o por la melancolía porque en el sustrato que le está aflorando él mismo es un melancólico, al que la literatura (la lectura, que lo posee) le ha convertido en un ser cuyas fantasías se han ido acompasando con la vida.
Hay otra parte de Arturo que rinde espadas, lucha con unos y con otros, pero ese es el otro Arturo, el que camina en la superficie; el otro bucea, camina hacia adentro, como en ´El pintor de batallas`.
El diálogo con Jacinto Antón alcanzó, en algunos puntos, el aire nostálgico que también padecieron los españoles de los que escribe, pues no en vano él habla de un imperio cuando éste empezaba a desflecarse; el tema de Pérez-Reverte, en este libro, en muchos de sus libros, es el tema de la pérdida, la que está a punto de producirse, por la traición o por la cobardía, y por tanto también de las diferentes caras de la lealtad; incluso en aquellos libros, como La Reina del Sur, en los que la maldad trata de ser contada con la dureza de los espejos, hay en las novelas de Arturo una apelación a los sentimientos como salvavidas en la tragedia. Cuando acabó el diálogo me acerqué y le dije: "Vengo a saludar al pintor de batallas".
Él rió y siguió firmando libros a los que acudieron allí, como en la feria, como en cualquier sitio de España, de Argentina, de México, a llevarle su ejemplar para que se lo firmara. Tiene 60 años.
Lo dijo cuatro veces en el diálogo con Jacinto. Y cada día es más, y esta es una observación que también quiere ser un abrazo, el pintor de batallas que se propuso ser cuando leyó el primer libro que descubrió en la biblioteca de su padre. Algunas batallas, muchas, dejan atrás un reguero de sangre, otras arrojan una sombra noble de melancolía.
Juan Cruz
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