DAVID TRUEBA
Ha cerrado Tele-K y no ha habido lamentos ni lágrimas.
Es cierto que anuncian un cierre provisional, como si fuera un paso atrás para recuperar el aliento, pero no hemos asistido al desgarro por la pérdida de un canal en un panorama donde es recomendable sumar opciones distintas.
Ha cerrado Tele-K y el silencio es casi ofensivo.
Vallekas tiene seguramente problemas más graves para su supervivencia. Incluso tiene que recuperar la original propuesta de la K como letra insumisa después de que le haya sido robada por la nueva banka amiga.
Ha cerrado Tele-K, que era una iniciativa vecinal, precaria y persistente, que ya fue ahogada en su día con la irrupción de la TDT y la promesa de que los españoles por fin íbamos a tener teles para aburrir.
Ha cerrado Tele-K cuando el negocio no da más de sí, apenas dos cadenas muy bien gestionadas económicamente son capaces de llevarse todo el pastel publicitario y para las demás solo queda venderse a las teletiendas y las tragaperras televisadas o pasar el cepillo entre los fieles como si hacer tele fuera predicar en el desierto.
Ha cerrado Tele-K y se extingue una opción que apuntaba hacia teles de agrupaciones, universitarias, minoritarias o experimentales.
Quizá hay que revisar la opción de negocio o tratar de encontrarle otro modelo en un entorno hostil.
En último extremo la legislación les ofreció una ventana para salir del límite de la piratería, pero ni así ha sido posible mantenerla en emisión. Ojalá que vuelva con más fuerza y tino.
Queda, eso sí, la reflexión sobre las televisiones posibles.
Mientras llega la hora de desmontar definitivamente los canales públicos, en lugar de fortalecerlos y protegerlos de la manaza partidista, la oferta privada muestra un camino muy concentrado.
Las preguntas sobre la rentabilidad carcomen un medio que podría ser más diverso. Incluso en los canales de pago, la oferta cada vez más se limita a exprimir valores de marca, donde el ejemplo Disney se eleva como el único camino posible.
La pregunta es si no hay más, si no hay otra manera ni otro espacio de supervivencia, porque el invento se queda diezmado, infrautilizado, como si el sol tan solo sirviera para broncearse.
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