Las cuentas secretas de los Thyssen
La administración de la herencia del barón es la causa de la cruenta batalla que Carmen Cervera y su hijo Borja mantienen desde 2007, año en que este se casó con Blanca Cuesta. Él reclama un adelanto de 1,5 millones de dólares. Su madre se niega. EL PAÍS habla con ambas partes .
.Lo mismo que no hay en el diccionario una palabra que defina con exactitud la pérdida de un hijo, es difícil encontrar en la historia de la literatura un drama que reproduzca el enfrentamiento de una madre con su hijo con la saña con la que libran desde hace tiempo Carmen Cervera, baronesa Thyssen (Sitges, Barcelona, 1943), con su hijo Borja Thyssen (Madrid, 1980).
Desde 2007, año en que Borja se casó con la modelo catalana Blanca Cuesta, no hay semana en la que ella o él no hablen de sus peores intenciones para con el otro en la prensa del corazón. Pero no se trata del socorrido desencuentro entre una suegra y su nuera -que también-; la herencia del barón Heinrich von Thyssen, a quien Cervera conoció cuando su hijo tenía solo dos años, se presenta como la causa real de esta cruenta batalla. EL PAÍS ha hablado con ambas partes.
La otra cara de Blanca
Todo por la herencia
El hacha de guerra
Carmen Cervera Fernández de la Guerra
"Se está cumpliendo lo firmado en Basilea", aclara la baronesa. "Todo es exclusivamente mío. Otra cosa es que mi hijo se deje sacar dinero por abogados
"Borja: "se la puede dejar [la colección] a las niñas o a la Cruz Roja. Nos trae al fresco
"Borja recibe 300.000 dólares anuales y tres entregas quinquenales de 1,5 millones
Desde febrero de 2002, año en el que se produjo el reparto de la herencia del barón entre todos sus hijos durante un laborioso acuerdo en Basilea, Borja recibe 300.000 dólares anuales y 1,5 millones de dólares (1,25 millones en euros) en tres entregas quinquenales. Tiene pendiente la tercera, prevista para cuando cumpla 35 años.
Los acuerdos tomados en la ciudad suiza parecen un peligroso secreto de Estado. Los protagonistas eluden desmenuzar lo acordado y se escudan en sus respectivos bufetes de abogados (Jaime Rotondo, en el caso de la madre, y Pedro Mejía, en el del hijo). "De eso no se habla. Fue una decisión de todos y yo cumplo estrictamente con lo acordado", es lo máximo que se le puede sacar a Carmen Cervera sobre el asunto.
Pero en el entorno de Borja no se habla precisamente de satisfacción.
Hay impaciencia por disponer de lo heredado sin goteos, por cuantiosos que sean, y no ven razones para que Cervera juegue el papel de administradora.
"Queremos un acuerdo global testamentario que aclare que Borja es propietario de bienes y derechos a los que no tiene acceso en su totalidad. Es un problema de administración. Borja prefiere una solución pacífica antes de llegar a un contencioso. Pero no va a esperar que las causas naturales resuelvan el conflicto [Tita tiene 69 años]", resume una de las personas más próximas a Borja.
Él es ya un hombre de 31 años, padre de dos hijos (Sacha, de tres años, y Eric, de pocos meses), que desde hace un año intenta cambiar la imagen de vago y vividor. Comprometido en exclusiva con la revista ¡Hola!, poco se sabe de sus opiniones de asuntos que vayan más allá de la maldad de su progenitora o de lo bien que duermen sus niños.
De entrada, ha bajado 20 kilos (ya no hace pesas) y pasea por la calle sin exhibir los tatuajes que tanto molestaban a la madre. Con su mujer y sus hijos, ha dejado Barcelona para instalarse de alquiler en un chalet de la exclusiva y carísima urbanización La Finca, en la que tiene por vecinos a deportistas de élite.
No es que quiera estar más cerca de su madre (ella pasa temporadas en la finca de 35.000 metros cuadrados en La Moraleja), sino que han hecho el equipaje porque él siempre sintió que Madrid es su ciudad y porque quería dar a sus niños la estabilidad que él no tuvo.
Se suele quejar de que no le llevaron al colegio de manera regular. Solo estuvo escolarizado un año en Suiza y dos (a salto de mata) en Madrid. "Llegó la guerra del Golfo y a mi madre le entró la paranoia de que me hicieran algo", cuenta. Y se acabó lo de compartir el aula con otros niños de su edad.
Sí tuvo una flota de profesores que no consiguieron que Borja pasara de segundo de BUP.
Él se recuerda como un chico retraído, solitario y agresivo, hasta el punto de patear las espinillas del servicio encargado de cuidarle.
Algunos periodistas conservan en la memoria una visita a Villa Favorita, donde se albergaba la colección de arte del barón antes de venir a España, durante la que pudieron ver al niño Borja cebándose con las piernas de uno de sus guardaespaldas.
"Hasta los 14 años fui un chico bastante imposible.
Lanzaba platos y vasos al suelo, me enrabietaba a lo tonto. Luego me tranquilicé", reconoce ahora, a la vez que se disculpa explicando que ese tipo de cosas las hacen unos chicos con otros, pero que él solo podía desfogarse con quienes se ocupaban de él a cambio de un sueldo.
No daba esa impresión cuando en las inauguraciones del Museo Thyssen acompañaba a su madre y al barón totalmente repeinado y saludando a todo aquel que le presentaban.
Y si ahora es un chico tranquilo al que le disgustan las agresiones físicas, lo que no ha reconducido es su interés por el estudio.
Domina el inglés, el italiano y el catalán, pero considera que ya es tarde para entrar en la Universidad, sobre todo porque carece de base. "Me aprobaban, pero de aquella manera", reconoce él mismo.
Desde los 14 años hasta ahora, la única actividad por la que se le conoce es por la diversión.
El mar y las discotecas han sido los escenarios en los que se le ha visto hasta la saciedad. El mundo del lujo en el que entró a formar parte desde los dos años le ha acompañado en un tren de vida que solo los muy ricos se pueden permitir.
La madre, Carmen Cervera, no fue capaz nunca de negarle un capricho. Su relación fue idílica hasta que apareció Blanca Cuesta, la modelo y enfermera catalana, cinco años mayor que él, con la que empezó a salir cuando Borja tenía 17 años. Fue su primera novia seria.
Ella tenía un currículo sentimental más amplio.
Al principio no hubo problemas.
La joven pareja y futura suegra compartían viajes, salidas, excursiones en yate e incluso, como ambas partes reconocen, operaciones de cirugía estética. El enfrentamiento empezó en 2007, cuando comunicaron que se iban a casar y que ella estaba embarazada.
Para Borja, ese momento fue el comienzo de la guerra.
El primer obstáculo, los papeles. "Necesitaba la partida de bautismo. Se suponía que fui bautizado en Nueva York, en la catedral de Saint Patrick, pero después de esperar varios meses a que me llegara, allí no consta mi bautismo.
Es otro detallito de cómo es mi madre. Me tuve que bautizar de mayor y en España".
Pese a todo, se casaron (en régimen de separación de bienes y con un documento privado que acota las propiedades de cada uno) el 11 de octubre de 2007 en Terrassa, en una ceremonia secreta y nocturna, ya que la pareja había vendido la exclusiva. Blanca estaba embarazada de cinco meses.
La baronesa no asistió y cesaron los espléndidos regalos (casas, coches) con los que hasta entonces había obsequiado a su hijo.
Ella dijo públicamente que su hijo formaba parte de una secta, y los abogados de él empezaron a presionar para que dispusiera de toda la herencia del barón Thyssen.
El ritmo de vida de los nuevos esposos no bajó, y con él, la urgencia por conseguir liquidez.
Uno de los episodios más inquietantes para los que temen que pueda haber alguna repercusión en el futuro de la colección Thyssen (totalmente blindada por ser propiedad del Estado español) lo protagonizaron Borja y Blanca el día que se presentaron en el museo, en mayo de este año, para llevarse dos obras que colgaban junto a la colección Carmen Thyssen, prestada temporalmente por la baronesa al museo: El bautismo de Cristo, de Giaquinto, y Una mujer y dos niños junto a una fuente, de Goya, valorados en unos siete millones de euros.
La seguridad del museo invitó a la pareja a abandonar el edificio y el patronato acordó que las telas no saldrían del museo.
Los abogados de Borja llevaron la reclamación a los tribunales y el tema sigue pendiente de resolución. Para la baronesa no hay caso. "Podría dejárselos en herencia si yo quisiera porque, a sugerencia mía, Heini los compró los días de su bautizo en Nueva York. Él no tiene ningún documento que acredite esa propiedad.
No se entera. Ya veremos qué hago".
Del acuerdo global testamentario que Borja está dispuesto a reclamar, la baronesa no quiere oír hablar.
"No es un problema de administración. Se está cumpliendo al pie de la letra lo firmado en Basilea. Recibe 300.000 dólares anuales y tres entregas de 1,5 millones de dólares. Solo queda la última entrega, que se producirá cuando toque". Y aclara que no existen sociedades a medias, ni él es copropietario en nada. "Todo es mío. Exclusivamente mío. Otra cosa es que se deje sacar dinero por los abogados. No se da cuenta de la situación en la que está metido".
Carmen Cervera no habla de su propio testamento, pero asegura que el conflicto con su hijo mayor no va a repercutir en la colección Carmen Thyssen, tasada por Sotheby's en 700 millones de euros.
"Yo tengo tres herederos: mi hijo Borja y las gemelas, que son menores. Lógicamente, habrá que lograr acuerdos para que no haya sorpresas de última hora. Mi intención es dejar todo bien atado para que nadie se llame a engaño". Una advertencia que en el entorno de Borja comentan con displicencia: "Se lo puede dejar a las niñas o a la Cruz Roja. Nos trae al fresco".
A Tita le duele especialmente que su hijo no dude en arrastrar por el lodo el apellido Thyssen que tantas batallas le costó ganar frente a los hijos del barón.
Sin embargo, él se queja de que ha sido ella quien les ha obligado públicamente a hacer cinco pruebas de paternidad de su hijo Sacha y quien ha dicho que ha caído en una secta al casarse con Blanca Cuesta.
Las enormes cifras que se manejan no impiden que Borja se haya quejado en repetidas ocasiones de falta de "liquidez".
Además de las suculentas cuotas de la herencia, recibe ingresos por varios edificios que tiene en alquiler. Tanto él como Blanca dicen tener diferentes proyectos laborales absolutamente secretos por el momento.
Puede que tengan que ver con fotografía y con Internet. Él, colgada del cuello, lleva siempre su cámara y habla orgulloso de los 500 volúmenes de fotografía que posee, algunos de subastas en eBay, donde presume de conseguir auténticas gangas.
Tomás Llorens, el que fuera conservador jefe del Museo Thyssen durante entre 1991 y 2005, asegura que detrás de todo esto hay un problema de soledad y de irreflexión.
"Los dos son muy caprichosos y están muy solos".
Puede que sea eso lo que ocurra con los Thyssen.
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