Ni Unión Europea, ni Unión Monetaria, ni Europa de Transferencias. Esa es la radiografía del Viejo Continente. En la UE cada uno va a su aire, ninguno de sus miembros transfiere ningún tipo de soberanía y acuden sólo a Bruselas en busca de dinero o como chivos expiatorios. En la Unión Monetaria, tres cuartas partes de lo mismo: cada país hace lo que le da la gana con sus presupuestos y no acepta supervisiones externas. Y en la Europa de Transferencias unos –los ricos, con Alemania a la cabeza- pagan resignados por los errores y los fastos de otros.
Alemania quiere, de una vez por todas, cambiar Europa. Y lo va a hacer obligada no sólo por los momentos dramáticos que vivimos sino, sobre todo, por un Tribunal Constitucional que el pasado 7 de septiembre estableció que el Parlamento federal tiene que controlar todas y cada una de las decisiones en materia comunitaria del gobierno y muy específicamente aquellas que suponen gastos extra. Ese Bundestag se ha convertido –independientemente de quien gobierne hoy o en el futuro- en el auténtico defensor de los intereses de los contribuyentes germanos, quienes no darán un euro sin tener constancia que será muy bien empleado y no regalado a quien no lo merece. Desde hace menos de dos meses, la República Federal se ha convertido en la democracia parlamentaria más fuerte de toda Europa.
Y esto es lo que obliga a la canciller Merkel (y, eventualmente, a su sucesor o sucesores) a imponer al resto de sus socios la llamada Cultura de la Estabilidad. Por su propio bien y por el egoísmo alemán. “A Alemania no le puede ir bien si Europa va mal -decía ayer la canciller en el pleno del Bundestag-. Por eso se hace preciso extender esa Unión de la Estabilidad”. Un primer paso es la introducción del límite legal de la deuda pública en las constituciones de todos los países de la eurozona. Algo que España ha hecho con una rapidez asombrosa y elogiable, como ha reconocido en numerosas ocasiones la canciller. El problema es que no hay en estos momentos mecanismos legales suficientes para sustentar este nuevo diktat alemán.
Esto explica por qué Merkel ha mencionado ya en varias ocasiones en estos últimos días que hay que cambiar los Tratados de la Unión. Nadie parece haberse dado cuenta de la trascendencia de esta iniciativa de Berlín. Se trata de modificar el Tratado de Lisboa, actualmente en vigor, añadiendo nuevos textos legales con instrumentos que ya han sido esbozados, además de por Merkel, por el ministro de Hacienda, Wolfgang Schäuble, el de Exteriores, Guido Westerwelle y el de Economía, Phillip Rössler, que es también el vicecanciller.
Delitos, castigos y nuevos Comisarios
Lo más urgente e inmediato es convertir el mecanismo de estabilidad del euro en un ente mucho más ejecutivo, que se pueda transformar, además de en una especie de Fondo Monetario Europeo -y si fuera preciso-, en un policía que investigue las cuentas de los socios díscolos, les obligue a declararse insolventes, les quite el derecho de voto en las reuniones comunitarias y les lleve, en último término, ante el Tribunal Europeo de Justicia como si fueran un estado delincuente. No se ha hecho hasta ahora con Grecia, pero se supone que puede servir de ejemplo la humillación que le supone a Atenas someterse cada tres meses a las inspecciones de la troika de la UE, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo
Esto explica por qué Merkel ha insistido tanto en la idea de crear un escudo protector o una muralla de defensa contra estos países cuyas cuentas públicas son un disparate. En la Europa de la Estabilidad habrá ghettos en los que se encerrará a los países que no se atengan a las normas comunes para evitar los efectos contagio. Y a esos países problemáticos ya no les comprará más deuda el BCE, quien deberá volver a la ortodoxia monetaria y a vigilar sólo la inflación. No interesa la posición discrepante de Francia al respecto.
En paralelo al mecanismo reforzado de estabilidad las autoridades alemanas han hablado ya en varias ocasiones de la figura del Comisario del Ahorro, el Sparkommissar, quien tendría un papel importante en esa vigilancia intensiva del nuevo espacio europeo. Esta figura despierta las simpatías de muchos alemanes temerosos de la hiperinflación y que exigen al gobierno alguna contraprestación al hecho de que su futuro y el de sus hijos y nietos se va a ver hipotecado con las ayudas previstas a los socios periféricos y el crecimiento brutal del endeudamiento de la República Federal.
El Elíseo, un aliado necesario
Dentro de este plan de actuación a corto y medio plazo, Alemania, aunque sólo sea para guardar las formas, tiene que contar con Francia. Ya no tanto con Sarkozy, quien a menos de siete meses de las elecciones presidenciales se da ya por amortizado, sino con el Elíseo como institución. Los gobiernos de París y Berlín se han comprometido en estrechar su gestión económica conjunta en los próximos meses para hacer más creíble la idea de un gobierno económico europeo que tantos resquemores causa en algunos de los socios europeos, temerosos de ceder más soberanía.
Es esta la condición sine qua non para que Europa pueda tener algún día cosas tan evidentes como necesarias: un ministro europeo de Finanzas que trabajará, mano a mano, con el Comisario Europeo del Ahorro y la Estabilidad. Una Deuda Pública Europea. Una Agencia Europea de Rating. Unos políticos capaces de tomar decisiones en el momento en que son precisas. La alternativa, ya se sabe: el fin de la moneda única y/o la desaparición o la fragmentación definitiva de este proyecto cada vez más anquilosado que conocemos como Unión Europea.
2 comentarios:
Europa vive un momento europeo. Un momento en el que la Unión parece estar en los umbrales de las desintegración pero en el que, por primera vez, es vista como una "unidad" por la sociedad global que debe buscar además de la unión monetaria y de mercados, la unión fiscal y la unión política. Es el camino hacia el Estado Unico y Federal Europeo. El viejo sueño alemán.
Está demostrado que no somos cvapaces de llegar a acuerdos rápidos y sólidos. Por un lado exigimos a los griegos e italianos adoptar medidas de racionalización con velocidad de vértigo, pero por otra les debemos, a los primeros, el 50% de las ayudas desde el pasado verano. Es una paradoja: los europeos ponen a prueba los límites de su "capacidad de integración", que sólo son posibles desde un verdadero "espacio integrado".
El momento en Europa es por lo tanto dramático. Si no hubiera una respuesta creíble para la crisis de las deudas soberanas y fuera puesta en cuestión la moneda única, el proyecto europeo entrará en una senda de regresión. Las consecuencias de este retroceso -regido por la desconfianza, el resentimiento y la recriminación- no se limitará al plano económico y financiero sino que se extenderá a la escena política. Abrirá el camino a todo tipo de tensiones, incluso territoriales y nacionalistas, y pondrá en riesgo el objetivo de la Hoja de Ruta Europea: la paz. En resumen, sólo se divisan dos alternativas: la disolución de la Unión Europea, o la integración bajo la forma de un Estado Federal.
Las fracturas expuestas por la crisis -que transcienden más allá de la moneda- revelan que debe haber una respuesta en dos tiempos. Uno más largo y estratégico, que exige una reforma constitucional. Una reforma de sentido federal, que llevará años y concitará muchas oposiciones, algunas virtualmente insuperables. Y un tiempo más corto, también estratégico (y no sólo táctico...), que corresponde a una situación de "estado de necesidad", lo que implicará algunas respuesta en el margen y al margen de los Tratados.
No cabe duda, aunque no nos trasciendan las cuestiones de estado de más calado, que en la última reunión de presidentes de gobiernos, además de la quita de la deuda a Gracia y la nueva capitalización de la banca, se debió actuar en las conversaciones en dichos dos niveles, presentando un programa para la situación actual y dando el pistoletazo de salida para una reforma de los Tratados.
Las soluciones técnicas para el trance de la deuda soberana son extremadamente complejas y sólo parcialmente son previsibles sus consecuencias. En ellas hay una agenda de negociación interminable con los Estados miembros y las instituciones europeas, pero además, con los bancos centrales, los bancos acreedores y los organismos reguladores.
Por lo tanto, se deduce que la solución política, en el corto plazo, pasa por volcarse en los contactos bilaterales entre los Estados miembros, haciendo una defensa del método comunitario. Nada impide, de hecho, un acuerdo de los Estados para entregar a la Comisión Europea la ejecución y gestión de los instrumentos que se vaya a crear y adoptar. Esto es lo que debería hacer ocurrido con el llamado 'Gobierno económico'.
Europa necesita, para los tiempos que vienen, de un "acuerdo entre los accionistas", un entendimiento flexible entre los socios para interpretar "dinámicamente" los Tratados. Es eso lo que tenemos que esperar que vaya ocurriendo. Por un lado, un programa para una solución duradera de la crisis que responsa a la coyuntura y, por otro, el inicio, escalonado en el tiempo, de una reforma de cariz constitucional.
Este es, sin duda, el "momento europeo": momento no sólo en la acepción de "segmento de tiempo", sino también en el sentido etimológico profundo de "impulso o movimiento" y de "causa o motivo".
Y los acuerdos van cayendo... La UE logra llegar a acuerdos y alcanza pactos para todos sus problemas... Lo hemos visto en la última Cumbre. Eso sólo tiene una Lectura: Se ha alcanzado un gran acuerdo político.
Por más que ello no le guste a las naciones ajenas al euro de la UE, como Gran Bretaña, la UE de la eurozona pondrá en marcha mecanismos de control en la Comisión, el Parlamento Europeo, el BCE e incluso un ministro de Finanzas de la UE de los países del euro –como lo proponía Trichet-.
Si todo esto es analizado en profundidad, lo que confirma es que en lo que se está avanzando, política y financieramente hablando, es hacia una Europa Federal.
Europa Federal que quiere Alemania, al fín y al cabo es su modelo de gobierno, y que nada gusta a Francia, aunque ya está entrando por el aro, porque lo considera una cesión de soberanía nacional.
¿Cómo lo consideraría España que constitucionalemente en el 78 no optó por el modelo federal sino por el estado de las autonomías?
Si hacemos una lectura de nuestra Constitución, veremos que de ella sobra todo el articulado que se redactó para poder dar paso a las autonomías y la vertebración del Estado en las que luego surgieron. Su mapa está creado y consolidado, y -por lo tanto- ese contenido sobra totalmente.
¿Si nos convocan tras el 20-N para una reforma de la Constitución o, simplemente a golpe de decretazo nos la enmiendan, quitando de su articulado todo lo referente a la crecaión de las autonomías..., nos estarían preparando el terreno para esa pérdida final de soberanía?
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