CADA vez siento más pudor de escribir aquí. No sé si me pasaría lo mismo de hacerlo en cualquiera de las libretas que hay sobre la mesa.
Apretadamente las letras, en un rincón de la cuadrícula, como si les diera vergüenza no la idea de unos lectores sin rostro, sino los demás elementos de la frase. Pues de eso se trata: de la inhibición de unas palabras frente a otras. La cohibición de un sentimiento ante otros, ya expresados o por decir aún.
En mí todo lo que vengo sintiendo últimamente se va al silencio. Es un silencio rutinario, sin trascendencia. No es místico. No se trata de grandes infalibilidades. Más bien tiene la volubilidad de las nubes o la presencia cansina de las frondas de los árboles. Toda esa chatura rodada del día a día.
No es trágico; no es amargo. No tiene la mayor importancia. Es un gran cansancio desprovisto del significado de un gran cansancio que aspira a darse la vuelta y dar el golpe. Es como esos días sin color, pero amables, que se suceden porque alguien, fuera del mundo probablemente, sostiene el almanaque y va pasando las hojas.
Publicado por José Carlos Cataño
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