Jules Laforgue, Berlin, la cour et la ville, Éditions de la Sirène, 1922
Se podrá pensar que como beneficiario de un regalo, hago ahora aquí su panegírico. Bien. Pero el gesto de regalarme porque sí esta bella edición de Laforgue yo lo trato de tú a tú con mi alabanza del soberano placer de perder, al que me refiero por algún recodo en De rastros y encantes.
Es decir, hermano mi soberanía con la del gesto de X este domingo en el Hangar. Dos cosas antes, por discreción virtual coloco una X, cuando en el seno de un libro quizá abriera todas las letras de su nombre. Segundo, a partir de ahora el nuevo emplazamiento del librerío usado de Sant Antoni lo llamaremos, como él lo hace, el Hangar.
Estábamos ante el devoto manantial de Z, el que lleva meses trayéndonos los borbotones de la biblioteca de Daniel Devoto-María Beatriz del Valle-Inclán, cuando empezamos a atrapar como podíamos los libros que remontaban como salmones el recorrido de las cajas a las tablas, esta vez sí, sin la presencia del ínfimo Gran Pelma, que se cuadra y acapara entre sus amplios codos cuanto puede y se le deja. Yo estaba en lo mío -diciéndome, "y después de esto huye"- y él también en lo suyo, aplicadamente, cada cual por su lado, yendo constantemente a la tapa del carro a depositar las ganancias. En esos momentos, en los que hay que espantar a los locos, a los pegajosos, a los sombras, tiene uno que estar muy a solas para hilar fino.
Después, después de que cada uno huyera por su lado para contarle a los cielos lo que había comprado por euro y medio, solo después vi que tenía el Laforgue, y, claro, suspiré porque no había caído por mi lado. Y ya se sabe que cada cual atrapa lo que se merece; al menos hay que creer en eso a ciegas, si no se quiere cegarse de furia. Con lo que no podía contar, ya sentados al venturoso sol de octubre en la terraza del Amigó, con las vacías fachadas del viejo mercado llamándome sin que les saliera la voz, con lo que no podía contar era con eso, el gesto, la sonrisa, el porque sí: "Para ti".
Creo que protesté al instante y de todas maneras le rogué, horas más tarde, que lo reconsiderara, sobre todo a la vista de lo que se pedía en las librerías virtuales por el libro.
Pero él sí que no iba a permitir que el sentido común, la sensatez de mercaderes, recortara su gratuidad, su soberanía, su brindis al sol.
Yo creo que cuando a la noche se lo conté a JMB palideció al otro lado virtual.
Él claro que tenía esa edición, de las más bellas, me dijo, de Édicions de la Sirène. Qué es lo que no tiene nuestro amigo JMB, por otra parte también tan generoso.
Quiero creer que no fue el precio (o el no precio) del libro, una ridiculez a la que el amigo soberano podía convertir en ganancia más que sustanciosa para un librero como él.
Quiero creer que JMB palideció por ese dispendio que hacía a X el hombre más rico en el momento.
Quien celebra la pérdida, será el capaz de comprender el soberano gesto del porque sí.
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